Teatro

Furor teatro

Furor, de Lutz Hübner y Sarah Nemitz, con la interpretación de Stefanie Weiss --quien también hace la traducción--, Juan Carlos Vives y Rodrigo Virago, bajo la dirección de Luis de Tavira, muestra una realidad impregnada de preguntas sin respuesta.
martes, 25 de abril de 2023 · 10:55

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Fuerzas encontradas, furia, frustración, enojo y rencor, son sentimientos que entran en calor hasta llegar a la ebullición y el descontrol en la obra Furor, donde tres personajes viven sus propios dilemas y no encuentran puntos de encuentro e intercambio con el otro. Encerrados en sus propios mundos compactos e impenetrables, sacan chispas al roce con el otro, ya sea iluminando el espacio o llenándolo de una pesadumbre brutal.

Furor, de Lutz Hübner y Sarah Nemitz, con la interpretación de Stefanie Weiss --quien también hace la traducción--, Juan Carlos Vives y Rodrigo Virago, bajo la dirección de Luis de Tavira, muestra una realidad impregnada de preguntas sin respuesta. Cuestionamientos éticos con puntos de vista divergentes y cuestionables: ¿Dónde está la verdad?, ¿qué hay detrás de cada una de las posiciones que se sustentan?, ¿existe una sola moral?, ¿con que vara medir los actos de los demás?

A partir de un accidente automovilístico y sus consecuencias, la vida de cuatro personas se ve trastocada, obligándolas a buscar soluciones sin que el consenso sea posible. Un político, candidato a una alcaldía, atropella a un joven y el ministerio le da la razón al político. La madre, destrozada, no sabe cómo podrá sobrevivir con un hijo en silla de ruedas por siempre, sin trabajo ni movilidad. El político visita a la madre semanas después, ofreciéndole reparar el daño de alguna manera. La madre no sabe si confiar o no, pero la ayuda resulta un ligero alivio a la tormenta que se le avecina cuando su hijo salga del hospital.

Su sobrino se ha ofrecido a ayudarle en la negociación y la saca de la jugada; emprende una discusión encarnizada con el político, olvidando a las víctimas, para enarbolar consignas de la injusticia social, el odio y la desconfianza de cualquier poder. Está dispuesto a destruir la carrera del político a través del desprestigio en las redes y lo amenaza si no accede a sus exigencias económicas. El político pareciera que tiene buenas intenciones de enmendar su atropello y está dispuesto a ayudar a la madre y a su hijo; aunque no se tiene absoluta certeza si sus actos son sinceros o responden a sus propios intereses en su escalada en el poder; y si realmente es inocente o lo han dejado libre por ser un político conocido.

La inteligencia de la obra para complejizar las posiciones de cada uno de los protagonistas, va acompañada de sólidas actuaciones y una contundente dirección escénica. La profundidad y fuerza que expresan los actores abrevan en la confusión que se genera en el espectador por optar hacia uno u otro razonamiento. Un microcosmos donde las fuerzas sociales se expresan en su máximo esplendor. ¿Son posibles la conciliación, los acuerdos, la democracia? La furia ciega, nubla la visión y cancela la compasión. El yo se impone frente a un nosotros que no existe, pero… ¿podría existir?

El microcosmos se ancla en un precario departamento, deteriorado, estrecho y con rajaduras en las paredes. Jesús Hernández, desde el hiperrealismo, nos coloca en un adentro y un afuera. El departamento no está aislado; hay una puerta que da al exterior y otra a las escaleras del edificio, por donde constantemente están pasando personas. En esta realidad es imposible abstraerse de lo que les rodea y el contraste de lo social y lo individual se hace evidente.

El vestuario de Jerildy Bosch y el diseño sonoro de Rodrigo Espinosa completan la ambientación y ubicación de la historia, construida a partir de un accidente que pone de cabeza a los implicados y al espectador mismo. Furor, que se presenta en el Teatro Julio Castillo, nos lleva a mundos subterráneos de las ideas, de posturas ante la vida y la sociedad, sin lograr llegar a un acuerdo.

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