LIBROS
"Solo humo", el poder transformador de la literatura de Juan José Millás
El tiempo y la percepción de él, así como una radiografía de la paternidad son los elementos que conjugan este relato donde confluyen los cuentos de los hermanos Grimm, en la última novela del escritor español.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Una novela ocurre dentro de otras novelas, habita libros clásicos para contar la historia de Carlos, el protagonista de Solo humo, la última novela del escritor español Juan José Millás.
Al morir su padre, Carlos habita el departamento del hombre ausente en su vida, ahí lo espera una inmensa biblioteca. Una noche encuentra un manuscrito que narra una historia de amores secretos, de una niña y una mariposa, de amistad y de muerte. ¿Una confesión o una ficción?
La identidad, el desdoblamiento, los recovecos más oscuros de la realidad cotidiana, son temas de la obra:
“Levantaba la vista al cielo o a las nubes preguntándose si habría allí arriba un lector siguiendo su historia”.
El tiempo y la percepción de él, así como una radiografía de la paternidad son los elementos que conjugan este relato donde confluyen los cuentos de los hermanos Grimm.
Proceso pone a disposición de sus lectores un fragmento del libro:
La madre abrió, sin llamar, la puerta de la habitación del hijo y permaneció observándolo unos instantes con expresión de duda.
—¿Qué pasa? —preguntó el joven apartando la vista del ordenador.
—Carlos…
—¿Qué? —insistió él.
—Tu padre ha muerto —dijo ella.
—…
—Se mató con la moto —añadió tras morderse el labio inferior.
Ese hombre turbio, pensó el joven.
Era cuanto sabía de él, pues se lo había oído mil veces a su madre: «Es un hombre turbio». A lo que solía añadir: «Se desentendió de ti a los cuatro días de que nos separáramos».
Debió de ser muy pronto, pues Carlos no guardaba memoria de su físico. No recordaba haber estado en sus brazos, tampoco que le hubiera cogido de la mano, como los padres de las películas, o también como los padres de la vida real. Había visto a los padres de la vida real de niño, cuando iban a recoger a sus hijos al colegio y cruzaban con ellos la calle, los dos cuerpos, el cuerpo grande y el pequeño, unidos por las manos. Se recordó, de súbito, frente a un urinario de aquel mismo colegio, con la mirada puesta en la pared. Mientras se desabrochaba los pantalones, alguien dijo a sus espaldas: «No tiene padre».
Desde entonces, cada vez que utilizaba un urinario público, volvía a escuchar dentro de su cabeza aquella frase.
No tiene padre.
O, mejor aún, su padre era un bulto. Jamás había visto fotos de él, ropa de él, caligrafía de él. Estaba borrado de su vida real, aunque en su imaginación gozaba de una presencia constante, a veces para bien y con frecuencia para mal. Para bien, cuando lo imaginaba como una especie de misionero o de cooperante que los había abandonado para alfabetizar a otros niños, más necesitados que él, perdidos en países remotos. Ese padre vendría un día a buscarlo para que lo ayudara en su labor filantrópica y recorrerían el mundo salvándolo del hambre y la ignorancia. Para mal, cuando solo era capaz de imaginarlo como el hombre turbio y egoísta que describía su madre, a quien él castigaría sin piedad alguna cuando, pobre y hambriento, regresara al hogar en busca de refugio y perdón. En esta versión, lo mataría, mataría a su padre, y lo mataría con sus propias manos, delante de la madre abandonada, que agradecería aquella venganza entregándose sin límites al hijo justiciero.