Cine
“Caminos cruzados”
Caminos cruzados es una especie de novela con personajes densos, con una trama cargada de falsa pistas que terminan por exponer una realidad más allá de cualquier supuesto o simple prejuicio.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (apro).– El viaje comienza en Georgia, en Batumi, ciudad sobre la costa del Mar Negro: Lia (Mzia Arabuli), maestra retirada, decide partir en busca de Thekla, su sobrina transexual, repudiada años atrás; encontrarla significa hacer las paces y cumplir así con la última voluntad de su difunta hermana. Cuando se entera que Thekla vive y trabaja en Turquía, Achi (Lucas Kankava), uno de sus exalumnos, se ofrece a acompañarla en el viaje y servirle de guía e intérprete (por lo menos es lo que él promete); la inverosímil pareja llega a Estambul, donde conoce a Evrim (Deniz Dumanli), una abogada dedica a defender los derechos de la comunidad transexual.
En realidad, Caminos cruzados (Crossing; Suecia-Dinamarca-Francia-Turquía-Georgia, 2024) es una especie de novela con personajes densos, con una trama cargada de falsa pistas que terminan por exponer una realidad más allá de cualquier supuesto o simple prejuicio.
Levan Akin, realizador sueco de padres georgianos nacidos en Estambul, evoca el trayecto que seguía con su familia cuando visitaban Georgia y Turquía; antes de la pandemia, Akin adquirió fama con And then we danced, cinta que causó escándalo y repudio en Georgia, país, según declara el director, entre los más intolerantes del planeta.
Estambul es el sitio ideal para perderse o desaparecer, y quizá Thekla no quiere ser encontrada. Lia y Achi exploran el ambiente de calles y callejones de espaldas al Bósforo, plagado de niños sin hogar, inmigrantes, muchos de ellos georgianos, y, sobre todo, prostitución; cualquier cosa por sobrevivir. Akin evita la estampa turística de la capital turca, y la cámara de Lisabi Fridell, la misma cinematógrafa de su cinta anterior que retrató el lenguaje dramático de la danza y el nacimiento de la pasión de los bailarines, capta ahora un paisaje urbano donde hasta las piedras parecen estar vivas.
Una experiencia común para quien haya caminado por algunos barrios de Estambul es encontrarse con gatos de todo tipo y colores; Atkin aprovecha esta imagen y construye secuencias en las que, además de los gatos, los transexuales comienzan a salir poco a poco hasta componer, de manera discreta y respetuosa, caleidoscopios extravagantes de tipos diferentes, cada uno con personalidad propia. El realizador, quien se adentró en la comunidad transexual, le advierte al espectador que tanto el turco como el georgiano son lenguas que usan el neutro para el género, pues no poseen género gramatical, y seguramente mucha de la sutileza de los diálogos se pierde para el espectador.
Y en cuanto a género de cine, Crossing naturalmente se sitúa en el llamado road picture: Lia y Aichi se trasladan desde Batumi hasta Estambul por diferentes medios de transporte, el par se contrapone a otro par que viaja en paralelo; hasta que Lia y Evrim (la abogada trans que anteriormente se dedicaba a la prostitución) se encuentran y se apoyan mutuamente, el foco se desplaza hacia esta relación. Pero el verdadero viaje resulta ser interior; con Lia, la mítica actriz georgiana Mzia Arabuli transmite la experiencia de una existencia seca y llena de frustración, y la experiencia la transforma gradualmente, como si intolerancia y prejuicios derivaran de una actitud cultural cerrada y pobre, hasta la dulzura y la reconciliación con la vida en todas sus manifestaciones.
Caminos cruzados es el tipo de película en la que conviene más hablar de una odisea en vez de etiquetarla como road picture o road movie.