Arte
“Mil hilos. Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas”
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publicar en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Tiene razón Guillermo Santamarina cuando se define como un paseante, como un “flâneur”. Apasionado de todo aquello que rodea al arte, ya sea creación, artistas o mediaciones, Santamarina es un personaje que ha recorrido y construido la escena del arte postconceptual en la Ciudad de México.
Atrevido sin temor a la imprudencia, el curador, gestor y artista se caracteriza por una aguda mirada que identifica el arte aun cuando todavía no tiene historia y legitimación.
Interesado por las creaciones que irrumpen con inteligencia y creatividad, sus paseos por la escena posmoderna se han centrado en proyectos y convivencias que tienen el potencial de innovar y jalar los hilos de la madeja artística.
Y precisamente por su protagonismo, es muy interesante el libro que publica la editorial Alias bajo el título de Mil hilos. Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas. Trabajado en un atractivo formato de charlas con el curador Mauricio Marcin, Guillermo Santamarina recorre su trayectoria señalando personajes, proyectos y circunstancias relevantes en el devenir de nuestro ecosistema artístico.
Con un diseño editorial totalmente ajeno a la frivolidad y lujo de los libros de arte, la publicación se concentra en el contenido e invita, desde su modesta objetualidad, a una lectura afectiva y repleta de memorias compartidas.
En el trayecto de las pláticas –que supuestamente sucedieron en trayectos a distintas ciudades de la República–, sorprende la sinceridad del personaje.
Cuando narra eventos tan insensatos como los raves y conciertos de música techno con altísimos decibeles que organizaba en el deteriorado recinto de X-Teresa Arte Actual, o la imprudente explosión con pólvora que permitió realizar en el patio del Museo Experimental El Eco cuando era su director, Guillermo Santamarina, a diferencia de su entrevistador que las disculpa, asume la responsabilidad de sus experimentaciones.
Pero también, con la misma contundencia, comparte las aportaciones que tuvo como director de X-Teresa al promover exposiciones de videoarte y arte sonoro.
El recorrido por la historia reciente del arte en la CDMX es muy disfrutable. Después de una breve mención sobre su infancia y familia, el “enfant terrible” nacido en 1957 empieza su trayecto por la escena artística mencionando, en el contexto de los años setenta, la galería San Ángel de Ester Echeverría, a quien considera una de las primeras curadoras de México.
Cuando aborda sus primeras experiencias profesionales en la década ochentera, recuerda el gran proyecto que impulsó Fernando Arechavala en la Casa del Lago del Bosque de Chapultepec. Y además de mencionar al famoso Bar Nueve y el HIP70, comparte su encuentro con María Guerra, una video-artista y performancera que destacó, al igual que Guillermo, por su actividad curatorial.
Las celebraciones en la mítica Quiñonera también forman parte de la charla y, sin olvidar a los artistas que convertían la segunda década ochentera en una escena sumamente dinámica, rememora al importante promotor que fue Rubén Bautista.
En los años noventa, al concretarse su protagonismo como curador, Guillermo colabora en la primera feria comercial e internacional que se realiza en México –Expo Arte, Guadalajara–, en donde también promueve el Foro Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (FITAC). Y en la CDMX, se une al dinámico proyecto que impulsó Juana Inés Abreu en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
El trayecto termina con una actitud reciente que, al asumir la dificultad de experimentar en las instituciones, ha convertido al personaje en un paseante tan activo como independiente.
Y como réplica, comparto con los lectores que mis críticas a sus proyectos siempre fueron analíticas y no “amarillistas”, como se menciona en la página 278.