Trump, el consentido de Moscú
Como nunca antes, Rusia se coló en el proceso electoral estadunidense. La Casa Blanca acusó a Moscú de hackear los correos electrónicos del Partido Demócrata y de filtrarlos a Wikileaks. Luego, Donald Trump instó a los rusos a irrumpir en la cuenta de correo su rival, Hillary Clinton. En Washington políticos y medios de comunicación miran con suspicacias las loas que el candidato republicano le lanza a Vladimir Putin, así como sus declaraciones de que, en caso de ganar la presidencia, no apoyará a la OTAN en algún eventual conflicto contra Rusia. Motivos hay para los recelos: Trump tiene vínculos estrechos con empresarios cercanos al presidente ruso.
MOSCÚ (Proceso).- En noviembre de 2013, quienes acudieron a la celebración del concurso Miss Universo en esta capital, pudieron ver a un estadunidense rubio, corpulento y guasón entre los invitados; un tipo que desde la alfombra roja gritaba bajo los flashes de los fotógrafos: “You’re fired!” (¡estás despedido!) Era Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia más polémico en la historia de Estados Unidos y al mismo tiempo, uno de los personajes más populares en Rusia.
En 2013 las relaciones entre Washington y Moscú habían empezado a enrarecerse: Edward Snowden –exempleado de la CIA y quien ese año había filtrado a la prensa documentos clasificados de la Agencia de Seguridad Nacional– había escapado de Estados Unidos y estaba refugiado en Rusia.
Trump había ido a Rusia en plan de negocios y ahí quedó fascinado por la figura del presidente Vladimir Putin, un líder que dijo que haría “a su país grande de nuevo”, fórmula que al millonario neoyorquino le vino como anillo al dedo.
Ese “flechazo” fue correspondido. Putin ha alabado públicamente a Trump y éste ha tocado las teclas necesarias para agradar a Moscú y preocupar a los países cercanos a Rusia: incluso sugirió que no acudirá al rescate de los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en caso de invasión rusa, a menos que paguen más por su defensa.
También ha puesto en duda que Rusia hubiera hackeado los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata.
El Partido Demócrata de Estados Unidos denunció el pasado junio una vulneración a sus sistemas y la posterior filtración de correos electrónicos, publicados en Wikileaks, que causó revuelo en la víspera de la convención partidista, a finales de julio.
El gobierno de Barack Obama acusó oficialmente a Rusia de realizar una campaña de hackeo para interferir en las elecciones presidenciales estadunidenses al atacar computadoras del Partido Demócrata y de otros actores políticos. El punto cumbre del enfrentamiento entre Trump y Hillary Clinton, la otra candidata presidencial, ocurrió cuando, en coincidencia con la Convención Demócrata en Filadelfia, el magnate instó a los rusos a que irrumpieran en la cuenta de correo de su rival. Putin ha negado cualquier conexión con los hackeos.
Ahora los medios rusos pintan a Trump como el líder que el mundo necesita y a Clinton como una candidata peligrosa para la paz.
Y el comité de campaña de la aspirante demócrata a la Casa Blanca instó al director del FBI, James Comey, a que revele los datos sobre los presuntos vínculos del candidato republicano con el gobierno ruso. La petición se produjo después de que la agencia federal empezara a investigar 650 mil correos electrónicos que podrían estar vinculados con el uso de un servidor privado por parte de Clinton cuando ella era secretaria de Estado, un caso que el mismo Comey había cerrado en julio.
Los demócratas reaccionaron con enfado, sobre todo después de que la cadena CNBC dijera que Comey no quería acusar a Rusia de entrometerse en la elección, dada la cercanía de los comicios, pero que en todo caso decidió publicar que estaba revisando nuevas pruebas sobre Clinton.
Viajes de negocios
Trump suele ir a Moscú desde los ochentas. Su primer viaje de negocios a la entonces Unión Soviética tuvo lugar en 1987, como cuenta en su libro El arte de la negociación. Su idea inicial era buscar posibles ubicaciones para edificar hoteles de lujo, un área que tenía mucho potencial. Como el libro fue publicado ese mismo año, no se dice que el proyecto finalmente fracasó.
En 2005 se lanzó a construir un rascacielos en Moscú, pero tampoco prosperó. Pero su exploración del mercado ruso sí fue beneficiosa para él en el sentido inverso: los compradores rusos se convirtieron en buenos clientes de sus proyectos en Estados Unidos.
Por esa puerta el dinero ruso empezó a entrar a Estados Unidos, y buena parte de él fue a parar a los bolsillos de Trump.
Entre sus clientes está Dimitri Rybolovlev, quien en 2008 compró una casa de 18 habitaciones en Palm Beach por unos 100 millones de dólares. Ése es el único negocio que Trump reconoce haber hecho con un ruso. En 2004 el magnate estadunidense la había comprado por “sólo” 41 millones de dólares en una subasta, aprovechando una bancarrota, según consta en los registros.
Aunque Rybolovlev es un oligarca muy conocido en Rusia, no está entre los preferidos del Kremlin. Logró adquirir la gran empresa Uralkali cuando la Unión Soviética se desmoronó; y estuvo en la cárcel acusado de asesinato, aunque fue declarado inocente.
Quien sí ha cobrado mucha fuerza es otro socio de Trump: el azerbayano Aras Agalarov, que recibió la Orden de Honor de la Federación Rusa hace tres años. Aunque el mejor galardón que tiene es haber sido escogido para realizar importantes contratos estatales: es un buen enlace con el poder.
Durante los últimos años las grandes fortunas rusas han sido una vía de escape para colocar activos inmobiliarios. Los rusos ricos prefieren tener el dinero fuera de su país, porque en el suyo hay menos seguridad jurídica. Ahora, con la debacle del rublo –que ha reducido su valor a casi la mitad– el surtidor de dinero ruso tiene menos fuerza, aunque Trump mantiene abiertos los contactos, dando tiempo a que los negocios tomen forma.
Pero el viaje más conocido, por su presencia en los medios, fue el que hizo a Moscú cuando trajo a Rusia el concurso Miss Universo.
Y con la intermediación de Agalarov, llegó a concertar una entrevista con Putin. Casi se vieron, pero el presidente canceló la cita en el último momento.
El estadunidense entró en contacto con algunos oligarcas, con quienes compartió una fiesta privada en un club nocturno. Por aquel entonces Trump ya pensaba hacer carrera política. Y es posible que los rusos lo ayudaran.
La revista Mother Jones tuvo acceso al informe de un exespía estadunidense que asegura que Rusia ha estado “apoyando y reforzando a Trump, incluso con información de los servicios de inteligencia sobre sus rivales”.
Pero los rusos podrían tener algo “comprometedor” para Trump, algo obtenido durante su estancia en Moscú. Es lo que los rusos llaman un konpromat, una trampa –puede tratarse de una aventura con alguna mujer, un soborno o incluso algún tipo de delito– que se prepara para guardar las pruebas y eventualmente “chantajearlo” después, según el término usado por el exespía que entregó esa información al FBI.
La pista ucraniana
Otro vínculo indirecto de Trump con el Kremlin es Paul Manafort, su jefe de campaña hasta el pasado agosto y quien trabajó para el derrocado presidente ucraniano Víktor Yanukóvich.
Manafort comenzó asesorando a millonarios próximos al poder, después el propio Yanukóvich –un aliado del Kremlin– se convirtió en su cliente, para mejorar sus problemas de imagen. Había perdido unas elecciones polémicas en 2004, realizadas tras haber sido anulados los comicios anteriores por falta de limpieza: durante la campaña, el candidato de la oposición fue envenenado y en las calles se gestaba una revolución.
En Kiev, Manafort defendía los intereses estadunidenses al mismo tiempo que enseñaba a peinarse, vestirse y hablar a Yanukóvich y sus compañeros de partido.
“Obra de Manafort es la victoria en las elecciones de 2012, que consagraron a los prorrusos en el poder e incluso siguió asesorando al nuevo partido que se formó tras la fuga de Yanukóvich a Rusia”, explica Sevgil Musaieva, una de las investigadoras que ha destapado los pagos ilegales que recibió Manafort por el entramado político de Yanukóvich. Ese escándalo le hizo perder su posición privilegiada junto a Trump.
La Oficina Anticorrupción de Ucrania difundió documentos que indican que Manafort recibió 12.7 millones de dólares de la “caja B” del ucraniano Partido de las Regiones cuando asesoraba al expresidente. El propio Manafort, entrevistado por NBC News, dijo que jamás había trabajado para los gobiernos de Ucrania o Rusia ni cobrado sumas en efectivo al margen de las cuentas oficiales.
Pero el acercamiento de Trump a Rusia también se refleja en su círculo de colaboradores de confianza. “Es posible que Trump se viera influido por Manafort”, explica Thomas Remington, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Emory y autor de varios libros sobre Rusia.
El candidato republicano “ha adoptado posiciones pragmáticas propias de la realpolitik tradicional en Estados Unidos, pero no lo podemos considerar un observador serio de los asuntos internacionales, pues ha demostrado su ignorancia en asuntos cruciales”, señala Remington, que cita más nombres de su entorno ligados a Rusia: “Michael Flynn, hostil al islam y comprensivo con Rusia, que también ha influido en Trump” desde su puesto de asesor de seguridad.
La sombra del Partido Republicano nunca ha preocupado tanto en Kiev. La viceprimera ministra de Ucrania, Ivanna Klympush-Tsintsadze, se muestra especialmente preocupada por las declaraciones de Trump “en las que alaba al presidente ruso, Vladimir Putin, por su supuesta ‘conducta’ masculina en la arena internacional”.
En declaraciones a Proceso, Klympush-Tsintsadze muestra el temor de su gabinete ante la posibilidad de que Trump intente dejar a un lado “el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial y la propia legalidad internacional”.
Las palabras de Trump retratan a una persona muy próxima a los dictados de Moscú. “Los crimeos quieren estar en Rusia y no en Ucrania”, dijo el candidato republicano en una entrevista con la cadena ABC. A la pregunta de si pretende reconocer a la península como parte de Rusia, respondió: “Lo analizaré”.
Incluso anunció que estudiará la posibilidad de levantar las sanciones impuestas contra Moscú si llega a la Casa Blanca. En cualquier caso, dice la viceprimera ministra ucraniana, Kiev espera que Estados Unidos, gane quien gane, “mantenga la misma política respecto a Estados como Ucrania o Georgia”.
Tampoco desean cambios respecto a la OTAN, “que también ha sido ‘socavada’ por Trump en los comentarios que ha hecho a los medios”, según el gobierno ucraniano.
Moscú prefiere esperar y ver desde lejos. Después de llevar años quejándose de intromisiones de Occidente en su política interna, los escándalos de estos días han concedido una pequeña revancha a quienes un día fueron considerados los perdedores de la Guerra Fría.