Cine
"El poder del perro"
Benedict Cumberbach, en el papel de Phil, capta la complejidad del personaje y penetra en el territorio oculto, en ese estanque resguardado por la maleza, metáfora de la inevitable homosexualidad reprimida que un macho sabe esconder.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Con Phil Burbank, el novelista americano Thomas Sauvage, en 1967, logró un retrato portentoso del hombre que encuentra en el estereotipo del cowboy americano el atavío adecuado para desplegar su machismo, mal inseparable de la misoginia y la homofobia, como el miedo y el odio, Deimos y Fobos, hijos del dios Ares que lo acompañan siempre en el combate. Nadie mejor que la neozelandesa Jane Campion para adaptar y dirigir El poder del perro (The Power of the Dog; Estados Unidos-Reino Unido-Autralia-Canadá-Nueva Zelanda, 2021), cinta en la que retoma los temas que trató en El piano (1993), el de la femineidad pisoteada y su lucha por la sobrevivencia.
Benedict Cumberbach, en el papel de Phil, capta la complejidad del personaje y penetra en el territorio oculto, en ese estanque resguardado por la maleza, metáfora de la inevitable homosexualidad reprimida que un macho sabe esconder, y donde el vaquero se baña lejos de la mirada de los otros vaqueros, trabajadores del opulento rancho que comparte con George (Jesse Plemons), su hermano y opuesto en todo sentido.
Cuando ese hermanito, del que se burla pero del cual no puede prescindir, anuncia su matrimonio con Rose (Kirsten Dunst), viuda del médico del pueblo, Phil se siente ultrajado y dirige su resentimiento hacia ella y hacia su hijo adolescente, el refinado y ambiguo Peter (Kodi Smit-McPhee), blanco de sus burlas y rechiflas.
El ambiente es tóxico, pero sin explosiones de violencia. Phil prefiere la lenta agonía de sus víctimas, y cuando descubre a las primeras de cambio la inseguridad de Rose, la mediocridad de su ejecución como pianista, la aplasta con su propio talento musical y la orilla al alcoholismo; este vaquero, hábil en las artes viriles del oficio (montar a caballo, lazar y tejer mecates, castrar una res en un solo gesto), que estudió en Yale y se graduó con honores en letras clásicas, resulta un formidable adversario física e intelectualmente y no parece tener match.
Aunque la directora desaprovecha el leitmotiv principal de la novela –el poder mercurial de las manos de Phil–, sí explora el otro leitmotiv, que son los ojos, mirada por la que delata gran inteligencia y la desolación de una vida interior, cosa que la actuación de Cumberbach supo proyectar.
Phil esconde el refinamiento del artista bajo la rudeza del vaquero sucio y apestoso, hiper codifica los signos de masculinidad y se gana la admiración de los demás rancheros, quienes no caen en cuenta de lo que representa el ídolo de Phil, el difunto Bronco Henry, personaje clave que nunca aparece y con el que vivió algo que sólo Peter sabe decodificar.
De acuerdo con un ensayo de Annie Proulx, autora de Brokeback Mountain (El secreto de la montaña), El poder del perro sería quizá la última novela de paisaje, tradición que asocia a John Steinbeck y al mismo William Faulkner, género en el que los personajes son indisociables del entorno natural; el paisaje montañoso del estado de Montana en 1925, con la imagen de un perro de fauces abiertas, habita el alma de Phil, y de ahí el título, inspirado en un versículo de la Biblia, que connota tanto lealtad como fuerza destructiva.
Bien mirado, el cine de Campion es, en ese sentido, un cine de paisaje, por ello pudo rodar sin problema este relato gótico, que no western, en su natal Nueva Zelanda.
El poder del perro se exhibe en la Cineteca y puede verse en Netfilx.
Crítica publicada en la edición 2354 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.