Cine

“Juegos inocentes”

"Juegos inocentes" no es para los amantes del género de horror, la historia se cocina a fuego lento. Tampoco se trata de una película de mutantes que van a luchar por el bien o que se asociarán con ultra villanos...
sábado, 20 de mayo de 2023 · 10:12

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El binomio compuesto por Joachim von Trier y Eskil Vogt funciona bajo leyes algebraicas, juntos combinan esfuerzos, plantean problemas; su cine exhibe una belleza fría en el desarrollo de aparentes lugares comunes, manejo de géneros que funcionan como ecuaciones que dan giros inesperados pero siempre lógicos; normalmente, el noruego Vogt escribe, y el noruego-danés von Trier dirige (La peor persona del mundo, 2021); esta vez el guionista dirige su propia historia en la que juega con el cliché desde el título, Los inocentes (De uskyldige; Noruega-Suecia-Dinamarca, 2021).

La familia de Ida (Rachel Flottum) se muda a un conjunto residencial en las afueras de la ciudad, cerca del bosque; la niña decide explorar el entorno y jala a su hermana, otra chica que padece autismo, y ahí hace amistad con otro par de hermanos, Aisha y Ben (Sam Ashraf). Pronto se descubre que estos niños tienen habilidades paranormales, cinestesia, telepatía y demás, todo ocurre fuera de la mirada parental. Ben es el más desarrollado con una vocación declarada para el mal y para hacer daño, manipula cosas, animales y personas. Al aumentar la perversidad de los juegos, la historia se desliza hacia el horror.

Claro, este cuarteto de niños no tiene nada de inocente, o quizá la inocencia estriba en la falta de discernimiento para evaluar mal y bien, Vogt se confiesa fascinado en el mundo secreto y el comportamiento de los niños fuera de la mirada de los padres; ternura y fragilidad contrastan con los juegos de poder, y la naturalidad con que se desatan las fuerzas psíquicas de cada uno de ellos: el poder y el alcance de su energía, asusta. Difícil no asociar Los inocentes o Juegos inocentes –como propone el título en español–, al clásico de Jack Clayton (1961) adaptado de la novelita de Henry James de la que el maestro Tzvetan Todorov escribió un ensayo para demostrar que no se puede clasificar dentro del género del horror, y algo parecido ocurre con estos inocentes.

Aunque el tema de niños malévolos es común en el cine de horror americano o canadiense, Vogt evita satanizar a sus personajes, el público no puede verlos como encarnación del mal, el horror surge de esa tensión entre vulnerabilidad y emociones destructivas que compiten en el rango de un Hitler o Stalin; de igual manera, la crisis permanece en el universo infantil, no se asocia al paso ritual hacia la adolescencia, ni siquiera se trata de un drama de aprendizaje. Si de metáfora se habla, sería la del mundo afectivo de estos chicos, la del caldo de sentimientos y sensaciones que no saben cómo ser nombradas; apenas se insinúan los problemas familiares, la rabia contenida y el miedo, todo esto incomprensible para los adultos.

Juegos inocentes no es para los amantes del género de horror, la historia se cocina a fuego lento; la ambigüedad, como en la historia de James, desarticula el género. Tampoco se trata de una película de mutantes que van a luchar por el bien o que se asociarán con ultra villanos... Vogt toma muy en serio, quizá demasiado, este material. El resultado es que estas criaturas sí que provocan miedo, no debido a sus extraordinarias facultades, sino por su normalidad y desazón de fondo.

Crítica publicada el 14 de mayo en la edición 2428 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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