Teatro
"Flores negras del destino nos apartan"
"Flores negras del destino nos apartan" es la obra de teatro que se estrenó en el Teatro el Galeón, basada en una novela de Julián Herbert. El autor escribe un libro autorreferencial para hablar de su madre y su relación.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Con música de boleros un hijo recuerda a su madre, vive la espera de su enfermedad, y va y viene en el tiempo tratando de reconstruir su historia, sus sentimientos y sus contradicciones.
‘Flores negras del destino nos apartan’ es la obra de teatro que se estrenó en el Teatro el Galeón, basada en una novela de Julián Herbert (Acapulco, 1971). El autor escribe un libro autorreferencial para hablar de su madre y su relación. Mezcla ficción y realidad y deja testimonio sobre la complejidad emocional de este vínculo que marca la vida de los seres humanos.
‘Canción de tumba’, Premio Jaén de novela 2011 y Premio de Novela Elena Poniatowska 2012, ha sido llevada al teatro por Belén Aguilar y José Juan Sánchez. Su adaptación se centra en esta relación y en los conflictos vocacionales del protagonista que en la novela es escritor y en el teatro fue trasladado a las artes escénicas.
Belén Aguilar, también directora de la obra, despliega atractivos recursos escénicos para jugar con la imagen cinematográfica de la madre y la presencia del hijo en la sala de espera de un hospital. Dos lenguajes y dos realidades, dos personajes con diferentes tesituras y diferentes necesidades. Dos sensaciones que contrastan y se complementan. José Juan Sánchez, como el hijo, y Lorena Glinz, como la madre, no se cruzan en el escenario, pero la vida del hijo se ve atravesada determinantemente por la de la madre.
Sus sentimientos hacia ella son múltiples. Ella es una mujer dedicada a la prostitución, que viaja de un lugar a otro y carga, a su pesar, con su hijo. Él también lo lamenta, lamenta su alcoholismo y su desarraigo, su desinterés y, finalmente, su enfermedad. Es una mujer luchadora que no se da por vencida, y su hijo también recuerda su alegría, su vitalidad y ese gusto por cantar boleros.
El tiempo presente de la obra son los últimos días de la madre. La situación dramática está ahí, mientras él espera a que le informen sobre la progresión de su leucemia. Por ello los saltos intempestivos al pasado y a la narración de distintos fragmentos de su vida; a algunas anécdotas chuscas o a cuestionamientos sobre su vocación. Aunque el texto resulta ser demasiado narrativo, anclado en un pasado que explica el presente, en reflexiones y comentarios, y no tanto en la acción dramática, la propuesta escénica se sostiene y logra mantener la atención del espectador.
Aguilar conjuga la palabra con acciones sugerentes, como los dardos de pluma roja o el acto de regar las plantas. Sánchez interpreta vivamente a su personaje. Con naturalidad y contundencia, nos transmite su emocionalidad en este viaje de autoconocimiento que emprende a partir de su madre. Lorena Glinz, quien aparece sólo en la pantalla, rebosa energía; canta, baila y sonríe a la cámara mientras se arrebuja entre las sábanas o disfruta del mar. Son imágenes en close up, en espacios abiertos o cerrados, pero siempre con gran fuerza actoral. La pantalla está acotada por un marco y una cuadrícula de madera, a modo de ventanal, y la imagen se ve siempre enmarcada entre uno, dos o más cuadros. En esa pantalla también observamos paisajes, nubes cargadas de lluvia o un hermoso cielo con una planta meciéndose suavemente con el aire.
La puesta en escena goza de hermosas imágenes. La compañía El Mirador ofrece una obra de teatro que toca fibras sensibles sobre la relación madre e hijo sin dejar de tener simpáticos toques de humor. Se presenta todos los días, a excepción del miércoles, en el Centro Cultural del Bosque del INBAL.