Jorge Sánchez Cordero

Los desafíos culturales contemporáneos (Segunda y última parte)

La transmutación vertiginosa de las realidades en el presente siglo y la salvaguarda del patrimonio cultural exigen un rediseño de la legislación internacional en la materia.
martes, 5 de diciembre de 2023 · 05:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).— En 1996 Choong-Hyun Paik, enviado especial del Consejo de Derechos Humanos de la ONU a Afganistán, rindió su informe sobre la situación de los derechos humanos en ese país. Este dosier es puntual en la denuncia de la devastación cultural perpetrada por los radicales islámicos. El recuento parece no encontrar fin...

Lo relevante es la conclusión del documento, ya que, por primera ocasión en la narrativa de los derechos humanos, introduce la noción de genocidio cultural, en este caso contra la comunidad afgana, lo que le permitió a la Unesco calificar con ese término la expoliación y el vandalismo en agravio de la riqueza cultural iraquí y siria perpetrados por el grupo terrorista conocido como Estado Islámico.

El genocidio cultural ha tenido repercusiones especialmente en lo que atañe a la transgresión de los derechos humanos y el asolamiento del patrimonio cultural intangible de las comunidades indígenas, como lo es el pogromo desatado en perjuicio de la minoría étnica del grupo islámico Rohingya en Myanmar, un hecho en torno al cual se ha introducido asimismo la noción de etnocidio, una variante del genocidio cultural.

Desastres. Fuegos forestales. Foto: Alejandro Saldívar

Cultura y naturaleza

Los amagos a la cultura provienen también, por múltiples causas, del contexto en el que ésta se desarrolla; en esa forma cobran preeminencia aquellos provocados por acciones humanas, así como los derivados de desastres naturales y de los efectos del cambio climático.

Entre los primeros sobresale la expansión urbana, cuyo origen es la densidad poblacional que reverbera en la industria turística. Es el caso de la región japonesa del Fujisan, al pie del Monte Fuji, que ha sido trastocada por la gran afluencia de turistas y por la polución. Este sitio, que se considera sagrado y figura en la lista del patrimonio cultural de la humanidad, es reputado por sus santuarios Sengen-Jinja, las posadas Oshi y los elementos naturales que los circundan.

Es el caso igualmente del centro ceremonial Nan Madol, cerca de la isla Pohnpei, que forma parte de los Estados federados de Micronesia, en el Pacífico Sur. Este lugar, registrado como patrimonio cultural de la humanidad en peligro, alberga 100 islotes creados entre los siglos XIII y XVI con columnas basálticas y bloques de coral que se remontan a la dinastía Saudeleur. Ahí también la acción del turismo provocó el crecimiento incontrolado de manglares, los cuales fragilizan las construcciones y han modificado la topografía de la zona.

Más aún, los paisajes en diversas regiones del mundo se ven ahora alterados por la generación de energía fotovoltaica. La proliferación de parques destinados a este propósito plantea eventuales percances que inciden en el valor del paisaje y tornan quimérica la conciliación entre estas dos situaciones.

A su vez, el cambio climático ha hecho viable la explotación de los recursos del Ártico, lo que ha generado un fenómeno conocido como la “fiebre del oro blanco” (White Gold Rush): una competencia febril internacional por los recursos circumpolares, entre éstos las reservas mineras.

El Consejo del Ártico, mediante el grupo de trabajo de su Programa de Monitoreo (Amap, por sus siglas en inglés) sobre la actividad en la zona, dio el rebato ante la grave contaminación resultante, en especial por el uso arbitrario de mercurio, emisor de componentes radioactivos.

Además, la flora y la fauna de la región ártica, cuyo epítome es Groenlandia, han sido emponzoñadas en extremo, con serias repercusiones en las tradiciones de la población esquimal inuit, sobre todo la culinaria. En la misma situación se encuentra la cultura lapona asentada en la parte norte de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.

La ristra de eventos perniciosos es inagotable: incendios incontrolados, inundaciones, licuación de glaciares, monzones súbitos; fenómenos como los que afectan el valle fluvial situado entre Islamabad y Lahore o la necrópolis de Makli, ambos ubicados en Pakistán y listados como patrimonio cultural de la humanidad. 

Terrorismo cultural. Estado Islámico. Foto: https://www.humanium.org

Un cataclismo previsto por los científicos es la fusión de la capa de permafrost del Ártico, con el consecuente incremento del nivel del agua en los océanos. Conforme a datos de la Unesco, hacia el año 2014 el noventa por ciento de los sitios y monumentos ubicados en los litorales –más de 140 de ellos– se encontraban ya en serias contingencias.

Tal es el caso de las ruinas de Kilwa Kisiwani y Songo Mnara, ubicadas en dos pequeñas islas en la costa de Tanzania. Se trata de dos grandes puertos comerciales donde, entre los siglos IX y XVI, se intercambiaba el oro y el hierro del Gran Zimbabue, esclavos y el marfil de toda África Oriental por tejidos, porcelana, joyas y especias de Asia. Y no obstante la inminencia de esos eventos asociados al cambio climático, se carece de una legislación internacional al respecto.

 Cultura y economía

Los bienes culturales poseen una doble naturaleza: un componente que los hace partícipes del legado cultural, pero también un valor crematístico. Esto es extensivo también a las expresiones del patrimonio cultural intangible, que en su incursión en el mercado adquieren un valor pecuniario, en especial en el ámbito de las patentes.

Tal naturaleza binaria introduce una complejidad en el mercado; más aún cuando se trata de discernir lo concerniente al desarrollo sostenido, que involucra de igual forma el tema ecológico y el turismo masivo. De ahí que se hace urgente precisar los alcances de la agenda 20/30 de la ONU y de su normativa.

El ambiente digital

La tecnología digital ha obligado a replantear la función de los actores del legado cultural en lo que respecta a la determinación y salvaguarda del patrimonio cultural. La digitalización de las colecciones africanas, incluso aquellas que se encuentran in situ, es un claro ejemplo de que, además, se constituye en un instrumento adecuado para el desarrollo sostenido. No obstante, los grupos y comunidades culturales han enfatizado la inequidad en cuanto al acceso a esta tecnología entre los países de origen y los desarrollados.

La digitalización de las colecciones africanas de los llamados museos universales, ubicados en los países que erigieron el régimen colonial en el siglo XIX, es un tema de gran relevancia, toda vez que esas instituciones se han arrogado la selección de los componentes para poner en práctica ese procedimiento, ignorando que estos objetos con frecuencia entrañan una carga religiosa y, por lo tanto, espiritual para los grupos y comunidades culturales, lo que exige un replanteamiento en tal sentido.

Las interrogantes se suceden. Así, ¿los llamados blockchain (libros inmutables de negocios que facilitan el registro de transacciones digitales) son los medios más adecuados en este contexto o, al contrario, son una amenaza para las políticas culturales?

Por lo tanto, se debe tener también presente que la digitalización conlleva el riesgo de fragilizar el vínculo con los grupos o comunidades culturales, e incluso con los nacionales; el debilitamiento del sentido de pertenencia de unos y otros sería, pues, consecuencial.

El mercado

Existe un sinnúmero de actores en el mercado del arte que actúan al margen de la legislación internacional, tales como galeristas, marchantes, casas de subastas e intermediarios, quienes asesoran con plena impunidad a los participantes en este mercado. Ante un escenario así, el llamado al acatamiento de la legislación internacional sería tanto como una prédica candorosa.

La solución consiste entonces en proveer a este mercado de transparencia en las transacciones y en la implementación de políticas públicas que lo ordenen, como lo sostiene Mondiacult México 2022.

Contaminación. Los inuit, afectados en su alimentación. Foto: Especial

El empleo de intermediarios por grupos terroristas y organizaciones criminales garantiza a éstos el anonimato; elemento determinante para allegarse recursos financieros, y ello ha obligado a adoptar medidas cautelares, como lo ordenó el Consejo de Seguridad de la ONU. Por consiguiente, los actores de este mercado, que no deben representar una excepción a la aplicación de las normas, tienen que cobrar conciencia de que con su actividad abrigan estas prácticas delictivas en agravio de sus propias sociedades.

Los entornos digitales, que se han expandido exponencialmente, requieren de una nueva normativa, pues resulta más que obvio que la legislación internacional actual no estaba diseñada para dar respuestas a innovaciones como las descritas; es, pues, ineficiente. Las ventas en línea y en los portales como eBay, entre otros muchos, se han multiplicado y actúan con prácticas dudosas, para decirlo en forma sutil. 

Epílogo

La transmutación vertiginosa de las realidades en el presente siglo y la salvaguarda del patrimonio cultural exigen un rediseño de la legislación internacional en la materia. Los ámbitos de los derechos humanos, las variadas formas de violencia en contra de este patrimonio, el cambio climático y un mercado internacional del arte en constante mutación demandan una exuberancia de nuevas aproximaciones que deben ser abordadas con creatividad.

La guarda y custodia del patrimonio cultural no pueden desconocer los contextos en los que se encuentran inmersas. La involucración de grupos y comunidades culturales en el nuevo diseño de la forma en la que deben interactuar en estos nuevos dominios, como son los digitales, los relativos a los derechos humanos, a los ambientalistas, exige respuestas puntuales.

Hay una evidente fragmentación y aislacionismo de la legislación cultural internacional; se le considera como una lex specialis en el derecho internacional reservada únicamente para expertos. La misma génesis de las convenciones internacionales testifican su diversidad ontológica.

Existe un evidente antropomorfismo en la conceptuación del legado cultural que inhibe una calificación acertada entre cultura y naturaleza, lo que propicia regímenes jurídicos distintos y en ocasiones incompatibles. A ello habría que agregar la hegemonía estatal en la determinación de la culturalidad del patrimonio y un dominio occidentalista con marcado acento eurocéntrico.

La necesidad de introducir una nueva narrativa del legado cultural como una síntesis de universalismo y particularismo se hace cada vez más urgente.

*Doctor en Derecho por la Universidad Panthéon-Assas.

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