Cine
“Queridos camaradas”, en la Muestra
Participantes y testigos debieron firmar que nunca hablarían de la masacre en Novocherkassk, so pena de muerte; el tiempo pasó, la Unión Soviética se acabó, los archivos se abrieron; ahora, con precisión y total rigor histórico, Andrei Konchalovsky recrea los hechos en Queridos camaradas.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– La camarada Ludmila (Julia Vyotskaya) se las arregla para conseguir ciertos lujos y saltarse las enormes colas para recibir alimentos básicos en una época de escasez y carestía, lo cual no le impide considerarse a sí misma como una funcionaria modelo, comisaria del Partido y leal a la memoria del Padre Stalin.
Hace ya nueve años que Kruschev está en el poder, los obreros de la planta industrial de Novocherkassk protestan debido a que los precios suben y a ellos les bajan el salario. Ludmila no da crédito a sus ojos cuando los trabajadores irrumpen en el comité, reclamando sus derechos; menos crédito le otorga a esos mismos ojos cuando presencia el baño de sangre en el que el ejército reprime el movimiento.
La masacre fue negada oficialmente, participantes y testigos debieron firmar que nunca hablarían de lo ocurrido el 2 de junio de 1962 en Novocherkassk, so pena de muerte; el tiempo pasó, la Unión Soviética se acabó, los archivos se abrieron; ahora, con precisión y total rigor histórico, Andrei Konchalovsky recrea los hechos en Queridos camaradas (Dorogie tovarishchi; Rusia, 2020) en un austero negro y blanco, con una objetividad documental que no impide llevar esos encuadres estáticos hasta la abstracción, y armar planos donde la cámara, desde abajo, contrasta a los burócratas con el cielo, a manera de héroes del Estado: ¿ironía o auténtico homenaje al cine soviético de la época de Oro?
A lo largo de su carrera, el realizador de la legendaria Siberiada (1979) ha mantenido un pie en Rusia y otro en occidente, Hollywood y Europa, con calidad que va de Los amantes de María (1984) hasta Tango y Cash (1989); fue a partir de una puesta en escena de Antígona, en Italia, que tuvo la ocurrencia de darle a los hechos una dimensión trágica en cine. De la joven heroica de Sófocles habría un tanto en Svetka (Yulila Borova), la hija de la camarada Ludmila, quien se decide a luchar contra la injusticia, apoyar el derecho de huelga y enfrentar al tirano opresor; para más señas de que la maquinaria de Estado representa a Creonte, queda prohibido enterrar los cadáveres de los huelguistas, llamados revoltosos.
La pregunta necesaria sería dónde reside la tragedia, en sentido estricto; candidatos serían la misma Ludmila –confrontada con sus lealtades de partido–, o la joven auténticamente revolucionaria, los trabajadores que sólo reclamaban justicia y que nunca imaginaron que el gobierno por el que luchaban los masacraría, o el sistema soviético. El público dentro y fuera de Rusia disfrutará la maestría con la que Konchalovsky, formado como pianista en el Conservatorio de Moscú, colaborador de Tarkovsky, orquesta el ritmo con escenas entre el orden severo de las reuniones de partido y el caos que provoca la matanza, o la maestría para mostrar el asesinato a mansalva de un obrero bajo la estatua del mismísimo Lenin, la bala en la nuca que recibe una mujer a la que tratan de ayudar, los corredores en la morgue llenos de cadáveres, camiones, tanques; imposible no pensar en documentales de Tlatelolco 2 de octubre o de la plaza Tiananmen 1989 (ahora prohibida toda referencia en China y Hong Kong).
Por eso sorprende, e ilustra, consultar ensayos y artículos de la crítica rusa que sugieren una lectura diferente, que no se compran tan fácil el tema de la tragedia, y que, con muchísima cautela, cuestionan la intención de Konchalovsky. No obstante, más allá del contexto, Queridos camaradas es una obra magna.
Crítica publicada el 10 de abril en la edición 2371 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.