Varda en México y la muerte de Jim Morrison

viernes, 29 de marzo de 2019 · 13:04
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El jueves 18 de marzo de 2010, la cineasta, guionista, cinefotógrafa, editora, compositora, actriz y productora Agnès Varda recibió un reconocimiento por su trayectoria durante la emisión número 25 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG), en Jalisco. Su entonces director Jorge Sánchez (acaba de renunciar) le entregó el Mayahuel de Plata tras asegurar que la cineasta de origen belga representaba “la pasión por el cine, el amor por el cine, pero, sobre todo, el trabajo por el cine”. Directora de cintas como Cleo de 5 a 7 y La felicidad, ella destacó: “Es el privilegio y la marca de la vejez. Entre más edad tienes más medallas te dan, es una pequeña compensación.” Y confesó de buen talante haber visitado por primera vez Guadalajara hace 30 años, “cuando aún nadie aquí sabía que era cineasta (ahora lo saben unos pocos)”. Recordó que en 1965 tuvo la oportunidad de conocer y pasar una velada en compañía del cineasta español Luis Buñuel en el puerto mexicano de Acapulco, donde recibió el premio Palanca. Luego de la ceremonia (conducida por Eugenio Derbez y su hija Ashlyn), Varda acudió a una función especial para presentar al público su cinta Las playas de Agnès; otras películas de su autoría fueron proyectadas durante los siete días del festival tapatío como parte de las actividades dedicadas a Francia, país invitado a esta edición. Amiga de Jim Morrison Un episodio misterioso en la vida de Varda y sobre el cual no ha mencionado gran cosa está relacionado con la amistad que sostuvieron ella y el cantante Jim Morrison, del conjunto de rock Las Puertas, en sus días finales de París. Atendiendo la urgente petición de la novia de Pamela Courson (Pam), compañera de Morrison, éste inconsciente en su departamento parisino la mañana del viernes 3 de julio de 1971, Varda se encargó de llamar a una ambulancia para tratar de que los paramédicos revivieran al rocanrolero, quien fue declarado muerto aquel día tras consumir heroína y otras drogas. Sólo cinco personas asistieron al entierro de Jim Morrison en el cementerio Père Lachaise: su novia Pamela, Robin Wertle, Bill Siddons (de la disquera de Las Puertas), Alain Ronay y Agnès Varda. El nombre de la cineasta Varda inevitablemente aparece en todas las biografías sobre Jim Morrison que se han publicado. Hemos tomado el siguiente extracto del capítulo “El exilio”, del libro El Rey Lagarto. Lo esencial de Jim Morrison (Grupo Editorial Tomo; México, 1999; traducción Tato Garibay Morales, 340 páginas), en recuento del famoso cronista norteamericano Jerry Hopkins. En un principio, París parecía ofrecer lo que Jim deseaba o, por lo menos, una gran parte de ello… Desarrolló una amistad con dos cineastas franceses, Agnès Varda y su esposo Jacques Demy. Demy era mejor conocido fuera de Francia por dirigir Los paraguas de Cherburgo y a ella se le llamaba “abuela de la Nueva Ola”… Para mediados de junio de 1971, su amigo francés de Los Ángeles, Alain Ronay, estaba viviendo con Jim y Pam en su apartamento. A finales de mes se mudó a la casa de Agnès Varda, pero se mantuvo en contacto. Años después, Ronay reveló que el jueves 2 de julio pasó la mayor parte del día con Jim (…) Al día siguiente, Pam dijo a la policía que habían visto la película Death Valley (“El valle de la muerte”); lo que pasó después de esa película fue, por mucho tiempo, algo abierto a conjeturas, tema de cruel desacuerdo y controversia. Años más tarde, Varda dijo que Pam hizo la llamada a las 8 a.m., hora en que nunca contesta el teléfono; pero Ronay lo hizo y escuchó a Pam decir: “¡No puedo despertarlo, creo que Jim se está muriendo!”. Ronay fue al cuarto de Varda, la despertó y ella llamó a una ambulancia inmediatamente. Ronay escribió la dirección de los Morrison mientras Varda marcaba el número de emergencias del departamento de bomberos. Apuradamente, Ronay le dijo que no dijera nada acerca de que Jim era una celebridad, y cuando ambos terminaron de hacer la llamada, fueron en auto al apartamento de los Morrison. En las entrevistas que ella y Ronay dieron a Paris Match en 1991, dijeron que cuando llegaron vieron bomberos en la calle… Ronay y Varda subieron al departamento del segundo piso. Hasta ese punto, hay una contradicción en las historias de Ronay y Varda: Esta recuerda claramente que cuando ambos llegaron, Jim aún estaba en la tina, rodeado por bomberos. Por su lado, Ronay dijo que Jim ya se encontraba en la cama y que él jamás vio sangre. La fiel descripción de la escena de la muerte en el baño, según Varda, le da más credibilidad que la de Ronay (…) Mientras el doctor llevaba a cabo su auscultación, el teléfono sonó. Era el amigo de Pam, el Conde… Después de colgar, Pam regresó con Ronay y Varda, tomando del brazo a Ronay, quien le pidió: “Dime rápidamente cómo murió Jim…” Pam se lo contó. Ronay y Varda acordaron mantenerlo en secreto… Ninguna autopsia fue requerida y Pam obtuvo el permiso para seguir adelante con los arreglos funerarios.” Sobre el cine mexicano En una de las pocas entrevistas a medios mexicanos, Agnès Varda confesó a Notimex que le agradaría que los directores de cine ganaran mucho dinero, pero que en esta industria es muy difícil, sin embargo; para ella no es un factor “valorable” (sic). Varda tenía en 2010 82 años de edad, e insistió en que no hay nada mejor que “una buena película que contar”, y en su opinión, le apasiona sentir lo que un autor transmite con su filme y saber que está bien escrita la historia, dejando de lado los factores económicos, comentó: “Siento que entonces sí hay un verdadero cineasta detrás de la cámara. Por ejemplo, recuerdo que en un Festival de Cine de Cannes (Francia) nos llevamos una gran sorpresa con Carlos Reygadas. No se me olvida que la primera vez que él llegó al festival con su película Japón, en 2003, dijimos: ‘¿Pero quién es este tipo? ¿Cómo se atrevió a hacer esto?’, porque nadie le daba crédito. “Luego volvió con Batalla en el cielo, en ese entonces yo formaba parte del jurado del festival y casi todos estábamos escandalizados, aterrorizados, mejor dicho, con la película. A mí me pareció escandalosa, pero también muy interesante por todo lo que planteaba… “Era una grata lección de lo que llamo cine-escritura, y porque muestra a un México contemporáneo y contrastante; para mí, la película era una gran producción del autor en la que descubrí una escritura muy interesante.” Varda añadió que disfruta también de la obra de Arturo Ripstein y de Alejandro González Iñárritu. Como es su costumbre, durante esta visita a México la homenajeada Varda no mencionó nada acerca de su amistad con Jim Morrison, quien por cierto realizó a finales de junio de 1969 actuaciones con su grupo Las Puertas, en la Ciudad de México. Retrospectiva en la Cineteca A comienzos de febrero del año 2015, el cronista fílmico de Proceso Javier Betancourt escribió una reseña sobre la retrospectiva que Cineteca Nacional tributó a la fallecida directora, que reproducimos a continuación. Con la retrospectiva sobre la obra de Agnès Varda, la Cineteca Nacional rinde un merecido homenaje a la inclasificable cineasta que dirige desde mediados de la década de los cincuenta. Pionera de la Nueva Ola Francesa, referencia obligada del movimiento feminista, autora de documentales y de ficciones que funcionan a la vez como poemas e instalaciones plásticas, la señora Varda cumple pronto 87 años. Frente a una cinematografía tan variada y extensa es difícil elegir una que capture su proyecto artístico; cada trabajo suyo es emblema de un momento. Cléo de 5 a 7 (1965) retrata en tiempo real a la cantante Corinne Marchand, y también capta el pulso del París de los sesenta; Sin techo ni ley (Vagabond, 1985) explora la vida de una mujer desde diferentes ángulos, una ambiciosa épica o novela cinematográfica que intenta rivalizar con el Ulises de Joyce y con El ciudadano Kane. Poca trama más dentro de una masiva orquesta de la vida social, trabajadores, inmigrantes, campesinos, política, género, todo palpita en las formas que explora entre cine, plástica y fotografía, poesía y prosa, interpelando constantemente al espectador. Cinescritura (cinécriture) es el término con el que la cineasta belga define su incansable ajetreo en el espacio del Sétimo Arte. Sus ficciones y documentales nunca aburren, mucho debido a esta obsesión de diálogo que contagia a su público; su cine siempre es ligero; Agnès Varda mete todo en la película y saca todo de ahí. Las playas de Agnès Varda (2008) es un estupendo documental que transmite su inquietud de espacio, de Los Ángeles a Irán, de Jim Morrison a Fidel Castro; con este autorretrato la señora Varda se adelanta a cualquiera que pretenda rodar un documental sobre ella y su obra; se requiere de mucho talento para armar coherentemente este bricolaje de vida. Elsa la rose (1965), el corto que se exhibe esta semana junto con otros, es una obra maestra de cinescritura. Por encima del valor documental de registrar para la posteridad al poeta Louis Aragon y a su musa Elsa Triolet, y de capturar la intimidad de esta pareja, ícono del surrealismo y de la historia del siglo XX en Francia, la directora edita su material al compás de la poesía de uno de los fundadores del surrealismo. De manera suave, la emoción de este activista político, estalinista irredento, vibra en sus comentarios sobre Elsa; dulzura y misterio fluyen entre la escritora y el poeta. La voz en off de Michel Piccoli recita la poesía, los ojos de Elsa se ven y se escuchan; Agnés Varda edita imágenes y secuencias al ritmo del poema, con pausas y cesuras, acentos y repeticiones. La saturación de cadencias, propias del estilo de Aragon, resuena en las imágenes de los ojos de Elsa Triolet, quien a sus setenta años declara no sentirse amada sólo por la poesía de Aragon, sino por todo lo demás.

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