Paquita la del Barrio
Paquita la del Barrio a Proceso: “Nunca pensé tener éxito, pero mi voz no se parece a ninguna”
"Mientras no tengamos un gobernante que piense en los demás, seguiremos hundiéndonos", decía la cantante en 1996 en una entrevista publicada en el número 1029 del semanario Proceso. Por ser de interés para los lectores recuperamos la conversación con la icónica cantante fallecida este lunes.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Proceso entrevistó a Paquita la del Barrio en tres ocasiones. La primera, tras su función de medianoche al cumplirse quince años del restaurante bar con su nombre Casa Paquita; la segunda, luego de su actuación en su nuevo Salón Aries; y la tercera, durante el verano de 1996.
Ahí vivía y así resumió su vida entre lágrimas, risas y desamor.
Cuando canta, el rostro de Paquita la del Barrio se torna misterioso, duro, impenetrable.
Pero como cámara de ecos, en su pecho desborda la amargura del engaño amoroso, dando voz a traiciones y llantos de los parroquianos que desde hace quince años acumulan las malas vibras en cada mesa y rincón del restaurante bar de su propiedad, en la colonia Guerrero.
Al conjuro de la voz de Paquita se sueltan las sombras de la falsedad del cariño, y en el solo de cada bolero su dignidad de mujer increpa –cual sacerdotisa de la pasión– a aquellos espectros masculinos que visitan el bar de la calle de Zarco, cada noche de jueves a domingo:
“¿Me estás oyendo, inútil?”
El ruido del metro subterráneo es acallado por los aplausos y alaridos de la multitud.
La elegante Paquita suda. Lleva vestido de lentejuelas plateadas diseñado por ella y su costurera Lupita, anillos y aretes brillantes. Por sus largas pestañas caen lágrimas que apresura a secar con servilletas que brinda el público, escritas con títulos de canciones. Camina pausada con zapatos de tacón alto por el pequeño escenario y gira su mano impecable cuando el cuarteto norteño Oro Negro atrasa el tiempo de la polka o el vals. Se frena. Mira directa a los ojos de la gente y arranca su acento con frases de pena, entregando el bolero que provoca coros de catarsis:
“Tres veces te engañé...
la primera por coraje,
la segunda por capricho,
la tercera por placer,
y después de esas tres veces
no quiero volverte a ver.”
Brindis a brindis, ellas la aclaman y piden esas piezas donde los hombres son menos que una ficha sin valor y un gusano, o a lo más, se les compara con un perro, la basura, el desperdicio, la escoria humana. Lo curioso es que ellos también se identifican con el despecho y lloran, o se miran avergonzados en el espejo de aquellas canciones.
Proceso se entrevistó con Paquita tres veces. La primera, tras su repleta función de medianoche al cumplirse quince años en el restaurante bar que lleva su nombre; la segunda, luego de su presentación subiendo, en su nuevo Salón Aries; y la tercera, en la quietud nocturna de comienzos de semana en los altos de esa casona de Zarco 202. Ahí vive y resume su experiencia:
“La mujer ama mejor, porque si el hombre amara como la mujer, no engañaría tan fácil como ustedes lo hacen. Mucha gente me ha querido engañar, robar, sacar provecho. La traición y el engaño son lo más despreciable del ser humano; el engaño es muy injusto, muy doloroso. Puedes estar contento con una persona que ames, pero si sabes que dentro de esa persona existió una traición, no la perdonas.”
“Chica” en Alto Lucero
Ranchero de Las Casillas -pueblo de la montaña baja veracruzana cerca de Cerrillos de Díaz-, el padre de Paquita fue Tomás Viveros, quien procreó nueve hijos con doña Aurora Barradas Viveros: Miguel, José, Daniel, Joaquín, Noé, Erasto, Paquita, Viola y Emilio.
Francisca Viveros Barradas nació en el número 3 de la lodosa y empedrada calle Corpus Christi, en la meseta de Alto Lucero, el dos de abril de 1947 y toda su infancia vivió con su tía Lucía.
“Mi mamá era Aurora Barradas Viveros y yo me parecía a ella –cuenta Paquita–. A veces la escuchaba cantar cuando lavaba ‘La barca de oro’ y el tipo de las canciones que grababa María Luisa Landín, como ‘Amor perdido’. Desde los nueve años empecé a echar mis gorgorillos, porque mi abuelito Valentín Barradas y mi abuelita Natividad Viveros tenían una finca donde se daba la cosecha de café o plátano y en una cosecha me mandaban al pueblo con las bestias cargadas con todo lo que se daba: en junio el mango, en noviembre el café y así, según la temporada; pero mi cariño y la costumbre fueron para mi tía Lucía.”
A caballo, Paquita llevaba los bultos de fruta y granos, acarreando agua, entonando “Por un amor” y “Monedita de oro”, canciones que aprendió por “Mencho” Bravo, quien proyectaba cine en Alto Lucero.
Niña alegre, entró a la primaria a los diez años y ya sólo frecuentaba a sus abuelos en vacaciones. A los quince se enamoró. Entraba al colegio a las 8 de la mañana, frente del Palacio de Gobierno, y la saludaba de pie el tesorero del Registro Civil:
–Buenos días, Güerita.
Acabó la primaria y para seguir estudiando necesitaba ir a Xalapa, pero “una como mujer allá, pues no les gusta a los padres que una salga de la casa de ellos”. Tenía su fe de bautizo si bien sus padres olvidaron registrarla. Fue a la presidencia y se encontró con aquel tesorero, quien le ayudó a redactar su acta de nacimiento.
Y de paso, le ofreció empleo.
“Me cupo de raro –rememora–, no tenía ningún estudio y le contesté que no creía que mi tía me dejara. Dijo que no necesitaba mucho estudio para hacer las actas de nacimiento y defunciones. Mandó a mi primo Álvaro, y como allá hablan muy fuerte, escuché. ‘Yo no mando a Chica’, le contestó mi mamá, ‘pregúntale a su tía Aurora’, y le contestó a mi primo: ‘Por mi parte no me gustaría, esos señores son unos lagartos’, o sea, vividores, abusivos. Y a mi tía: ‘La chamaca, como no está fea, este señor seguramente ya le echó el ojo. Allá tú si la dejas ir, a mí no me metas’. Tons’ ya vino mi tía: ‘Oye muchachita, ¿qué, tú quieres trabajar en la presidencia? No, pus por mi parte no vas a ir’. Entonces le dije: ‘Fíjate que viéndola bien, creo que sí voy a trabajar con él. ¿Me voy a encerrar aquí nomás a acarrear agua, a casarme y tener un montón de hijos? Álvaro, dile al señor que sí voy’. Al otro día entré al Registro Civil.”
Paquita suspira hondamente. Un gato gris junto a ella maúlla, presagiando lágrimas de su ama.
“El señor se acercaba a mí –sigue Paquita–, se me repegaba: ‘Mira güera, esto se hace así’ y allá y acá, y yo ¡ay!, temblaba de miedo y por pena no le decía nada. Pues total, llegó un momento que yo pus como ser humano sentí el calor de él, hasta que un día cometí el error de... pus de regarla, de meterme con él. Estaba enamorada y como mi tía nunca me dejaba estar de novia con ningún chamaco, desahogué mis sentimientos ahí.”
Aquel tesorero, casado, Miguel Gerardo Magaña, sería el padre en 1968 del primero de los dos hijos que tuvieron, nombrado como él.
“Me fui a Chicoantepec [de Tejada, municipio veracruzano de la Huasteca Baja] con mi hijo y sufría mucho, mi casa no tenía ni estufa ni comedor, sólo lo necesario. Me volví a embarazar de Javier, que nació en 1969 en Tampico, Tamaulipas. El seguía casado con su mujer en Xalapa, vivíamos juntos, él me mantenía, pus yo ¿de dónde? Yo le lavaba y le planchaba. Para mí fueron años muy tristes, puro llorar. Es decepcionante cuando una mujer se mete con un hombre casado sobre todo joven, chamaca, que ni sabe nada, es muy desagradable. No se lo aconsejo a nadie.”
En ninguno de los nacimientos estuvo el padre. Paquita se separó en 1970.
“Estuve un año ausente de Alto Lucero; en Chicoantepec, le pedí que me diera permiso de ir a ver a mi familia. En casa de mi mamá me di cuenta que mi hermana Viola cantaba. Un señor, Faustino, tocaba la guitarra y nos acoplamos, se oía bonito el dueto como por obra del Espíritu Santo, yo llevaba la segunda voz. Empezó la gente del pueblo a decirnos que nos viniéramos a México, que aquí íbamos a triunfar.”
Y compró un boleto para México. Dejó con su madre al niño más pequeño. Su boleto no tuvo regreso.
En el barrio
Manuel Guadarrama, “bien chapudo y simpático”, contactó al dueto, Las Golondrinas, con el periodista Carlos Araujo. Éste llevó a Paquita y su hermana Viola (cuyo apellido artístico es Dorantes) con El tío Plácido en La Fogata Norteña, de Insurgentes y Gómez Farías. Vivían en el Centro Histórico, en una vecindad de Rayón.
“Nos desvelábamos mucho, porque después de la variedad les cantábamos a los parroquianos la propina y queríamos ganar más. Era un martirio, nos pasábamos todo el día durmiendo, desayunábamos a las cuatro de la tarde. Una vecina siempre nos fastidiaba con poner botellas de vino en la escalera para que el dueño pensara que éramos nosotras. Y ahí nos tienes llorando: ‘No señor, nosotras no somos’. Y ya en una ocasión conocí al que es mi marido, Alfonso, en 1970.”
–¿Qué pasó con el padre de sus hijos?
–Preguntaba mucho por mí y preguntaba mucho desde Xalapa. Era bueno conmigo, lo que pasa es que tengo entendido que la esposa de él siempre iba a un centro espiritista y creo que por medio de eso logró separarme de él.
–¿Y Alfonso?
–Alfonso tomaba mucho, empezaba a discutir conmigo, trataba de pelear, hasta que me aburrí y un día le dije: “Oye, ¿sabes qué? Hasta aquí. Terminamos. Creo que yo vine a triunfar aquí a México. No vine ni a buscar marido ni a que me mangoneen ni a que me moleste nadie; tengo mis hijos y tengo que salir adelante”. Así soy. Lo que no deja, dejarlo. Estaba él a cargo de un restaurante en el hotel La Riviera, sus trabajadores meseros le decían que como yo era artista, que al rato lo iba a hacer tonto. Agarró y se fue. A las siete de la mañana llegó bien tomado: “Perdóname, que no vuelve a suceder...”. Y yo: “Fíjate que no, aquí terminamos”. Total, que me pidió mil disculpas, lo perdoné y volvimos a lo mismo. Me salí de ese cuarto y nos fuimos a vivir mi hermana y yo con Alfonso en la calle de Argentina, buscamos un departamentito más grande.
–¿Cuántos años duraron Las Golondrinas?
–Diez. Con El tío Plácido estuvimos de planta más de un año, hacíamos cabaret, aunque en la provincia no nos dejaban porque teníamos que fichar y nosotras no. Logramos grabar un disco sencillo, pero no pasó nada. Entonces trabajábamos en El Amanecer Tapatío de [la calle] Obrero Mundial. Ya luego le salió un trabajo a mi hermana Viola, a Perú, Chile, Bolivia. Y con todos los globos del mundo se fue a cantar allá, sin pensar en mí. Yo ya no quise cantar sola.
Golondrina viajera
Globos de colores adornan la celebración en El Bar de Paquita. Suben al foro Dolly de Albert, Gloria Román “El huracán de Tabasco”, y Carmen Díaz. Un espontáneo [de sombrero tejano y acompañado de acordeón] interpreta “Hay que pegarle a la mujer con el cariño”, de Ramón Ayala y sus Bravos del Norte, a ritmo ranchero.
Pasada medianoche, el turno esperado. Paquita brinda lo mejor de su repertorio en hora y media: “Afrodita”, “Hipócrita”, “Cheque en blanco”, “Amor aventurero”, “Amor perdido”, “Desquítate conmigo”, “Te voy a olvidar”, “Escoria humana”, “Libro abierto”, “Tres veces te engañé”, “Señor” y “¿Qué estoy haciendo aquí?”, éstas dos últimas compuestas por ella.
La gente la interrumpe a cada canción para tomarse fotos, hasta que Paquita los rechaza. Los gritos y la aclamación la hacen volver dos veces, y su canción final es el bolero en mayores “Libro abierto”, de Fidel Dávalos Valadez, una bendición para tanta noche maldita:
“Me importas tú, tú sí escribes muy bonito.
Para ti soy libro abierto,
escribe en mí, te necesito.”
Las paredes vibran con retratos enmarcados: Paquita con Adalberto Martínez “Resortes”, Rubén “El Púas” Olivares, Joaquín Cordero, Denisse De Kalafe, Ernesto Alonso y Silvia Pinal, cuya película “Modelo antiguo” (rodaje de Raúl Araiza) permite apreciar su “Tres veces te engañé” en vivo, en el bar, hacia 1992.
–¿Le escribía su hermana?
–A los cinco meses escribió que estaba bien, que acababa de conocer muchas partes, era feliz; pero pasaron otros cinco meses y ni una noticia. Mi mamá empezó a cavilar mucho y creo que le afectó, porque se enfermó de diabetes. Mi madre se quedó sola, como yo. En ese tiempo yo vivía en esta misma calle, en Zarco 149, y me tocaron la puerta. Era mi madre, venía muy triste, acongojada, me abrazó y comenzó a llorar. “M'hija, vengo muy enferma. No veo”. Cuando llegó Alfonso del trabajo le dije que me acompañara a llevarla con un doctor a Tlatelolco y el doctor, ya viendo los síntomas que traía mi madre, no le dio medicina, y a los tres días tuve que internarla en la Clínica Prensa. Nunca le bajaron la azúcar. Me la dieron de alta, pero mentiras, sólo la querían sacar de ahí. Y yo la veía más mal y se me cayó en casa. La llevamos al baño. La volví a llevar a la Prensa y ya no salió. En eso llegó mi hermana de Perú, en diciembre del 77.”
–¿Les ayudó?
–Mi hermana la de la feria y ni pinche lana. Nos mandó a la chingada. Ni un quinto. Para eso yo con un tremendo embarazo de Alfonso, horrible, desde los cuatro, cinco meses no podía dormir. Mi madre se agravó y en ese tiempo me había dedicado a hacer banquetes, le había tocado velarla a mi hermano el chico, Emilio. A las cinco de la mañana del 11 de diciembre recibí un telefonazo y me dice: “Mi mamá acaba de morir”. Pus ya te imaginas, me daba de golpes en la cabeza.
Dio a luz dos niños en un hospital de Santa María La Ribera.
“Pero no se criaron los cuatitos. A los dos días murieron. Nunca los pusieron en la incubadora y yo pensaba lo pior. Era una ilusión, yo sabía que iban a ser dos. Me los dieron y se acabó la ilusión.”
–¿Perdonó a su hermana?
–Nunca le he dicho nada. De por sí vive traumada.
–¿Por eso?
–No... tiene otra forma de pensar. Tiene diferente carácter. No entiende a la gente. Es todo para ella.
–¿Por qué no la llevó a usted a Sudamérica como dueto?
–Eso mismo digo yo, ¿no? Y por qué los reproches de que yo triunfé y ella no. Al principio, cuando salí en el programa del señor Guillermo Ochoa en 86 pensó que yo era muy famosa; para mí era el comienzo de algo y yo no era quién ni para recomendarla a ella que cantaba y grababa, a mí me hicieron favor de darme esos programas. Entons’, ella nunca me ha perdonado que yo triunfe.
Internacionalización
Actualmente, Paquita es todo un fenómeno musical cuyo prestigio la ha llevado siete veces a cantar en España, donde en 1994 la felicitó el cineasta Pedro Almodóvar. Creyente como es, su sueño es cantarle al Papa Juan Pablo II, en Roma, a quien incluso le mandó dos casetes desde España.
Su triunfo no fue fabricado (“yo me hice solita”, dice ufana con tono dulce, muy diferente de la fortaleza con la que canta). Esos banquetes a miles de maestros del SNTE en Popo Park y en el Autódromo Hermanos Rodríguez le dejaron “unos centavos”, mismos que invirtió hace quince años en su restaurante bar Paquita La del Barrio.
“Se vendía el terreno –recuerda–, tiramos las paredes viejas y construimos el primer jacal. Vendíamos barbacoa los domingos, pero había una humazón tremenda, mucha grasa y no nos convenía. Se me ocurrió otro tipo de comida y variedad. Empecé con un conjunto norteño a hacer el ambiente. Venía poca gente, de La Villa sobre todo y ya luego trabajamos sábados, viernes y ya en el 86, los jueves.”
–¿Cómo nació su sobrenombre “Paquita la del Barrio”?
–Eso de Paquita la del Barrio fue una transa... Me lo puso Felipe “El Indio” Jiménez, director de Yolanda del Río. Era para ella, pero me lo puso y fue un trancazo. En ese tiempo todavía guisaba en mi restaurante y me metí a la cocina a mover la comida y cuando regresé al salón me dijo: “Ya tengo tu nombre...” “¿Paquita la del Barrio?, se oye bonito”, le dije, “se oye bien. “¿No te molesta?”. “No, ¿por qué?”. Quién sabe si sentía que se oía corriente… Yo había grabado una canción que se llamaba “El barrio de los faroles”. Fuimos a RCA, canté “Lámpara sin luz” y el señor Jiménez oyó que dijeron: “Esta vieja va a pegar”. Pero los señores de RCA me rechazaron. Luego, ya con mi grupo Oro Negro, me llevó a Monterrey para mi primer disquito con “Cheque en blanco”. Para el tercero se interesó una compañía por mí y grabé “Tres veces te engañé”, que cantaba mi hermana.
–¿Qué siente Paquita al cantar?
–Mucha tristeza, estoy sintiendo lo que dice la canción. Y me da coraje. Todo mundo viene con sus problemas y yo empiezo a cantar, a explayarme, tengo mi sentir de la vida y esa gente se toma una copa, se desahoga, llora o ríe. Todo eso y las miradas concentradas en mí, pos se quedan en el lugar. Yo me desahogo en mi canto. Y a veces tengo que estarme barriendo con un huevo para que se lo agarren, porque a veces me siento muy pesada de tanto que recibo.
“Hasta que Dios me dé fuerzas”
–¿Cómo se le ocurrió eso de “¿Me estás oyendo, inútil”?
–Es que una vez me enojé con mi marido Alfonso porque no llegó en toda la noche. Como siempre. Entonces llegó en la tarde cuando estaba yo en la variedad y me dio tanto coraje que se me ocurrió gritarle eso: “¡Me estás oyendo, inútil!” (ríe). Y ahí se quedó. Ora sí que para la historia.
–Como Lupita D’Alessio, ¿son canciones de odio contra ellos?
–No, las mías no son así. Estas son de dolor, si tú quieres de despecho, pero tanto el hombre como la mujer pueden cantar lo mismo.
–¿Qué es la amistad?
–Para mí la única artista que yo quería con todo mi amor fue María “La Tarasca”, que murió en un avionazo en Colombia. Sencilla como yo. La amistad es muy bonita, sabiéndola conservar. A veces se quiere más a una amistad que a su propia familia, recibes más. Cuando hay limpieza, la amistad se da con hombre o mujer. La gente se quiere por lo que te demuestran. Tengo pocos amigos, si tú quieres.
–¿Quién ama mejor, el hombre o la mujer?
–Pues la mujer, pienso yo. Porque si el hombre amara no existiría el engaño. Cuando se ama de verdad a alguien, creo que no como quiera se puede engañar. Y para el hombre es más fácil. A veces quisiera deshacerme de muchas cosas, he vivido tanto sufrimiento...
–¿Don Alfonso...?
–Te pones a pensar –dice absorta en sí misma– que quisiste a esta persona y te preguntas: “¿Por qué tuvo que pasar esto?” pues te hizo un daño, una traición. Entonces quieres perdonar aquello que pasó y vuelve a ti con toda esa porquería, esa cosa que siempre estás pensando, como mujer: “¿Por qué anda con ella? No ha dejado de verla…” Para mí sigue siendo un martirio todo eso. Y vives y cada quien por su lado, como que la vida no existe para ti.
Paquita llora.
“Para él y para mucha gente, para mis empleados, sólo me ven trabajar como negocio.”
–¿A qué atribuye el éxito?
–Nunca pensé tenerlo. Pero creo que mi voz no se parece a ninguna. Las letras son muy importantes y la forma en que digo las cosas creo que le gusta a la gente.
–¿Nadie le ha propuesto escribir su vida?
–Hay una señora que me habla de Chihuahua, pero no le tengo fe. Me gustaría actuar e interpretar mi propia vida en cine.
–¿Cuál considera que fue la mejor cantante mexicana de bolero y rancheras?
–Chelo Silva. Estuvo aquí en mi negocio por 86, 87. Y el otro día hice un dueto con Óscar Chávez en la W Radio y salió bonito.
–¿Conoció a José Alfredo Jiménez?
–En un homenaje que se le hizo en Villa de Acala, Chiapas. Era muy cortante, nunca se acercó a nosotros los pobres artistas. Llegó en su helicóptero, se encerró en su cuartucho y no fue para saludar a nadie. Mi hermana y yo fuimos más aceptadas que él allá. Está mal que lo diga, pero así fue.
–¿Le interesa la política?
–Mientras no tengamos un gobernante que piense en los demás, seguiremos hundiéndonos. Yo orita quisiera terminar de pagar mis deudas con Hacienda. Tengo que trabajar mucho para liquidar lo que debo. Nos cargaron la mano, creen que gano muchísimo dinero; pero de fama no voy a comer. No porque salga en la tele tengo mucho, Televisa no paga esos programas. Pero nunca veo para quién canto, si son políticos o qué.
–¿Su ambición?
–Seguir trabajando hasta que Dios me dé fuerzas. Apenas empiezo a trabajar.
–¿Habla con Dios?
–Sí. Claro que no me contesta, ¿verdad? Estaría mintiendo. Es el gran poder por sobre todos nosotros.
Reportaje publicado el 22 de julio de 1996 en la edición 1029 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.