Cine
“El niño y la garza”, del maestro Hayao Miyazaki
Con esta película (Kimitachi wa do ikiru ka; Japón, 2023), el cineasta demuestra que, a los 82 años, su genio sigue intacto, su arte más sutil.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Más que resignación o miedo a la muerte cada vez que anuncia su retiro --la última fue con la producción de “El viento se levanta” (2013)--, Hayao Miyazaki manifiesta en entrevistas el terror a perder facultades y dejar de ser creativo; a los 82 años puede que la edad le tome la palabra, a final de cuentas animar una sola película requiere años de atención, arduo trabajo y batallas campales con el equipo que coordina. Lo cierto es que con “El niño y la garza” (Kimitachi wa do ikiru ka; Japón, 2023), el maestro demuestra que su genio sigue intacto, su arte más sutil.
Mahito (voz de Soma Satoki), un niño de 11 años, vive en Tokio donde resuena la segunda Guerra Mundial con todos sus ingredientes: soldados, tanques de guerra, sirenas; cuando la madre muere en un hospital bombardeado, el padre (Takuya Kimura), ingeniero, se muda a una fábrica de aviones, y el chico debe vivir con su madrastra embarazada, Natsuko (Yoshino Kimura).
Nunca resignado por la pérdida, Mahito vive en su propio mundo, forma una alianza profunda con las sirvientas --guardianes de la memoria de la casa familiar--. La escuela le resulta peor: Después de una pelea, él mismo se lastima con una piedra para tener pretexto de no asistir a clases. Hace amistad con una extraña garza que habla y lo guía a una torre que conecta con otra dimensión.
En principio, Miyazaki adapta la novela de Genzaburo Yoshino (1937), pero como ocurrió con “El castillo vagabundo”, desbarata la historia y la utiliza como punto de partida para desarrollar sus propios temas. “El niño y la garza” es prácticamente, como diría Almodóvar, una autoficción; aunque la progenitora no murió antes de la guerra, sí padeció de los pulmones y estuvo en cama durante años, el padre de Miyazaki producía partes de avión para el poderoso Zero, la familia vivió cómodamente durante los peores años de la guerra.
Ya en “El viento se levanta”, donde combina la novela de Tatsuo Hori con la vida del diseñador del modelo Zero Jiro Horikoshi, el realizador buscaba enfrentar esa espinosa cuestión en la historia de Japón, el militarismo, la devastación de la guerra; pacifista de fondo y defensor de la naturaleza, como lo muestra en cintas como “La princesa Mononoke”, Miyazaki no termina de hacer las paces con el papel que su padre tuvo durante la guerra. Parecería que la herida nunca se cerrará, y quizá decidió dejarla así con la historia de Horikoshi, artista, genio y pacifista, y profundamente japonés.
Si la última frase de “El viento se levanta” reza que “hay que intentar vivir”, en “El niño y la garza’ se propone la manera de cómo hay que hacerlo; el título aproximado en japonés significa “¿Cómo viven ustedes?”, pero la respuesta de Miyazaki es compleja y ambigua, hay que ser valiente para enfrentar el mundo de la imaginación, adentrarse en ese túnel donde los muertos son más numerosos que los vivos, luchar contra los pelícanos hambrientos, vérselas con los monstruos fascistas que se comen a los vivos, pero abrazar a la humanidad, a pesar de todo.
Cada imagen es un cuadro en sí; el movimiento de la garza, las pinceladas que forman las alas, evoca el arte de la caligrafía, su vuelo exhibe la fascinación de Miyazaki por la aeronáutica, pese a sí mismo; en la relación entre el viejo y el niño se mira la dinámica del propio director, la experiencia y el cuerpo que envejece, frente a la rebeldía creativa del autor que nunca se hace viejo.
Para cierto sector del público japonés, resulta evidente la asociación de la garza con el ave Fénix.