Exilio español

El desastre en Valencia: Max Aub y Josep Renau

En este artículo entregado a Proceso, el destacado historiador y crítico de arte, tras el terrible azote climático a la ciudad de Valencia, España, rinde tributo al escritor Max Aub (París, 1903-D.F., 1972) y al pintor Josep Renau (Valencia, 1907-Berlin, 1982), exiliados republicanos en México.
jueves, 14 de noviembre de 2024 · 13:22

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El desastre en Valencia, España, atañe a México por la afectación de los centros de la memoria dedicados a Max Aub y a Josef Renau (*).

Aub fue un combatiente distinguido contra el fascismo y el nazismo, no sólo como trabajador de la cultura sino participante en trabajos políticos diversos, gracias a la solidaridad de simpatizantes con la Republica española y con sus tareas de escritor, especialmente la biografía de Jusep -como escribía en lugar de Josep, de apellido Torres Campalans, pintor a quien encuentra en Tuxtla Gutiérrez a raíz de ser invitado en 1955 a celebrar los 350 años de la primera parte de El Quijote.

Un librero catalán le informa sobre el “hombre alto de color, seco al que llaman Don Jusepe” con casa entre los chamulas -“una champa de hoja de palma”-, que se niega a hablar de su pasado en París antes de la guerra del 14. A raíz de la publicación de la novela, los escritores mexicanos Jaime García Terrés y Carlos Fuentes recogieron los recuerdos sobre el pintor parisino conocido en París por Siqueiros, según declaró el famoso y perseguido comunista. Jean Cassou publicó un folleto sobre la vida del pintor que expuso en dos ocasiones: en México en 1958 en las Galerías Excélsior, y en Nueva York en 1962 en la Galería Bodley.

Según parece, el personaje es creación de Max Aub. Al final de la contratapa de Editorial Lumen, se precisa que es una “magistral reconstrucción del ambiente intelectual y artístico catalán y parisiense de principios de siglo”.

Pese a su vida azarosa, Aub publicó en 1929, 1933 y 1934 tres breves novelas, y luego de pasar tres años en las cárceles y los campos de concentración, de fugarse y de llegar a México a fines de 1942, escribe un conjunto de novelas sobre la Republica española con cuatro títulos, a los que agrega No son Cuentos (1944) y Cuentos Ciertos (1961) “donde se describe el mundo social y humano de Madrid en tiempos de la dictadura de Franco”.

Dirigió Radio Universidad, donde dio trabajo a distinguidos exiliados y a sus compañeros universitarios mexicanos. Aceptó de buen grado mi serie principal de entrevistas Actualidad en la Plástica Mexicana, Presencia Indígena, con materiales de Instituto Indigenista Iberoamericano y los programas especiales conmemorativos, así como el arranque de lo que sería Voz Viva de México que inicié con la recomendada por Rectoría, Rosa Galindo, quien facilitó las grabaciones de María Conesa y Graciela Olmos La Bandida, todavía con su casa de fiestas no autorizadas en la calle de Durango frente a donde estuvo la Plaza de Toros, El Toreo, y muy después el Puerto de Liverpool. Otras administraciones convirtieron el proyecto en la grabación de los discursos rectoriles y de los poetas en el candelero de la UNAM y del INBA.

Las exposiciones del imaginario Torres Campalans recibieron críticas elogiosas de los expertos más notables como Raquel Tibol. Otras de supuestos expertos europeos las escribió el prolífico Max Aub.

Trabajo remunerado de Renau fueron los carteles de películas mexicanas y otros encargos comerciales que fueron exhibidos en la gran exposición que llegó hasta el Centro Tlatelolco, que en su fachada principal tenía la marcha de combatientes inclinados hacia adelante. Asombroso descubrir la enorme calidad de las pinturas, los grabados, los carteles, las portadas de revistas y libros, los murales, las ilustraciones. Con Siqueiros, Renau organizó al grupo de pintores españoles exiliados para su participación en el mural del cubo de la escalera del Sindicato Mexicano de Electricistas, que mostraba una máquina capitalista de hacer dinero que tuvo en el centro la reproducción de los rostros de niños masacrados por los bombardeos nazi-fascistas en Madrid, imágenes inaceptables para el sindicato porque quedaban a la altura de la mirada de los usuarios de las escaleras, por lo que fueron sustituidas por monedas de oro.

A su vez, los pintores españoles de caballete pintaron una serie de trabajadores de la industria eléctrica, en una cenefa a la altura de la visión de un espectador que usa la escalera, rematada en el último piso con la transformación de una ventana en el incendio del Reichstag del que fueron culpados los comunistas hasta dar inicio al ascenso de Hitler y a sus consecuencias. Un gran perico con ostentosa ropa narra micrófono en mano. La figura de un combatiente armado con un fusil se desprende de lo alto para interpelar a los espectadores según Siqueiros. Unas torres de energía rompen la cúpula con la bandera roja en alto con la hoz y el martillo. Renau hizo los trazos de la estructura geométrica garantes de la dimensión estética del mural más importante que se haya pintado con la participación de un colectivo bien organizado.

De las terribles persecuciones y cárceles, del campo de concentración del que escapó para su riesgoso viaje a América, no dejo crónica Max Aub, resistente a solazarse en sus desgracias como buen comunista. Suficientes, las descripciones en sus novelas.

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(*) Se trata del archivo sobre Aub que conserva el expediente levantado en su contra por el Tribunal de Responsabilidades Políticas franquista, custodiado hoy en el Arxiu del Regne de València. Y en el caso de Renau, del mural con el cual el artista valenciano Martín Forés lo recuerda en la fachada lateral de un edificio en el barrio de Sant Marcel·lí.

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