De la guerrilla a la Vicepresidencia
Fuera de Uruguay a Lucía Topolansky se le conoce por ser la esposa del popular expresidente José Mujica. Pero esta mujer de 73 años, de pelo blanco, voz pausada y andar desgarbado, brilla con luz propia. Su trayectoria política está marcada por su militancia en el grupo guerrillero Tupamaros –donde conoció a su esposo– y por 13 años de cárcel y fugas que le forjaron una reputación de líder subversiva dura y combativa. En septiembre pasado Topolansky coronó su carrera política: asumió, con la venia del Parlamento, el cargo de vicepresidenta de Uruguay.
MONTEVIDEO (Proceso).- Cuando se supo la noticia, los medios fueron a pedirle una opinión a su marido. José dijo que su esposa, Lucía, tenía que “agarrar una changa” (un trabajo ocasional) y que lo que más lamentaba era que ya no le cocinaría pizzas caseras, al menos no por un tiempo.
Pero a José nadie lo llama por su nombre, ni en Uruguay ni en el resto del mundo, donde supo cultivar un aura de héroe “pop” citado por las juventudes “progres antisistema”. Pepe Mujica se refería así a su esposa, la senadora Lucía Topolansky, y la “changa” era el cargo de vicepresidenta de la República Oriental del Uruguay.
Asumió el cargo el pasado 13 de septiembre, con la venia del Parlamento, para reemplazar así a Raúl Sendic, quien renunció al puesto el 9 del mismo mes tras un sonado caso de malversación de fondos y uso indebido de dineros públicos durante su mandato como presidente de Ancap, la petrolera estatal. Forzado por un lapidario dictamen del Tribunal de Ética de su partido, el Frente Amplio (FA), Sendic hizo saber al presidente Tabaré Vázquez primero, y por Twitter a toda la ciudadanía, que había presentado su “renuncia indeclinable” a la Vicepresidencia.
Según la Constitución, quien debía asumir el cargo era el senador que hubiera obtenido más votos en las pasadas elecciones. Ese fue Mujica, pero estaba impedido de asumir como “vice” por haber sido presidente. Entonces quien debía ocupar el lugar del número dos de Tabaré Vázquez tendría que ser el segundo senador más votado. Y esa fue Lucía Topolansky, la esposa de Pepe.
“Es vieja militante de partido, va a asumir lo que le pidan su organización y la circunstancia”, agregó Mujica en la portera de madera de su casa en el barrio rural de Rincón del Cerro, entre acelgas, lechugas, caballos y gallinas.
Precisamente, la militancia había llevado a esa mujer canosa de 73 años hasta allí, un sitio que no le resultaba tan ajeno.
Cuatro días después debió fungir de presidenta interina cuando Vázquez viajó a Estados Unidos invitado por Naciones Unidas para intervenir en una reunión sobre prevención de abusos y explotación sexual. Topolansky ya había sido presidenta interina en 2010, cuando su esposo Mujica y el entonces vicepresidente Danilo Astori, encabezaron delegaciones que viajaron a destinos distintos con el objetivo de abrir más mercados para la economía uruguaya. Y nuevamente en 2013, cuando relevó a su marido, el hombre que ese mismo año peleó el premio Nobel de la Paz a la adolescente pakistaní Malala Yousafzai.
La militancia la llevó hasta el punto más alto del poder, es cierto. Pero el camino estuvo empedrado con 13 años de cárcel, fugas y una reputación de líder subversiva que le endurecieron la piel.
A salto de mata
Lucía tuvo todo para una vida pacífica y tranquila, sin sobresaltos económicos. Junto a su hermana melliza María Elia nacieron el 25 de septiembre de 1944 en Montevideo, y fueron las últimas hijas del matrimonio formado por el ingeniero civil Luis Topolansky Müller y la ama de casa María Elia Saavedra, quienes ya contaban con otros cinco hijos.
Padre de ascendencia polaca y madre con apellido patricio, la familia vivía en el residencial barrio del Prado hasta que se mudaron al exclusivísimo balneario de Punta del Este, porque don Topolansky se asoció con una empresa constructora. Cuando la misma quebró, volvieron a la capital. Las mellizas fueron al colegio privado Sacré Coeur de las Hermanas Domínicas, y luego del bachillerato Lucía comenzó estudios en la Facultad de Arquitectura, pero la efervescencia política y gremial del país le tenía preparado otro destino.
Ya en la niñez había nacido el compromiso social para cambiar realidades. En el colegio exhortaron a que todos los niños firmaran una carta para el presidente estadunidense, una suerte de recolección de firmas universal para evitar que el ingeniero eléctrico Julius Rosenberg y su esposa, Ethel, pertenecientes a las juventudes comunistas, fueran enviados a la silla eléctrica. Era junio de 1953 y serían los primeros ejecutados por espionaje de civiles en Estados Unidos, si el presidente Truman no se apiadaba. La pequeña Lucía –me dijo una vez la añosa Lucía– se sintió profundamente triste e indignada cuando escuchó en la radio que los Rosenberg habían sido ultimados. Esa sensación de impotencia fue el germen de un ser de izquierda y revolucionario.
“Pero después de la indignación viene el compromiso”, acota Lucía Topolansky, 73 años, pelo blanco como la nieve, voz pausada y andar desgarbado –como le gusta decir a ella– por su operación de cadera.
Tenía 14 años cuando alternaba las lecturas de Onetti con el señero (y contestatario) semanario Marcha, uno de cuyos editoriales publicados en 1958 motivó a Lucía. Se preguntaba: “¿Por qué ha de creerse que la acción política –en su esencial sentido– ha de reducirse a la acción partidaria y electoral?”.
En 1963, cuando comenzó su carrera universitaria, se llevó a cabo la primera acción rebelde de El Coordinador, antecedente de lo que luego se llamaría Movimiento de Liberación Nacional–Tupamaros (MLN-T). El asalto a la armería El Tiro Suizo resultó en un arsenal de 25 fusiles y más de tres mil 500 balas. Un botín en desuso para los militares, pero de gran poder simbólico para la agrupación. El golpe fue liderado por Raúl Bebe Sendic, padre de quien medio siglo después fue el vicepresidente de la República.
María Elia Topolansky se unió al MLN en 1966 y un año después pasó a la clandestinidad. Fue ella quien reclutó a su hermana melliza Lucía en 1967. Lucía estaba comprometida con la “militancia social y solidaria”, a decir de ella misma. Había asistido a la parroquia universitaria, apoyado al sindicato de trabajadores de la caña de azúcar del departamento de Artigas (que lideraba el Bebe Sendic), ayudado en los “cantegriles” (hoy llamados asentamientos) y había organizado colectas para enviar tractores a Cuba, cuando Fidel y el Che dirigían una romántica revolución.
A finales de los sesenta Lucía consiguió un empleo en la financiera Monty para pagar sus estudios de Arquitectura. Pero poco tiempo después advirtió que la empresa era una fachada que llevaba contabilidades paralelas de reputados políticos y empresarios. “Pensé: ‘¿Me quedo quieta y conservo mi empleo? ¿Me voy a la mierda y que esto siga o lo denuncio? En ese caso, ¿a quién?’. No tuve eco en el gremio bancario ni tenía contactos en la prensa”, explicó.
Esa fue su puerta de entrada al MLN. Se dedicó a acumular evidencias para hacérselas llegar a los Tupamaros y pasar decididamente a sus filas, junto a su hermana. El asalto a la financiera Monty en febrero de 1969 tuvo un éxito rotundo en la opinión pública. La operación desnudó la corrupción amparada por el gobierno de entonces. Con los libros de contabilidad apócrifos en los diarios hubo procesados por encubrimiento, el ministro de Economía renunció y los tupamaros ya se habían ganado el mote de los nuevos Robin Hood uruguayos.
“La Tronca”
Ya era una mujer de armas tomar. Tanto así que pasó a formar parte de la Columna 15 del MLN, la más combativa, la que se encargaba de los aspectos militares. Y dejó de ser Lucía. Pasó a utilizar el alias de Ana o La Tronca, por su fama de dura.
El politólogo Adolfo Garcé elige recordar la cirugía estética de la nariz a la que se sometió Topolansky en aras de la militancia. “¿Cuántas mujeres están dispuestas a afearse por compromiso revolucionario? Ella se hizo una cirugía de nariz y se cortó el pelo bien cortito para que no la reconocieran, por la causa”, dice en entrevista con Proceso.
En 1970 fue detenida y no pudo ir al velorio de su padre por estar encarcelada. Pero meses después se escapó por las cloacas de Montevideo. Fue recapturada nuevamente en 1971. El 19 de enero de ese año el diario El País, el de mayor tiraje y alcance en Uruguay, tituló: “Cayó la Topolanski (sic), otra jefe tupamara “.
“Con la detención de Lucía Topolanski Saavedra el Comando de Operaciones Especiales estimaba anoche haber dado un duro golpe al grupo clandestino... con el cabello teñido de rubio y demacrada... una conspiradora largamente buscada... era la figura principal en quien la policía había centrado el operativo”, decía un fragmento de la noticia.
En la cárcel de Cabildo para mujeres se reencontró con su hermana, pero la fraternidad no era tan fuerte. María Elia se había unido a la Fuerza Revolucionaria de Trabajadores en procura de una vía armada más beligerante, por lo que las definiciones políticas las distanciaron. Pero se unieron en una fuga de 33 mujeres escabulléndose por las alcantarillas.
Entre 1971 y 1972 se sucedieron operaciones sangrientas de Tupamaros contra la policía; y de las Fuerzas Conjuntas contra el movimiento guerrillero. En una de ellas los uniformados mataron al “sedicioso” Armando Blanco, entonces pareja de Lucía. Según el libro Ana, la guerrillera, de Nelson Caula y Alberto Silva, Lucía quedó muy afectada por el crimen de su enamorado.
El 27 de junio de 1973 se concretó el golpe de Estado cívico-militar, ya con todos los líderes guerrilleros apresados y el movimiento desarticulado. En la cárcel de Punta de Rieles, donde estaba Lucía, las condiciones de reclusión eran inhumanas, pero no peores que las que padecería el nuevo compañero de Lucía, un muchacho al que llamaban Pepe, uno de los líderes más respetados (y torturados) por los militares. Mujica fue uno de los nueve rehenes que tomó el gobierno militar: si afuera se daba alguna operación revolucionaria, ellos lo pagarían con sus vidas.
Henry Engler, otro de los rehenes, hoy un renombrado científico uruguayo, recordó una vez en entrevista con Montevideo Portal que “Lucía y Pepe estaban juntos en la época brava. Cuando nos estaban persiguiendo por todos lados y dormíamos en los chircales por ahí, a orillas del arroyo Pantanoso, a monte...”.
Luego fueron detenidos, torturados y encarcelados en condiciones miserables.
Mujica y Topolansky dejaron –por la vía de los hechos– stand by su romance hasta marzo de 1985, cuando ambos recuperaron la libertad al aprobarse una ley de amnistía para presos políticos, legislada junto a una ley que perdonaba a los militares que violaron derechos humanos durante los 11 años de dictadura (1973-1984). A Lucía la habían sentenciado a 45 años por “sedición” y “conspiración”, pero cumplió 13 cuando salió de la cárcel.
“Me sentí plenamente libre y feliz”, dijo Mujica frente a los micrófonos al llegar a la casa de su madre, Lucy Cordano, en el popular barrio Paso de la Arena. Un par de horas después hasta allí llegó Lucía para confirmar el noviazgo. Vivieron en la vivienda de la madre de Pepe mientras reorganizaban sus vidas: él se dedicaría a la floricultura, ella atendería la cafetería de la Facultad de Arquitectura donde antes estudiaba. Y empezarían a ahorrar para comprarse, algún día, el techo propio.
“Atajos al poder”
El abogado Carlos Real de Azúa definió alguna vez a los tupamaros como “políticos con armas”. A Lucía Topolansky le encanta esa definición. En 1989, en plena democracia, y tras sesudos debates y “mateadas” populares, el Movimiento de Liberación Nacional devino en Movimiento de Participación Popular (MPP), un sector político formal y sin armas. Y con la aceptación de las reglas del juego del sistema político democrático, los “tupas” fueron aceptados en el Frente Amplio.
El analista Garcé explica qué tienen en común el accionar de los Tupamaros con el MPP y su comportamiento político: “Ambos fueron atajos para llegar al poder. Tomaron las armas para llegar al poder, no pudieron. Y se metieron en el sistema político como un atajo para llegar al poder”, dice.
Desde la reconversión pacífica, Lucía fue edila departamental primero y legisladora después. Ya suma 17 años como parlamentaria, los primeros cinco como diputada y los siguientes como senadora. Su marido, líder histórico del MPP, llegó a ser presidente de la República, el segundo desde que la izquierda llegó al poder en 2004, al suceder a Vázquez en su primer mandato.
“Tanto ella como su esposo Mujica se metieron en ese viaje desde la guerrilla socialista a la búsqueda de votos en pos de ‘un plato más de comida para los pobres’, como dijo Mujica. Esa transformación insólita es récord mundial. Muchos sectores políticos se han transformado, pero encontrar una izquierda que se haya transformado más que el MLN es imposible”, aventura Garcé.
Y no parece una exageración.
Para él es “el tropismo hacia el poder”, como las plantas que van creciendo en búsqueda de la luz solar. “El instrumento no importa, lo que importa es el objetivo: el poder”, concluye.
Lucía, sin saber la opinión de Garcé, lo contradice desde la biografía Ana, la guerrillera, citando a su amigo el expresidente brasileño Lula Da Silva. “Se puede dejar de ser gobierno, senador o presidente. Pero no se puede dejar de militar. Lo que importa es la militancia”, afirmó Lucía. Si hasta parece que parafraseara al entrenador de la selección uruguaya, Óscar Washington Tabárez, cuando al volver del Mundial de Sudáfrica 2010 dijo por micrófono ante una muchedumbre que ovacionaba al plantel: “El éxito no son los resultados, sino las dificultades que se pasan para obtenerlos, el espíritu de plantearse desafíos y la valentía para superarlos. El camino es la recompensa”.
Este reportaje se publicó el 15 de octubre en la edición 2137 de la revista Proceso.