"Dolor y Gloria": Almodóvar en el espejo
MONTERREY, N.L. (apro).- Pedro Almodóvar se pone muy íntimo cuando hace drama. Dolor y Gloria (Dolor y Gloria, 2018) es su película más íntima.
En un honesto ejercicio de desdoblamiento personal, se coloca en el centro de su propia historia y utiliza como avatar a Antonio Banderas que, conociéndole cada tic y manía, por las ocho colaboraciones que han tenido en tres décadas, lo interpreta a la perfección.
En esta ocasión, no hay chica Almodóvar. El protagonista es un varón que, al igual que el mismo realizador, sufre dolores intensos de cuerpo y alma, por los padecimientos físicos que le aquejan y por los males del alma, que ha contraído con los amores gay y con el tiempo.
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El director, guionista también, afirma que en esta película el personaje no es él. Miente, por lo que se ve, pues es evidente que está haciendo un ajuste de cuentas con su propia vida, tratando de rearmar recuerdos con los que puede presentar una realidad que, se adivina, le hubiera gustado vivir, con más detalles esperanzadores de los que pudo haber tenido de verdad.
Salvador Mallo es un cineasta exitoso que ha dejado de producir. Tiene terribles achaques que le impiden desarrollar una vida normal. Eventualmente se reencuentra con personas de su pasado que, de alguna forma extraña, le ayudan a reencontrar el camino.
Pero en esos espacios en los que se da tiempo para reflexionar de sí mismo, tiene recuerdos de su infancia en parajes idílicos, de la España rural de la postguerra, donde vive con su joven madre (Penélope Cruz). En esa época, el pequeño Salva va descubriendo su propia personalidad y definiendo sus gustos y sus preferencias. El chico es interpretado por un genial Asier Flores, que se hace acompañar por otro personaje, encarnado por el joven César Vicente. Los dos, en su debut cinematográfico, roban miradas y mucha atención.
Maduro como cineasta, Almodóvar se aleja de los sentimentalismos y, en escenarios donde predomina el color rojo pasional, trata de explicarse cómo funciona la conexión emocional del personaje con sus afectos. Hay muchos elementos dejados al azar que resultan detonantes. Dentro de la ficción, una película antigua que será reestrenada hace que se reencuentre con un actor, con el que había tenido una pésima relación en el set. Esta situación ocasionará que por ahí se reencienda una flama que no se había apagado y que llega inesperadamente, del otro lado del mundo, en forma de un atractivo hombre. Y mientras, tratará de encontrar la paz con su anciana madre, interpretada por Julieta Serrano, convertida ya en la abuela Almodóvar.
Al final queda Dolor y Gloria como un álbum de buenos recuerdos del cineasta. No hay tragedias, aunque sí grandes penalidades del espíritu, que calan más que el bisturí reparando articulaciones. Es difícil desentrañar cuáles son las partes biográficas del genio manchego, pero se puede inferir que todo es un largo confesionario que le ha servido de catarsis.
Aunque es una gran película, solo podrá ser apreciada, en su total dimensión por los acólitos de la iglesia almodovariana, que saben quién es el sumo sacerdote y conocen su filmografía básica.
Quienes no conozcan a Pedro, verán, únicamente, una película bien hecha sobre un veterano homosexual que busca la paz interior, alejado de los reflectores y de la fama que alguna vez tuvo.