Elena Garro
Elena Garro: 60 años de “Los recuerdos del porvenir”
La entrevistó en varias ocasiones y en distintas partes del mundo. Larga fue la conversación sobre su participación en el movimiento del 68, recogida en “Los irrepetibles. Escritores que dejaron huella” (Ediciones El Lirio). El día 6 le rindió un homenaje en el Centro Cultural Elena Garro de Coyoacán, con este texto.Ciudad de México (Proceso).- ¡Que coincidencia! En 1963 daba comienzo mi carrera como periodista, principalmente del área cultural, e inició justamente con la primera entrevista de las muchas que le hice a la gran y polémica escritora Elena Garro, quien en ese mismo año su novela, “Los recuerdos del porvenir”, obtenía el único premio que ganó en su vida, el Xavier Villaurrutia.
Elena Garro cimbró al mundo de las letras mexicanas con esa obra que Octavio Paz catalogó como: “Una de las creaciones más perfectas de la literatura hispano mexicana contemporánea”. Su publicación provocó un leve temblor de tierra, preámbulo del terremoto que comenzó, como todos los terremotos que provocaba Elena, y que aún ahora, 60 años después, continúa interesando no solamente al mundo de las letras mexicanas. A decir de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, la Garro es la más preclara precursora del llamado “Realismo mágico”.
Recientemente, el 17 de agosto del año en curso, durante la presentación de mi libro “Los irrepetibles”, en su intervención como participante en ese evento, mi querida amiga Beatriz Pagés textualmente dijo lo siguiente respecto a los escritores como participantes o no en cuestiones políticas: “Carlos Landeros nuestra también una verdad que luego incomoda reconocer. La relación estrecha, luego más que estrecha, entre la política y la literatura. Lo digo porque luego escucho a algunos puristas decir que la política es una negación de la literatura o que no se puede hacer literatura desde la política.
“En el libro que hoy presentamos aparece un imborrable encuentro, seguramente uno de los más memorables que has tenido en tu vida, querido Carlos, con el poeta español Rafael Alberti.
“Una de las partes más estrujantes del dialogo que sostienes con él es cuando te narra uno de los crímenes más brutales que haya cometido una dictadura: el asesinato de Federico García Lorca. Ese poeta tierno, pero al mismo tiempo comprometido con la causa de la democracia, fue víctima del fanatismo dictatorial de la época.
Alberti le dice a Landeros: ‘A Federico lo mataron porque había escrito ‘Mariana Pineda’, una obra sobre una heroína liberal del siglo pasado que había sido ajusticiada en Granada y eso bastó para que lo consideraran un poeta comunista. Unos falangistas lo sacaron de la casa donde se escondía y lo fusilaron.
“Pero, la parte de la entrevista que revela con toda claridad la influencia política que tuvo Alberti --un poeta en resistencia en la etapa del franquismo--, es cuando se refiere a “Los Seis Clavos”. Un poema escrito para criticar la decisión de fusilar a seis muchachos condenados a muerte por el régimen y que tuvo un impacto mundial.
Si los condenas a muerte
si los matas,
ellos serán los seis clavos
de tu caja,
los seis clavos de tu vida,
los últimos, si los matas.
Ellos serán los seis clavos,
los últimos, de esa España
que solo sabe de muerte…
Un poema dice Alberti que Francisco Franco y su Consejo de Ministros lo llevaban en su bolsillo.
“Y siguiendo en el plano político, la entrevista a Elena Garro, es sin duda la más política de todas las entrevistas que aparece en ‘Los Irrepetibles’. Aunque en tu introducción, Carlos, le haces cierto ‘fuchi’ a escritores metidos en ese tipo de asuntos, lo cierto es que la conversación con quien aparentemente era la más ingenua y la más desinformada políticamente, termina convirtiéndose en una fuente valiosísima de información.
“La entrevista con Elena Garro recuerda, de alguna manera, ‘El Proceso’ de Kafka. La escritora al parecer --y tú luego nos dirás si así fue-- núnca supo qué hizo para ser considerada como cabeza de una conjura comunista en contra del gobierno, inspiradora del movimiento del 68 y al mismo tiempo considerada como una traidora por los intelectuales de la época.
“Pero la parte que más me llamó la atención como periodística política que soy es esa parte donde ella, Elena, te dice que Carlos Madrazo insistió en subirse al avión en el que perdió la vida aún y cuando ya le habían advertido que iba a ser víctima de una ‘avionazo’”.
Admito que estoy de acuerdo con Pagés, y además debo de agregar a otro gran escritor, Alejandro Dumas, que se involucró en casos políticos tanto de su país como de México.
Cuando Elena publicó “Los recuerdos del porvenir” tenía 41 años, y fue hasta 1968 cuando su publicación coincidió con el boom de la literatura latinoamericana y la lucha en México a favor de la libertad de expresión, de la que Elena fue gran defensora, y luchó en contra de la opresión de los campesinos y de los juicios injustos contra algunos de sus líderes agrarios como los de Jaramillo y Lucio Cabañas.
Fue una de las primeras escritoras que visitó las cárceles en defensa de las mujeres presas sin juicio previo y luchó en contra de los gobiernos corruptos, casi todos emanados de las revoluciones mexicanas que han desangrado a nuestro país. Nunca creyó en la guerra cristera inventada por Plutarco Elías Calles durante cuya época se desarrolla la historia de “Los recuerdos del porvenir”.
1968 fue el año de la terrible matanza de Tlatelolco, de la imposición de varias dictaduras latinoamericanas, “Cuba sí, Yanquis no”, cuando aún los ecos del concierto de Woodstock no se esfumaban y los Beatles eran recibidos en los escenarios y fuera de ellos con los gritos de la juventud histérica de entonces, y de siempre, las protestas por la guerra de Vietnam, las marchas por la igualdad racial de Estados Unidos, el fin de los regímenes coloniales, los movimientos de liberación en Argelia y el Congo, las barricadas en Paris, en mayo. Franz Fanon y el Che, Janis Joplin y Martín Luther King, Ben Bella, Bob Dylan y Patricio Lumumba, los Rolling Stones y Malcom X, y dentro de este contexto se publican, como raya en el agua, “Los recuerdos del porvenir”.
Elena recibió, según sé, un solo premio en narrativa durante su vida y ese fue el Xavier Villaurrutia, por “Los recuerdos del porvenir”. Esos galardones a Elena nunca le importaron. Ella estaba consciente del valor de sus obras, algunas le gustaban poco y yo no la contradecía. En alguna ocasión me dijo refiriéndose a algunos de los escritores premiados y tarareando con su voz seductora el corrido de “La tumba de Villa”, que a la letra dice: “Son hojas secas que levanta el vendaval”. “Nunca olvides que el tiempo es justiciero y vengador”, me decía, y que “al final del sendero cada cual ocupará el sitio que le corresponda, o quizá simplemente nos lleve el misericordioso olvido”.
Existen escritores que publican un libro tras otro, pero cuando no hay talento, al decir de Elena, “esos no son escritores, son junta palabras”. Y mencionaba algunos nombres que obviamente no revelaré. No me gustaría morir ahorcado o destrozado por La familia o los Zetas.
“De los libros inolvidables uno aprende de memoria al menos el primer párrafo, o esa lectura nunca existió, se la llevó el agua del tiempo”, dice el escritor Sergio Ramírez. Al compartir su opinión, me gustaría leerles el primer párrafo con el que inician “Los recuerdos del porvenir” para que comprueben, por sí mismos, el valor de un libro que conforme pasan los años se lee con el mismo o mayor interés de la primera vez, como suele suceder cuando un libro resiste al tiempo y se convierte en clásico.
“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”.
Al releerla, 60 años después, su autora me envolvió nuevamente, con su prosa poética y sabía; sus hojas revolotearon una vez más entre mis dedos, y sus personajes reaparecieron ante mí y por instantes volví a mirarlos, con mis propios ojos.
Al inicio de la novela siento aún más fuerte la presencia del “alter ego” de Elena en la voz de su protagonista omnipresente que es el pueblo de Ixtepec. Oo será solamente mi imaginación? Y me pregunto: ¿Han envejecido Los recuerdos del porvenir” al igual que los veinteañeros de los sesenta y de los que estábamos conscientes de que sin los sesentas no existirían los setentas? Ha pasado medio siglo y el resplandor que emana de este libro continúa deslumbrándonos a través del tiempo.
Y al final de su novela, me pregunto también si la misma Isabel Moncada no es la otra cara de la misma Elena, cuando se condena por siempre y para siempre en su epitafio que lo grava en la misma piedra del comienzo, que dice:
“Soy Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada, en el pueblo de Ixtepec el primero de diciembre de 1907. En piedra me convertí el 5 de octubre de 1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez. Causé la desdicha de mis padres y la muerte de mis hermanos Juan y Nicolás. Cuando venía a pedirle a la Virgen que me curara del amor que tengo por el general Francisco Rosas que mató a mis hermanos, me arrepentí y preferí el amor del hombre que me perdió y perdió a mi familia. Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos”.
¿Elena estaría consciente de que era ella misma quien sin imaginarlo escribió su propio epitafio? ¡Quién sabe! Elena Garro me repitió en varias ocasiones: “Carlos, durante mi vida me equivoque en todo”.
Cuando murió Elena publique, diez años después de su partida, un libro como tributo y admiración a la escritora y en recuerdo de la entrañable amistad amorosa que compartimos durante casi cuarenta años. Al libro lo titule, “Yo, Elena Garro”, cuyo principio inicia con una carta que supuestamente Elena me escribe diez años después de su muerte, de la cual únicamente, no se espanten, les leeré el comienzo:
“Soy Elena Garro, nacida de José Antonio Garro y Esperanza Navarro de Garro en la ciudad de Puebla el 11 de diciembre de 1917. En piedra me convertí, como mi personaje Isabel Moncada, el 22 de agosto de 1998, delante de los ojos espantados de mi hija Helena Paz Garro. Causé la desdicha de mi marido Octavio Paz, al igual que él causó la mía. No quise escuchar los consejos de mi padre, quien sabiamente me advirtió de no casarme, porque creía que no era el hombre indicado para mí. Lo desobedecí y Octavio y yo nos casamos sin haber cumplido mis dieciocho años, únicamente cegados por el amor revuelto con admiración y envidia, que desde estudiantes sentimos el uno por el otro. Años después, esa mezcla de sentimientos se me convirtió en odio y rencor. Por las interminables desavenencias que tuvimos no fuimos buenos padres y causamos involuntariamente la desdicha en que se convirtió la vida de nuestra única hija.
“Años después, vine a pedirle a la Virgen de Guadalupe y al arcángel San Miguel que me salvaran de la furia del gobierno del presidente Díaz Ordaz, del sanguinario Luis Echeverría y del terror de ser linchada por algunos intelectuales cobardes, los junta palabras, los mismos que desfilaron con pancartas por las calles y firmaron desplegados en los diarios durante el movimiento del 68, a los que, según ellos, delaté. Fueron los mismos agitadores quienes me acusaron de traidora. Confieso que me equivoqué en todo. Nunca entendí nada.”
Hasta aquí el primer párrafo. Y en la posdata de su carta imaginaria dice así:
“Si deseas que te aclare algo, consulta nuestras charlas y mis libros. Ahí encontraras las respuestas”.
¿No creen ustedes que entre el personaje de Isabel Moncada y el de Elena Garro existe un cierto paralelismo más allá de lo literario?
Para terminar, estoy convencido de que “Los recuerdos del porvenir” es una novela sin tiempo. Elena Garro es una escritora que se ha ido a mundos lejanos, cuya obra siempre está y estará presente.
Gracias. Les recomiendo leer un excelente libro escrito por María Luisa León, titulado “La memoria del tiempo”, publicado por la UNAM.