Carlos Monsiváis
"El palacio del baile fino", el primer artículo de Carlos Monsiváis en Proceso
Uno de los autores más innovadores e influyentes del siglo XX. El núcleo de su obra consiste en el género de la crónica urbana. En sus textos captó las escenas del México urbano; el escritor nació el 4 de mayo de 1938.CIUDAD DE MÉXICO (apro).–En el natalicio 85 del escritor Carlos Monsiváis, Proceso comparte con sus lectores El palacio del baile fino, el primer artículo del autor de Días de guardar, publicado en el número 1 del semanario.
–Aquí hay ron, no se haga.
–Si me acabo de sentar. Eses vaso no es mío.
–Eso vamos a verlo. Acompáñeme señorita.
En plena formalidad inquisitiva, el policía arresta también al vaso culpable. Nadie se inmuta, ni siquiera la sospechosa. El California Dancing Club, en la Colonia Portales, es –cuatro veces a la semana, sólo se vende refresco– un sitio pacifico donde (aproximadamente) dos mil parejas por noche se agitan respetuosamente, se divierten con moderación que a uno –voyeurista no tan infrecuente, acostumbrado a que el regocijo que no se pregona no existe– le resulta enigmática, producto de esa calma forzosa que ha ido sobrepoblando este país. El policía y su rehén se abren paso en la densidad oleaginosa, un ámbito de olas sedentarias, o cualquier expresión fácil y fallida que apunte a un apiñamiento donde los estremecimientos son medidos, casi lo opuesto digamos a una discoteque, donde la necesidad exhibicionista deriva de la fe en la mirada ajena, la mutua contemplación construye el espacio social. Apretujada, la gente del Califa no se da por enterada en los demás. Ya no caben.
Melancólica, la compañera acepta la expulsión del paraíso. Chin. Y ya no hay muchos, ¿eh? El Salón Los Ángeles en la Guerrero y el Colonias en la Obrera y aquí ...¿y en dónde se van a divertir los pobres sin que los concienticen y les hagan ver que su tiempo libre es una preocupación del Estado generoso? Uno se dispone a continuar tan crítica y antipuernalista reflexión, pero la suspende ante el fastidio de la agraviada, que tosa la semana se la pasó pendiente de sus meras estaciones de radio, Radio 6 la Tropical de México, Radio Onda, Radio AI (“es más sabrosa cascabelera... y cosquilleaste”), preparándose para el brincoteo del domingo, sonriendo ante las ondas de las chavas que todo se lo dedican a sus galaneas y cotorrean el punto con el locutor, pletórico de expresiones originales que nadie repite después. Lo que más me friega mana, es que yo de veras me acababa de sentar, y el buey ese empezó a llamar a los gendarmes y me partió la noche, donde que estaba cantando Chelo, la Única Voz Tropical.
¿Quién ha sido hablar de Chelo, y las Estrellas de Acapulco, los Santos los Astros del Ritmo, Combo los Diplomáticos, Palmera Tropical, la triunfadora Sonora Premier, Costa Mar, Costa Grande de Acapulco, Tropical América? Mucho al parecer, cientos de miles, los que oyen radio el día entero en la cocina o el taller o el carro de ruleteo o la fonda o aprovechándose de la sordera de la vecina, el numeroso “público expectante” que adquiere las grabaciones casi clandestinas e indaga en los interminables mercados de discos por “lo nuevo en la música tropical”.
Ya se pensaba el danzón sepultado bajo toneladas de rock y fíjate que no, un día la nación entera supo a trasmano de la existencia de un público en su mayoría adolescente ávido de danzones y cumbias y boleros fatales entonados por voces antioperísticas que alargan las palabras con ternura rígida y contenciosa. Inexplicable –decían los diarios de la tarde– el éxito del Conjunto Costa Azul y su cantante Rigo Tovar y del indescriptible Acapulco Tropical. ¡Observan las fachas, los rostros y las melenitas! Si me recuerdan a... Lo que sea su voluntad, pero en fiestas de barriada y bailes de pueblo y en el fin de cursos de la academia comerciales y en vecindades al calor de aberrantes equipos de sonido, la gente sale a exhibir su meneito y su fibra cadenciosa con el mismo sangrado coraje que otra generación invirtió en acometer “El Teléfono” o “Nereidas”, en la seguridad y nacional son las voces chillonas que vuelven incomprensibles las letras donde un mono se mete a la recámara o un tiburón codician bañistas o el dilema es si la futura esposa será bonita o será fellota. El ritmo monótono y simplón delata otra vez los valores marginales: la vulgaridad, la sensualidad expuesta a flor de piel, la desinhibición como garantía de incultura, la celeridad sexual. Y esa masa, oculta en los resquicios de estadísticas, siguen acicalándose y practican en familia y acarician la idea de lo tropical como aquello que se trae en las venas si deberás se es hombre o si se es mujer.
La inculpada se pasea sin nerviosismo, desatenta ante requiebros e incitaciones. El locutor le lanza un saludo a “ mi borregada” y de inmediato se desdice, que pasó, si ustedes son mis cuates, aquí sólo hay amigos. El vigilante reportero agrega otra observación al cúmulo de apuntes originales que a nadie le importan: el dandismo popular ha ido desapareciendo de estos salones. Ya no rifa tanto el afán de que la ropa hable por las pretensiones sociales y sexuales de la noche. Rodolfo Acosta no volverá al Salón México enarbolando la inmensidad de su traje y la perfección de su sombrero. El dandismo popular tuvo su auge más reciente en los años de la Onda y ahora se ha sumergido en la indiferenciación, en los vastos almacenes que al uniformar la ropa ayuden a uniformar la conducta. ¡El maoísmo de la mezcilla!
La sensualidad e las clases dominadas ¿Por qué había de ser distinta? En como es, la risa ingenua y necia, la mirada apetente, el baile como cortejo que se prolonga y ronda sin demasiada ostentación, lo principal es el cederazo, tampoco hay tiempo par divertirse, todo llega y se produce naturalmente, aquí el sexo no requiere de dramatizaciones excesivas, ni falta que hace. El orgasmo es una victoria celebrada de antemano, en el despego con que se contempla la pareja, en la indiferencia aparente y real. Se ha preparado, a eso han venido, con ánimo de bailar y lo que se pueda y es el momento de que la vida les cumpla. Un salón de baile sigue siendo la “zona sagrada”, la fiesta institucional de esta ciudad, al alacande de treinta pesos los hombres y diez las mujeres... y las hijas de familias pobres y las prostitutas y las sirvientas y las jóvenes recién vecinas de los pueblos y las que todavía no consiguen chamba se entusiasman porque esa noche la pasarán a todo dar, el cuate es comprensivo y baila bien.
– Lo que hagan saliendo ya no es problema de la empresa ni de nadie.
– Los domingos muchas de las chavas no tienen dónde quedarse a dormir.
Quién las recibe, pues ahí se cobra como usted. Muchas se quedan dormidas en los taxis. Y de eso se trata.
– Se cansan bailando y el sudor tiene unos efectos brutales a la hora de la hora. No todos los que vienen aquí salen a eso, pero muchos si, muchísimos.
– Toda la semana se matan trabajando o se azotan imaginando que consiguen trabajo. Llega el viernes y lo único que tienen en mente es qué le van a contar a los cuates el lunes. En eso todos los mexicanos son iguales.
¿El Ciluvio Poblacional! Miles y miles y millones de niños se gesta, se van plasmando entre los arrebatos del danzón, los niños que demolerán los últimos resquicios de cordura y civilización del D.F. ¿Qué no habrá alguien que calle la orquesta? El danzón y el son y la cumbia son los viles afrodisiacos de una colectividad eminentemente irreflexiva. En la solemnidad, de los quiebres y las vueltas se va filtrando el desastre nacional, no hay suficiente alimentos, se acaban las reservas de agua potable, no habrá empleo, la miseria y el robo. y más juntos, más fácilmente erotizados, más vanamente dispuestos a salir abrazados y concupiscentes. Cada semana, en los salones de baile los jóvenes sufren amnesia cívica.
¡¡¡La Explosión Demográfica, carajo!!! ¿Por qué esos tiramos de monotonía incitadora, por qué no entienden que la austeridad exige la abstención? Con resignación, la desterrada termina yéndose con un amigo nuevo.