Cine

"Todos somos extraños"

Con “Todos somos extraños”, el británico Andrew Haigh consagra su carrera como cineasta de relatos íntimos, fuera de lo común.
sábado, 9 de marzo de 2024 · 10:39

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– Guionista, solitario escritor de profesión, Adam (Andrew Scott) vive en un departamento a las afueras de Londres; el lujoso edificio parece deshabitado, con apenas un vecino, Harry (Paul Mescal), y emprende con él una relación amorosa.

Trabado con su escritura, intenta hablar sobre su infancia, contar la historia con sus padres, esos progenitores que murieron en un accidente cuando aún no cumplía 12 años; un día toma el Metro, busca la casa familiar y la encuentra, ahí viven ellos, tal como eran cuando fallecieron, más jóvenes que él en la actualidad; ahora va a conocerlos y dejarse conocer, confesar su orientación sexual, y reprocharles fallas y falta de apoyo.

Con “Todos somos extraños” (All of Us Strangers; Reino Unido-Estados Unidos, 2023), el británico Andrew Haigh consagra su carrera como cineasta de relatos íntimos, fuera de lo común, como fue “45 años” (2015), donde pone a contender a dos grandes veteranos del cine europeo, Charlotte Rampling y Tom Courtenay.

Esta vez aceptó la propuesta de llevar a la pantalla la exitosa novela, “Extraños”, del japonés fallecido el año pasado Taichi Yamada (1987), de la cual se hizo una película al año siguiente en Japón, ‘Los desencarnados’ (1987); el original es un relato de fantasmas que Haigh trastoca por completo, sólo conserva la idea, y hace suyo el material, lo impregna de sus memorias, de sus propios fantasmas.

El logro más notable de Haigh fue el de haber compuesto una forma de cuarteto de cuerdas con las actuaciones de Andrew Scott, Paul Mescal y la pareja de actores que interpretan a los padres de Adam, Jamie Bell y Claire Foy; en la música de ambiente se escuchan las canciones de moda del final de los ochenta, Frankie goes to Hollywood o los Pet Shop Boys, con ‘Siempre estás en mi mente’ (You’re Always on My Mind), con las que se acumula una buena carga de nostalgia, ecos para quienes vivieron esa época, como también para quienes no la vivieron, pues voces y melodías actúan como resonadores de los estados afectivos de los protagonistas; son las emociones y matices que transmite cada actor a través de su personaje, el diálogo entre ellos, fantasma o no, donde se ejecuta la verdadera música de la película.

La fotografía del sudafricano Jamie Ramsay capta visualmente matices de emociones, contrastes y claroscuros, que aprovecha la estupenda edición de Jonathan Alberts para combinar realidad y ensoñación, que no sueño o alucinación; la presencia de los padres, por ejemplo, es real, como es real su sorpresa ante el contraste de actitudes entre el final de la década de los ochenta, en plena crisis del sida, y las reacciones de preocupación y aceptación cuando Adam los confronta.

Andrew Haigh decidió rodar la cinta en la misma casa de su infancia a la que no había vuelto en 30 años; más personalmente involucrado no podía estar en la historia, a tal punto que en una entrevista el director bromea que ésta ha sido la terapia más cara que ha tomado.

“Todos somos extraños” reafirma la tendencia de realizadores que utilizan el género, en este caso historia de fantasmas, más como metáfora que como estructura narrativa tradicional que impone contenido y desenlace, exorcizar al fantasma o ser destruido por él; en el caso de Adam, el fantasma es el de sus miedos, culpa, soledad y desazón, en otras palabras, los fantasmas del individuo moderno, del habitante urbano incomunicado.

Por lo mismo, el espectador experimenta un tanto de frustración con la constante dislocación de tiempos y espacios; el encuentro con los padres sintácticamente funciona como “flashback” pero se haya en el presente real, o ese Londres distópico, actual o futuro, donde lo humano casi no existe.

 

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