Teatro/De este lado

"No he vuelto a tomar café con Lorca" y un escritor frustrado

La estética surrealista y simbólica de Lorca y el estilo kitch de Pedro Almodóvar está bien expresada en el diseño escenográfico de Melisa Värish y el vestuario de Sandra Garibaldi. Una mesa con manos de utilería, un ojo/luna que observa a través de una ventana.
jueves, 9 de octubre de 2025 · 13:51

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-En un universo surrealista y con la profundidad emocional de los personajes, No he vuelto a tomar café con Lorca muestra a un escritor que trabaja como actor y vestuarista e intenta escribir mezclando su vida con la ficción; enfrenta un bombardeo de emociones que no sabe controlar y siente que la vida lo supera; convive con una gata negra y un hombre que lo hospeda sin compromisos de relación. La llegada inesperada de la madre lo trastorna y le provoca un ataque de ansiedad.

No he vuelto a tomar café con Lorca es del autor costarricense Bryan Vindas, y es llevada a escena por Olivia Barrera con las actuaciones de Mariano Ruiz como Francisco Javier, Guillermina Campuzano como la gata negra y otros personajes que dan vida a las ficciones y realidades del autor, además de narrar y contextualizar lo que sucede; Alejandra Marín, la madre y Duane Cochran, el amante y pianista que acompaña momentos importantes de la obra.

Al llegar la madre de Francisco Javier a la casa, éste casi pierde el habla. Su tartamudeo, su ansiedad y exaltación -un tanto exagerada-, aunque posiblemente justificada, hacen palpable su afectación y se inicia un reencuentro atravesado por emociones que trata de entender, por resentimientos acumulados, incomprensiones y una dificultad en la comunicación. Se devela en el protagonista un sentimiento de abandono y una necesidad absoluta de complacer y retener a la madre, aunque no pueda evitar expresar sus diferencias de opinión y ese reclamo por su comportamiento en el pasado.

Las actuaciones son contundentes y Mariano Ruiz responde con éxito a la complejidad de su personaje, Francisco Javier; sus sentimientos contradictorios y avasalladores, su incapacidad para enfrentar los sucesos que se le presentan y su dualidad como autor y partícipe de su propia obra. Guillermina Campuzano caracteriza perfectamente a una gata a partir de los movimientos que reflejan instinto e inteligencia animal; a la vez que es también la que narra y la abogada que provoca a una actriz/madre con un comportamiento errático. La madre, interpretada acertadamente por Alejandra Marín, se mantiene en estado de contención, con picos disruptivos como cuando es esa actriz que el escritor reproduce imaginando a su madre después de que ella le cuenta que fue actriz. Finalmente, Duane Cochran interpreta al que acepta a Francisco Javier, compadecido de su orfandad en una inhóspita ciudad como Madrid, y que puede justificarse su dificultad de hablar el español por su extranjería, pero que se desempeña mejor tocando el piano y dando el ambiente adecuado a las escenas.

El texto de Bryan Vindas es afortunado y retador al jugar con realidades superpuestas y un laberinto de sentimientos por el que transitan los personajes. La historia de Francisco Javier se confunde y recrea con lo que él mismo escribe y representa. Va y viene, observa y participa, escribe y reescribe tratando de entender y entenderse, aunque no lo logre, y su investigación se ve interrumpida por una noticia que cambia por completo su perspectiva y lo lleva a un final de derrota que corrige y vuelve a escribir.

Olivia Barrera guía muy bien a los actores para profundizar en sus personajes y tener una paleta de emociones diversa. Cada personaje refleja un mundo y logra contrapuntear las realidades que el autor va escribiendo. En su trazo fluido hace que el pequeño departamento sea un espacio cómodo para interactuar.

La estética surrealista y simbólica de Lorca y el estilo kitch de Pedro Almodóvar está bien expresada en el diseño escenográfico de Melisa Värish y el vestuario de Sandra Garibaldi. Una mesa con manos de utilería, un ojo/luna que observa a través de una ventana, una lámpara con soporte de un desnudo, un teléfono rojo y un sillón azul aqua retro.

No he vuelto a tomar café con Lorca es una obra trepidante, con una estructura que nos sumerge en realidades superpuestas y que mantiene nuestra atención de principio a fin; con giros y retruécanos afectivos que hacen evidente el poder de la madre sobre un hijo, y el padre castrante que está detrás. Se presenta viernes (20 hrs.) y sábados (13 hrs.) en el Teatro la Capilla.

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