Carlos Martínez Rentería

La partida del Brujo Blanco

Contra este viento y marea de capitalismos salvajes, intentos de revolución y transformación social, y finalmente pandemias globales, comandó don Carlangas la ya legendaria revista Generación durante más de la mitad de su vida.
miércoles, 16 de febrero de 2022 · 18:02

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Contra este viento y marea de capitalismos salvajes, intentos de revolución y transformación social, y finalmente pandemias globales, comandó don Carlangas la ya legendaria revista Generación durante más de la mitad de su vida, con una irrefrenable vocación por la provocación, la libertad absoluta y extrema de las artes contraculturales, en su faceta más sinvergüenza y descarada, más vital, irreverente e irredenta; allí reunió a muchas plumas de los otrora jóvenes escritores (as) de tendencias alternativas de las últimas y primeras décadas del siglo pasado y el presente, de la capital y otras regiones del país y el mundo, siempre que tuvieran tendencias subversivas o iconoclastas.

Es ya un honor haber aparecido en las páginas revoltosas de su revista anarquista, independiente y autogestiva, que abría un espacio libre donde expresarse al gusto, sin las pesadas cadenas de la opresión mental que el maldito sistema y la cultura oficial demandan a sus esbirros intelectuales. Cumplió su cometido de dar voz a muchos marginados artistas de la gráfica y las letras alternativas, se mantuvo siempre fiel a su falta de principios morales y su apoyo irrevocable a todas las causas que buscan la liberación social de las arcaicas ataduras que nos oprimen: por sus páginas desfilaron todas las tendencias de las tribus urbanas, se apoyó la legalización de las drogas, la liberación sexual, el respeto a los derechos de las minorías, los indígenas, los derechos de las múltiples expresiones sexuales de la modernidad y un largo etcétera, pues el tono lúdico y erótico de la revista Generación siempre fue como un corazón, dando vida e inyectando entusiasmo a muchos aspirantes a escritores, fotógrafos, dibujantes y pintores.

Los temas que aparecerían en Generación eran discutidos apasionadamente por él y su eterna pandilla de colaboradores y amigos, como sus inseparables compas J. M. Servín, Guillermo Fadanelli, el ya fallecido Eusebio Ruvalcaba o mi hermano Andrés Ramírez, el camarada antropólogo Axayácatl, su hijo Emiliano, sus diseñadores y fotógrafos de cabecera, el pintor Felipe Posadas, un ejército de fiesteros y demás damas bellas, artistas y noctámbul@s del submundo urbano/altermundista.

También será siempre recordado como un eterno habitante de la Casa del Poeta. Otro de sus territorios preferidos era la gran cantina Covadonga, donde pasó con sus amig@s más horas brindando que el tiempo que pasaba en su casa durmiendo. Sé que empezó en El Universal y muchas veces leí y compartí las notas de su columna Salón Palacio en La Jornada, que escribió hasta poco antes del final. Era un camarada alegre, un personaje catalizador y festivo en la tragicomedia mexinarca. Se aventuró en la poesía o reuniendo sus trabajos periodísticos y los de otros, como en Diálogos pachecos (prólogo de José Agustín), Los Beats en Generación o el último que publicó: La Bruja Blanca, en el cual Carlos pugnaba por la legalización de ésta y todas las drogas, amparado por grandes escritores toxicómanos, como su héroe Charles Bukowski, Hunter Thompson o William Burroughs, y todos los beats, especialmente Ferlinghetti, a quién trajo desde San Francisco a darse uno de sus últimos roles por México, y sin olvidar desde luego a José Agustín, a quien, como muchos entes creativos y libertarios, consideraba su guía literario y mentor psicotrópico. Pero todos esos malos hábitos que al final acabaron con él, también hicieron de Carlos el perseverante editor de la revista chilanga subterránea contracultural independiente más abierta, longeva, resistente y aguerrida de los últimos tiempos. Podía convertir los vicios nocturnos en un bálsamo embriagante puro, como un brujo blanco, y en sus fiestas interminables siempre había buena vibra en el aire lleno de humo y música.

Su partida tan sorpresiva, dolorosa y prematura, aun si fue otra crónica de una muerte anunciada, es una pérdida irreparable para el mundo subterráneo de la nueva Tenochtitlan, deja un vacío inconfundible en la controvertida y trascendental contracultura mexicana. 

Reportaje publicado el 13 de febrero en la edición 2363 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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