Estro Armónico

"Nota de violín en la noche"

A punto de asumir su nuevo cargo como embajador de México en Malasia, la oportunidad de dialogar con el maestro Edmundo Font se presentó como un fruto maduro, listo para ser degustado.
jueves, 3 de junio de 2021 · 21:52

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Al enlistar por orden alfabético sus principales quehaceres lo encontramos como consejero, cónsul, crítico de arte, embajador, ensayista, filósofo formado en letras, lingüista, maestro, negociador, ministro, padre, periodista, pintor, poeta y traductor; y todo ello, empero, no alcanza para englobar correctamente su multidisciplinaria, poliédrica y multifuncional personalidad. Lo más atinado sería referirlo como uno de esos contados intelectuales con ocupaciones artísticas cuya inacabable sed de cultura y desgranada sensibilidad lo han hecho un ciudadano del mundo en su acepción más cabal. Asimismo, podría agregarse que su amor por lo bello, su empatía por las causas nobles y su inagotable pasión por ayudar al prójimo son evidentes desde el primer contacto. Esto último era apenas un vislumbre cuando este redactor lo conoció en Roma, hace tres décadas, al tiempo de su desempeño como jefe de la Cancillería de la Embajada de México en Italia. Ahora, a punto de asumir su nuevo cargo como embajador de México en Malasia, la oportunidad de dialogar se presentó como un fruto maduro, listo para ser degustado.

–Maestro Edmundo Font, de antemano aclaro que va a quedarnos chico el espacio para conversar sobre todos los asuntos en los que su existencia abreva, por lo que le propongo que nos ciñamos a lo que le compete a esta columna, es decir, lo relacionado con las disciplinas artísticas y, acaso, lo que tiene que ver con su oficio diplomático y con la defensa de los derechos humanos. En ese tenor, vayamos de atrás para adelante. Cuéntenos sobre su reciente experiencia en Bolivia, salvaguardando la integridad de algunos miembros del gabinete de Evo Morales, de la amenaza ultraderechista.

–Fui enviado a Bolivia en enero de 2020 por la cancillería mexicana, para encargarme, en medio de una extrema tensión, de preservar la integridad de nuestros asilados, a quienes el gobierno de facto negaba los salvoconductos para salir del país, atropellando el derecho internacional. En el desastre de esa anómala administración se fueron forjando expedientes en contra de nuestros huéspedes, en un intento de incriminación que justificara la ilegalidad de las autoridades. En suma, vivimos un año de acoso a nuestra residencia oficial, con amenazas de invadirla. Nos amagaron con un contingente de fuerzas del orden y con mastines negros. El ministro de gobierno, un fascista huido a los Estados Unidos, comandaba las acciones en nuestra contra. Mandó colocar potentes proyectores de luz sobre nuestras habitaciones y dispuso que me siguieran, sin pausa, esbirros de la inteligencia que me fotografiaban sin cesar y que trataron de atropellarme en tres ocasiones. Las agresiones están registradas y en su momento serán parte de unas memorias de esa gestión que se me encomendó, cuyo epílogo feliz fue haber mantenido la incolumidad de nuestros asilados y haber recibido la condecoración de la Legión de Honor “Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana”.

–Hemos sabido también de sus exposiciones de pintura alrededor del mundo y de su indiscutible éxito, háblenos de las que más alborozo le han suscitado…

–He sido un poeta que pinta, y tardíamente. Nunca tomé un curso de pintura, y he montado ya más de 40 exposiciones individuales. Mi primer libro, Otra vez Guernica, sintetizó mi enamoramiento por las artes plásticas, en las que me sumergí durante mi primer viaje a Europa a mis 20 años. Las cuevas de Altamira, Velázquez, la Capilla Sixtina y el mural desgarrador de Picasso me marcaron, sin saberlo entonces, para siempre. Así que 30 años después emergió mi trabajo en las artes visuales, que concibo en series precisas y que tributan a esa dimensión iconográfica citada. Y pasando de lo universal a lo nuestro, sí han tenido para mí un aprecio destacable las dos series, de más de 200 obras de gran formato, que dediqué al Centenario de la Revolución, y luego a esa revolucionaria del pensamiento, de la poesía y de la afirmación femenina que fue sor Juana Inés de la Cruz. Mencionaría también la dedicada a uno de los grandes artistas latinoamericanos, el colombiano Alejandro Obregón, en el Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias, y mi exposición sobre La Obra Maestra Desconocida de Balzac, que monté en Les Deux Magots, el café de Beauvoir, Sartre y Hemingway en Paris. (para ver más: edmundofont.com)

–Conservo con particular cariño su poemario en homenaje a Vinicius de Morais, en cuya dedicatoria aludió a la influencia que la música tiene en nuestras vidas, en la suya como ser sensible que vibra con las construcciones acústicas bien hechas y la mía como violinista. ¿Cómo se relaciona hoy con el arte sonoro al estar más lleno de cacofonías y más circundado de ruido en toda su enfermiza magnificencia?

–Cuando fui cónsul de México en Rio de Janeiro experimenté una inmersión formidable en sus maravillosas tradiciones culturales, y pude tratar a figuras de la talla del arquitecto Oscar Niemeyer, poetas como Carlos Drummond de Andrade –de quien traduje un libro con ilustraciones de Portinari–, pintores como Gerchman y João Cámara, pero también estuve cerca de compositores como Tom Jobim, Chico Buarque, Roberto Carlos, y Kleiton y Kledir. En este renglón, el de la samba y el bossanova, realicé versiones de su música al español. De tal manera que soy autor de la versión española de “Caminhoneiro” de Roberto Carlos y de casi dos docenas de canciones de Kleiton y Kledir, dos de cuyas versiones mías canta Mercedes Sosa: “Vira Viró” y “Siembra”. Así que ese mundo de melodías ya clásicas, de una tradición brasileña que recoge lo más alto de la negritud musical, me ha servido de antídoto contra la vulgaridad y el escándalo de mucho de lo que vomitan las emisiones de supuesta música, sin alma alguna.

–¿Hay otra experiencia, en su carrera de casi 50 años como miembro del Servicio Exterior mexicano, que quiera compartirnos?

–El privilegio, sin retórica, que representa servir a un país de civilización –en la definición de Arnold Toynbee– como lo es México, abre las puertas de sociedades múltiples. En mi caso, sólo me ha faltado trabajar en Oceanía, porque comencé en Centroamérica, viví en Egipto, en varios países de Suramérica y el Caribe, en dos de Europa y en la India. Y en muchos de ellos, una rica vertiente de mi trabajo fue sustentar seminarios en universidades, como la de Al-Azhar en El Cairo, o la Federal de Río de Janeiro. Pero además de la fortuna que representa practicar esa suerte de buceo profundo en el tejido de las sociedades, un regalo sutil y trascendente es establecer contactos y en muchas ocasiones hacer amistad con figuras notables. Por ejemplo, el premio Nobel de literatura Derek Walcott, quien pese a su carácter circunspecto nos abrió las puertas de su casa a mi mujer y a mí, cuando fui embajador en Santa Lucía. Esa relación fue tan honda, que cuando le comuniqué mi traslado, en un episodio incierto de mi carrera, llegó a decirme, dolido: “Mire usted Edmundo, a mi edad, yo ya no hago amigos para perderlos...”.

–Nárrenos cómo se prepara ante el reto que implica representar a nuestra nación en países tan diametralmente opuestos… ¿Está ya leyendo en malasio a sus literatos?

–Estaré pronto penetrando en un mundo muy antiguo, prácticamente en nuestras antípodas. El énfasis está dado en la promoción económica y en los intercambios comerciales. Estos elementos ya son un acicate para empeñarse intensamente. En el ámbito de la cultura, me pasará en Kuala Lumpur como me sucedió en Nueva Delhi; conoceré sus manifestaciones culturales, en las versiones de sus tradiciones literarias –vertientes surgidas del mundo islámico, hindú y chino– en inglés. De hecho, ya pedí a la embajada que contactemos a la escritora Adibah Amin, autora de la novela The End of the Rainbow, para estudiar la posibilidad de traducirle y publicarle en nuestro país. Nuestra obligación es difundir las expresiones artísticas y los avances científicos y tecnológicos de nuestro país en diversos campos, pero interesarnos por lo valioso de otras culturas enriquece nuestro conocimiento y reanima los intercambios; en pocas palabras, traslada la dimensión constructiva de otras sociedades. Lo he dicho en otras ocasiones y es oportuno repetirlo: La diplomacia es también la bella posibilidad de vivir varias vidas en una.

–Para concluir díganos qué está en el aire en esa dimensión paralela a su oficio diplomático, es decir, la expresión poética...

–En breve, la editorial boliviana PLURAL publicará mi libro Tres altas cimas latinoamericanas: Jaime Sáenz, Cecilio Guzmán y el Illimani. Es un volumen-catálogo de la obra que creé, sin materiales formales, en momentos de estricta cuarentena por la pandemia y que traza un mapa visual de la creación poética en las artes plásticas y en la naturaleza de ese entrañable país andino. La edición fue una idea de la historiadora Maribel Villagómez y contendrá, junto a las espléndidas fotografías de Iván Cáceres, algunas líneas de poetas de esa tierra pródiga en culturas precolombinas también.

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