Al fin, Cristina Ortega
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cincuenta y cinco años debieron de transcurrir para que, al fin, las autoridades de Bellas Artes y la hoy Secretaría de Cultura “hicieran el favor” de conceder a la maestra Cristina Ortega, la más versátil de nuestras cantantes que registra la historia, la Medalla de Bellas Artes.
Con una carrera impresionante que abarca prácticamente todos los géneros y modalidades de la música vocal, desde la canción ranchera y el bolero hasta el lied y la ópera, pasando por la opereta, zarzuela, comedia musical, tango, madrigales y cuanto Dios dé a entender, Cristina Ortega dejó una estela que ninguna otra de nuestras muy buenas cantantes, en cualquiera de los géneros, ha podido igualar. Es que su formación académica y experiencia profesional fue por demás singular, distinta y multifacética, implicando más de una disciplina artística.
En principio hay que decir que ella se inició como intérprete en la danza, su pasión de niña-adolescente era el ballet y, en consecuencia, empezó a formarse como ballerina. Al mismo tiempo fue alumna distinguida de la Academia Andrés Soler en la que se formó como actriz. Un desafortunado accidente la obligó a separarse de la danza, en la cual también se instruía en el flamenco, y para fortuna de los amantes de la buena emisión de la música vocal, Cristina Ortega desembocó en el canto.
Sin embargo, pese a que fue en el Teatro Lírico en donde dejó la mayor constancia de sus grandes cualidades y capacidad creativa, no se inició en la ópera sino en la canción popular, haciendo sus primeras apariciones ya significativas como solista de la Orquesta Típica de la Ciudad de México en la que, bajo la dirección del gran maestro Tata Nacho, compartió créditos con uno de los más destacados íconos de la canción popular, Lola Beltrán, Lola la grande.
Sólo después de eso pasó a la ópera en donde, como expresara Francisco Méndez Padilla –presidente del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli– en la ceremonia de estrega de la Medalla de Bellas Artes ocurrida el miércoles 4 de diciembre de este año en la Sala Ponce, la historia de la ópera en México durante la segunda mitad del siglo XX no puede entenderse sin la presencia de Cristina Ortega.
Valga al respecto agregar sólo un dato: En su fructífera carrera interpretó noventa y seis Traviatas. En un género concomitante, a la muerte de Esperanza Iris, Cristina fue nombrada la nueva Reina de la opereta.
Cantante, promotora, productora, empresaria, maestra generosa aun hoy desplegando sus enseñanzas a las nuevas generaciones, Cristina Ortega es sin duda un ejemplo a seguir y un orgullo nacional.
Debutando en Bellas Artes en 1964, compartiendo escenario en más de una ocasión con grandes de la ópera mundial como Plácido Domingo, Justino Díaz, Juan Pons y Monserrat Caballé, sólo ahora se reconoce oficialmente su valía y sus aportaciones que, entre incluye la formación de su propia compañía de Teatro Lírico, con la cual mostró mucho de lo que en este terreno se puede hacer, pues ha sido semillero de jóvenes cantantes.
Este texto se publicó el 8 de diciembre de 2019 en la edición 2249 de la revista Proceso