Mujeres del 68

viernes, 6 de diciembre de 2019 · 13:57
Para el fin de semana último de la edición 33 del evento librero más importante del mundo en lengua española –con 400 mil títulos, 700 escritores, 2 mil 350 editoriales y más de 3 mil actividades, dedicado a la India–, Proceso presentará tres volúmenes: El sábado 7 a las 16 horas Ellas. Las mujeres del 68, de Susana Cato; a las 20 horas Yo te bendigo vida, de Carlos Monsiváis, y el domingo 8 a las 12:30 El llanto de Vasco, de Jorge Munguía Espitia. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “Memorias femeninas que recogen ese pasado que se niega a reposar” es frase introductoria de Susana Cato a su libro Ellas, las mujeres del 68 (Ediciones Proceso, 2019). Entre las mujeres entrevistadas hay mayoría de abogadas, científicas, artistas, maestras, doctoras en disciplinas diversas, todas en activo. Figura también Marta Arias Carrera, cultora de belleza, que a raíz de la masacre del 2 de octubre procura caminar bajo la cornisa para librarse de los muertos aventados desde arriba. A esta mujer le disgustan los visitantes morbosos que “preguntan sin ton ni son” a cambio de ignorar la memoria del cuerpo que la inquieta: “¿Hay manera de limpiar la plaza tantas veces manchada de sangre?”, se pregunta. Su memoria conserva cadáveres y heridos amontonados por los soldados en camiones y ambulancias rumbo a su desaparición. De aquí Jaime Sabines: “Habría que lavar no sólo el piso, (sino) la memoria”, repite con su esposo con quien medita para concentrar la energía necesaria para sobrevivir. De las mujeres veteranas reconocidas por su activismo eficiente para lograr la presentación de Luis Echeverría para responder los cargos del Comité del 68, está Ana Ignacia Rodríguez, la legendaria Nacha con su testimonio de título elocuente: “No me arrepiento de nada”. Su nota biográfica incorpora un cuarteto del corrido compuesto por Arturo Altamirano: “En mero Taxco, Guerrero, nació el 26 de julio, esa fecha, considero, era presagio y augurio”, y cómo no, si la historia fácil por inmediatista propone como causa inicial del Movimiento del 68 a la represión de la marcha celebrante de la Revolución cubana comandada por el Movimiento 26 de julio en homenaje a la fecha del Asalto al Cuartel Moncada en 1953, cuando pareció que todo terminaba en derrota. La narración de las entrevistas da a entender lo común construido sobre la marcha a partir de situaciones de vida diversas hasta construir la decisión sintetizada por La Nacha en un verso cantado por Edith Piaf, la cantante emblemática del existencialismo francés: “No me arrepiento de nada” con todo y la memoria de la cárcel, los maltratos, la persecución, el susto por la sentencia de 75 años de encierro, soportable gracias a la resistencia construida en las celdas de Santa Martha Acatitla, en las visitas con el inesperado amor luego concretado en las hijas con nombres necesarios: Tania por la guerrillera Tamara Bunke y Mercedes por la hermana fiel. Resistencia, dignidad amorosa y justicia, arman una dialéctica invencible y tan material como la de los dirigentes y sus mensajes. Las firmas de los compañeros encerrados en Lecumberri como Raúl Álvarez Garín, José Revueltas, el inclaudicable Pedro Castillo, alentaron y acompañaron las ayudas de otras mujeres presas practicantes del internacionalismo como Teresa Confretta, argentina trotskista acusada de participar en la guerrila de Yon Sosa en Guatemala, presta a facilitar la sobrevivencia sin más reconocimiento que la tierna camaradería. Herlinda Sánchez Laurel, la joven comunista de Ensenada, delegada al Consejo Nacional de Huelga por la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, narra  la organización del taller de propaganda con la disciplina necesaria para que el señor director Fernando Castro Pacheco, veterano grabador del Taller de Gráfica Popular y muralista,  le diera las llaves de la escuela con el permiso de tomar de la bodega los materiales necesarios. Sintetizó en una frase el riguroso cumplimiento de las tareas necesarias: “Entregué La Esmeralda completita, como la recibí”. Esta mujer salió perseguida a Ensenada donde realizó un mural por encargo del sindicato de maestros, de donde tuvo que regresar de prisa por las amenazas a su familia ante la inminente gira de Echeverría por California. En 2018 restauró ese mural y pintó como tríptico la más excelente síntesis del 68 antes de morir de un infarto en 2019. Recuerda en su testimonio a Cecilia Soto Blanco, olvidada dirigente teórica y práctica cercana a La Nacha y a La Tita (Roberta Avendaño, delegada al CNH por la Facultad de Derecho de la UNAM), también de Ensenada, donde falleció sin dejar de organizar a maestros y estudiantes. Preparada físicamente como buena mujer comunista, la compañera Soto jaló a La Nacha en medio de la balacera, corrieron, saltaron, treparon, hasta salir de Tlatelolco el 2 de octubre, subieron a un camión cargado con de estudiantes llorosos, lastimados, asustados, pero dispuestos a procesar y discutir la situación en Ciudad Universitaria y el Casco de Santo Tomás. De las entrevistas van saliendo situaciones, usos y costumbres rotas por el apremio de salvar la vida, de eludir persecuciones, de curar y curarse. En esta dialéctica por la vida aparecen personajes como Carlos Sevilla, el más seductor y simpático a pesar de no ser guapo, iniciado en el trotskismo del Partido Obrero Revolucionario (T) y en el grupo Miguel Hernández de la Facultad de Filosofía. Propuso la Preparatoria Popular a los rechazados que al echarla a andar, probaron que había cupo y maestros de todas las escuelas y facultades, hasta ganar el reconocimiento de estudios de la UNAM. El 19 de septiembre entró a Ciudad Universitaria cuando todo mundo salía ante la inminente invasión militar y policiaca. Decidió entrar porque debía repartir el proyecto de programa político que le había encargado el Consejo Nacional de Huelga. Recuerda todo esto con ternura la entonces quinceañera Patricia de los Ríos, hija de chileno y refugiada de la República española, porque Carlos la conquistó fascinado por sus calcetas. Se casaron. Recuerda cómo le pidió correr a su mamá Enriqueta González, quien le suplicó llorosa que le pidiera perdón al presidente. Esta mujer sufrió hasta comprender y sumarse como la que llevaba comida más asidua y combativa. Historias ignoradas, solidaridades probatorias de que no sólo fueron universitarios y politécnicos los movilizados, sino también de otras escuelas como las normales donde se formó Eufrosina Rodríguez que en el 68 confirmó la urgencia de educar y aprender los saberes de los migrantes forzados de Chiapas y Guatemala. La poesía en armas de Alcira Soust, la legendaria uruguaya suficientemente loca como para sobrevivir repartiendo poemas, haciendo coloridos carteles a mano, plantando rosales por los escritores entrañables y encerrándose en un baño durante los doce días de la ocupación militar de Ciudad Universitaria. Mariángeles Comesaña, con la buena formación profesional de antropóloga y poeta afín a la República española, aporta poemas y brilla como editora y promotora cultural. Tal cual Elisa Ramírez con todo lo necesario para enseñar y aprender, organizar talleres, reunir narraciones indígenas, traducir, en fin, alentar la sabiduría propia de la nación imaginada por los libertarios. “Cómo te escurre la sangre, Plaza de las Tres Culturas” es el título del primer testimonio en el libro, el de Judith Reyes, la periodista y cantora más activa en cuanta huelga, plantón y toma de tierras hubo desde el Asalto al Cuartel Madera en 1956 hasta los 70. “Ser los ojos”, sintetiza la memoria de María García y sus mil fotografías, para alimentar el espíritu de lucha a la par del teatro guerrilla y formal testimoniado por María Rojo al recordar sus tiempos de estudiante del INBA. De la misma índole de praxis estética es el testimonio de Rina Lazo, sacada de su casa, encarcelada y amenazada de deportación para ofrecerla a la dictadura guatemalteca. Admirada por sus registros dibujados y grabados en el Penal de Santa Martha Acatitla, cumplió numerosos encargos de las compañeras presas. Bello de verse, el libro de Susana Cato tiene como portada una litografía de Rina Lazo de mujeres bañándose en las regaderas de presión. Ismael Colmenares, el legendario Mailo, concluye con su poema “Aves nocturnas”, y fiel a su condición picaresca cita la solidaridad de La Viuda Negra, presa en Santa Martha Acatitla. Queda corta la nota de vida del eminente profesor historiador, fundador de Los Nakos, que aún alimentan con sus parodias cantadas la repulsa a los déspotas, como muestra de su trabajo libertario colectivo que dio lugar a la editorial Quinto Sol para educar con la lectura de las fuentes históricas originales. De Espartaco al Che y de Nerón a Nixon fue el primer libro muy exitoso entre los maestros ceceacheros (del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM). Pertinente remate de un libro de la memoria que no sólo registra sino transforma para bien de todos y todas. ______________________ * El autor es historiador del arte, investigador del INBA y activista social. Este texto se publicó el 1 de diciembre de 2019 en la edición 2248 de la revista Proceso

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