Ingrid Betancourt: El mito
PARÍS, 13 de febrero (Proceso).- Símbolo de los secuestrados políticos de Colombia, Ingrid Betancourt descuida el destino de 3 mil rehenes que siguen en cautiverio en su país y parece más interesada en la adaptación hollywoodense de sus “memorias”. Desde el ámbito de lo íntimo, su exesposo Juan Carlos Lecompte la pinta insensible, egoísta, ególatra, obsesionada por la fama y el dinero. Lo hace tanto en el libro Ingrid y yo, una libertad agridulce, publicado en París el pasado 28 de enero, como en entrevista con Proceso.
“No escribí este libro para hacer daño a Ingrid. Lo escribí para limpiarme el alma, purificarme, tomar distancia con lo que ocurrió después de su liberación. Mientras lo iba redactando fui mirando las cosas con una nueva perspectiva y pude inclusive contar con toques de humor ciertos acontecimientos que me hirieron”, explica Juan Carlos Lecompte a la corresponsal.
El encuentro con el exesposo colombiano de Ingrid Betancourt --secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) durante más de seis años y cuyo rescate en julio de 2008 tuvo una resonancia mundial-- se llevó a cabo el pasado 28 de enero durante la presentación de su libro Ingrid et moi, une liberté douce-amère (Ingrid y yo, una libertad agridulce).
Lecompte cuenta que la publicación de su testimonio le permitió “recobrar su dignidad” y “sentirse bien”. Hasta el cierre de esa edición (miércoles 10) Betancourt no se había expresado públicamente al respecto, pero se sabe que dista de compartir el sentimiento de bienestar de su exmarido. No es para menos: su imagen de heroína salvada e inspirada por Dios y la Virgen sale bastante trastocada en la autobiografía de Lecompte.
No es la primera vez que quienes la apoyaron o compartieron su destino de rehén de las FARC se muestran muy críticos con ella.
Los primeros en disparar fueron los tres exsecuestrados estadunidenses liberados con suma discreción durante el mismo operativo que le salvo la vida a Ingrid. Keith Stansell, Thomas Howes y Marc Gonsalves fueron implacables con ella en su libro Out of Captivity, publicado en febrero del año pasado.
Si bien se puede dudar de la objetividad de estos empleados de una empresa privada estadunidense contratada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos para luchar contra el narcotráfico en la selva colombiana, es difícil no tomar en serio a otros dos autores de libros inclementes con Betancourt.
L’Emissaire (El Emisario), publicado en Francia en marzo de 2009, fue escrito por Noel Saenz, el inagotable enviado especial secreto del gobierno francés que pasó seis años de su vida entre París y la jungla colombiana para negociar con las FARC la liberación de Betancourt. En su libro Saenz denunció, entre otras cosas, la “ingratitud” de Betancourt quien, en las semanas que siguieron a su rescate, no “se dignó a hablar” con él ni agradecerle sus gestiones.
Un mes más tarde, Clara Rojas, su más cercana colaboradora secuestrada junto con ella, publicó en Francia La Captive (La Cautiva), libro en el que menciona el fin de su larga amistad dando a entender que Betancourt no había manifestado la “hermandad” que esperaba de ella.
Ninguno de estos libros, sin embargo, es tan demoledor como el de Juan Carlos Lecompte. No queda casi nada del ícono que tanto movilizó a la opinión pública de Francia y del mundo, se desvanece la imagen de víctima emblemática de la violencia de las guerrillas colombianas.
La Ingrid que pinta su exmarido es dura, insensible, egoísta, codiciosa, embriagada por su fama internacional. A pesar de su compromiso formal de solidaridad con “sus hermanos de infortunio”, descuida el destino de los 3 mil rehenes que siguen en cautiverio en Colombia y el dolor de sus familiares que luchan por su liberación. Parece muchísimo más interesada en las negociaciones para la adaptación hollywoodense de sus “memorias” cuya fecha de publicación se maneja como secreto de Estado. En varias oportunidades Lecompte subraya el contraste entre el fervor religioso que ella enarbola públicamente y la crueldad que manifestó con él en privado.
A lo largo de la charla, Lecompte repitió a menudo: “No reconozco a mi mujer”, y siempre se apuro en precisar: “Son las FARC las que tienen la culpa de todo. Le impusieron tantas pruebas que (Ingrid) ya no es la misma”. Esa última aclaración no le impidió sin embargo dar múltiples detalles, algunos casi sórdidos, sobre lo que soportó desde la liberación de la “gran pasión” de su vida.
Extracto del reportaje publicado en la edición 1737 de la revista Proceso ya en circulación.