'Mujeres de luz” en el libro 'Ellas. Mujeres del 68”, de Susana Cato
CIUDAD DE MÉXICO (apro).– De una manera simbólica se conjuntaron la marcha femenina y la presentación del libro Ellas. Las mujeres del 68, donde Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha, una de las 18 entrevistadas por Susana Cato, conminó a las jóvenes a acercarse al libro de Ediciones Proceso para abrevar de sus experiencias.
En la mesa del Salón de la Plástica Mexicana (SPM) del INBA –dirigido desde hace 16 años por Cecilia Santacruz–, estuvieron además de Cato y Rodríguez, otras dos protagonistas del volumen, la maestra normalista Eufrosina Rodríguez y la antropóloga y poeta Mariángeles Comesaña, además del fotógrafo Rigel García, autor de las imágenes de las entrevistadas.
El recinto de la calle de Colima en la colonia Roma, con su espléndida terraza, no podía haber sido mejor para el acto de presentación, pues el volumen reproduce en su portada un dibujo de Rina Lazo de las muchachas presas en el 68 en la Cárcel de Mujeres, y es que la artista guatemalteca fue fundadora del SPM en 1949.
Dos frases de Comesaña parecían referirse a la obra en carboncillo: “Es un libro que se lee como agua” en torno a “mujeres de luz”, ya que el carboncillo de Lazo las muestra desnudas a la hora del baño, en cuya altura se filtran los rayos de la mañana por una rendija, único momento de placer, según contaría La Nacha, pues intentarían alcanzar agua caliente (que no había para todas) y por lo menos salir de la oscuridad.
Esa obra estuvo inédita por 51 años en los papeles de Rina Lazo, y la entregó a la autora cuando le concedió la entrevista. A la presentación del libro en octubre del año pasado en la Feria del Libro del Zócalo, asistió Lazo, discípula de Diego Rivera, y una semana más tarde, sin enfermedad de por medio, falleció.
La maestra Eufrosina Rodríguez, quien fue la única que respondió para el libro su entrevista en forma de canto en tres actos con el texto “Los recuerdos”, evocó a Lazo, pero también a otra pintora cuyo testimonio se incluye, Herlinda Sánchez Laurel, quien murió antes de la aparición del volumen. Dijo también:
“Susana Cato entreteje estos relatos y nos entrega una prosa estética, ética y política. Algunas de sus lectoras me dijeron que se lee como agua, ‘de un tirón’, con sólo las pausas para dar salida al sentimiento que trasmite. Una anciana me llamó por teléfono y me dijo: ‘Yo había oído hablar de los muchachos del movimiento y ahora sé que también hubo muchachas, y eso me lleva a pensar que las mujeres siempre hemos estado’.”
Por su parte, Mariángeles Comesaña hizo un puntual recorrido por los trabajos, comenzando por Judith Reyes, junto a Alcira Soust, las únicas no entrevistadas en el volumen (Ciudad Madero, 1924-D. F., 1988) –y cuyas canciones se reprodujeron en el recinto al concluir el acto–, mencionando los referidos a cada una de ellas: Elisa Ramírez, María Rojo, Claudia Calderón, María García, Martha Arias Carrera, Patricia de los Ríos, Margarita Castillejos, Beatriz Ramírez, Arcelia Ramírez, Olivia Revueltas, Alcira Soust, Cristina Barros, Roberta Avendaño La Tita, y Antonia La Toña Candela.
Leyó:
“Pero el tiempo es una metáfora, y el olvido no está en sus coordenadas, mientras estamos hablando de este libro, mientras revivimos aquellos acontecimientos que cambiaron nuestra vida y la del país entero, allá afuera en el Monumento a la Revolución se juntan los contingentes de la manifestación que hoy, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, toma las calles contra la violencia de género, contra la muerte de mujeres jóvenes y niñas, contra el secuestro, contra la barbarie. Mujeres en un camino de sueños, de sangre, de lágrimas, de lucha. Son otras, pero también son las mismas. A través de los espejos de la memoria recuperan esa voz desvanecida en el tiempo que resurge del silencio. Mujeres de luz, caminan –igual que en el 68– para construir su identidad, para vindicar su esencia. Para transformar el mundo.”
Rigel García narró su participación en el movimiento de 1968 como fotógrafo de la combativa revista ¿Por qué?, que dirigía Mario Menéndez, y cómo con otro compañero tuvieron que huir por las azoteas cuando la policía llegó a destruir las oficinas.
Ana Ignacia Rodríguez centró su participación en tres personajes: Su madre, quien a pesar de ser una mujer conservadora entendió su lucha; Roberta Avendaño La Tita, su compañera en la Facultad de Derecho, que formó parte del Consejo Nacional de Huelga (fallecida en 1999); y Adela Salazar, quien en la cárcel fue para ella maestra y apoyo absoluto de fortaleza. Esta última, con su esposo Armando Castillejos, fue apresada cuando corrieron a buscar a su hija Margarita Castillejos el día que el ejército entró a Ciudad Universitaria, violando la autonomía.
Susana Cato despidió el acto con el “2 de octubre no se olvida”, y escribió esta variante en la introducción del volumen (prologado por Elena Poniatowska):
“Ellas no lo olvidan. Nosotros tampoco”.