CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Precisión pulsando la mano derecha con la batuta; un balanceo tanguero hombro a hombro de sensualidad fílmica cual Valentino y Gardel; el puño izquierdo florido abierto a diminuendos y alteraciones; finalmente, una agitada cabellera rizada sacudiendo cielos y pódium en paso firme de nostálgico joropo soñador…
Así lució el director de orquesta venezolano
Gustavo Dudamel la noche de ayer martes 12 de noviembre para la primera presentación ante un Palacio de Bellas Artes casi lleno, al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (
L.A. Phil), sobre todo en la segunda parte del concierto:
Sinfonía núm. 4 en mi mayor, Romántica, escrita por el austríaco Josef Anton Bruckner (1824-1896) y desarrollada de 1874 a 1889.
Una hora (tras el intermedio): Dudamel y L.A. Phil mostraron nobleza y probidad artística. Si acaso el acto amoroso pervive, ondula mutua dulzura e intuición creativa; mareas y explosiones eróticas o reflexión sublime a flor de piel, remanso eterno, pues: la sala mayor de Bellas Artes fue testigo de tales prodigios.
Para aquellos viejos afortunados que tuvimos el privilegio de admirar en la década de los años setentas el generoso abanico etéreo de Eduardo Mata (1942-1995) ejecutando
La Quinta de Beethoven en el Teatro Hidalgo del IMSS, ninguna otra batuta como la de Gustavo Dudamel ha captado emoción así de intensa como la del fulminante maestro bolivariano nacido en Barquisimeto de Lara el 26 de enero de 1981. ¡Qué pena que el programa de mano del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) escatimara profundidad informativa, más vasta y rica de los ideales en L.A. Phil!
Al concluir el concierto, unos cuantos privilegiados más brindamos con él (
Tavo) corcheas burbujeantes o devoramos escasos taquitos importados de Garibaldi; con su gentil esposa, la guapa actriz española María Valverde, con sus colegas del
staff estadunidense (llámense Mrs. Taylor o Miss & Mr. American Airlines), con nuestras noveles profesionistas mexicanas (de pila Jennifer y de apellido Ornelas; Sandy Machuca, Daniela Zarazúa, Another Company). Ya sostiene Dudamel:
“Una persona puede abrazar a toda una comunidad”.
“Sustain”
Nada sencillo sostener concentrado a un público caleidoscópico para Gustavo Dudamel, luego de un comienzo vaporoso y lleno de incertidumbre sonora que apenas transmitiera música “comprensible” o “clásica ligera”.
No al menos para los diletantes (
me dixit), cuando miles de oídos captaban sobre las butacas ciertas reminiscencias armónicas impresionistas al abrir
Sustian (2018), de Andrew Norman (Grand Rapids, Michigan, 1979) que se prolongaron hacia un personaje de Batman:
El acertijo. ¿Es música o ruido?
Sustain, un reto para propios y extraños.
La culpa no sería del rock ni del rap, menos del reggaetón, sino de la “postsordera”, otra forma de incapacidad auditiva donde el crítico fracasa. Perderse en pasajes desesperanzadores le sucede al más ducho, máxime con las percusiones y los metales proyectando falsas boyas al intelecto; estruendosas conducciones de lo poco humano que yace dentro de estos esqueletos
zombis malorganizando naufragios de confusión extraexótica (
whatever that means). Vaya, ni siquiera Dudamel logró salvar el presagio de la caída anunciada en el doblar de su abrazo flamígero por Bellas Artes (es una ilusión, ¡estamos vivos!); más bien la fomentó esfumando músicas anheladas, cuando el compositor estadunidense (Norman,
of course) lo exigía en oscura pauta
miltoniana de marcha fúnebre-militar. Dudamel y L. A. Phil reflejaron cuán imposible es erguirse al brote de la incertidumbre; metales y tamborazos de apocalipsis, inaguantable tristeza del mundo presente.
Pausa que refresca
Grato intermedio luego serviría para distraer y una de cal: agradecimos las líneas que ofrece el programa de mano, palabra de Andrew Norman en torno a
Sustain (encargo de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles al compositor para los primeros conciertos de la temporada del centenario de la L.A. Phil, estrenando el 4 de octubre de 2018 bajo la dirección de Gustavo Dudamel):
Me di cuenta, mientras trataba de conceptualizar Sustain
como un largo e ininterrumpido pensamiento musical, que estaba intentando aproximarme y entender lapsos de tiempos que eran mucho más grandes que los míos, que estaba tratando de moverme desde tiempos con los que estaba familiarizado, los tiempos de un tuit
, de un día de trabajo, o de un año, hacia cosas que yo nunca podría experimentar personalmente, como el ascenso y extinción de especies, el movimiento de placas tectónicas, el nacimiento y la muerte de las estrellas…
Todo está relacionado, ¿cierto? A la par de logias diletantes que tratamos de apresar la lección del ilustre neoyorquino Aaron Copland (1900-1990) en
¿Cómo escuchar la música? (FCE), acerca de qué es lo que “la partitura” (en este caso, del pelirrojo Norman) y las vibraciones de la fiel L.A. Phil “decían”; obvio que la complejidad de
Sustain capturó el interés de ciertas almas del Palacio de Bellas Artes –jóvenes músicos de gayola o “expertos” primera fila--, aburriendo a los indiferentes que esperaban un
show y no resistieron la tentación de prender sus teléfonos celulares para chatear. Cuando invitado por el INBAL llegó la cena para 25 comensales exclusivos en los altos del Palacio de Bellas Artes, la maestra Lucina Jiménez, directora del INBAL, pensé: “¿Para qué sirven malas
selfies cuando la luna ilumina a Dudamel y su reina bajo la música de la Torre Latinoamericana?”.
No way, Joe…
Estremecimiento
El músico y colaborador de
Proceso Benjamín Anaya suele extrañar los ostinatos, sea cuando el ritornelo es in fraganti o ad aeternum: así, la pausa en Bellas Artes, sin Dudamel 15 minutos, funciona para sacar en el mingitorio lo que las notas arrojaron en la escena de apertura y nadie sabe decir qué pasó.
Baste distraerse, leer las notas del programa de mano, remansos para socializar y otear un frac o mezclilla rasgada, alguna cabellera rubia de amazona californiana o rostros indígenas –pocos-- que recuerdan a Evo de Bolivia en su casita; por allá las chicas veinteañeras de TV quienes siguieron a Dudamel en sus giras; por acá, conductores de orquesta bien letrados en cuanto a pedagogía musical, como Germán Tort o Eduardo García Barrios, los dos discuten juntos y dispares la función y justiprecian su embeleso por “el Sistema” de Dudamel; un melómano de herencia y corazón, el licenciado Javier Jiménez Espriú, sale de los sanitarios sonriente; el alegre compositor sonorense Arturo Márquez confiesa felicidad, por Dudamel mencionarlo en una entrevista para la periodista Laura Cortés que lo conoció (“cuando yo tenía 10 u 11 años”).
De lo más atrayente son las trabajadoras de Another Company. Aman y ayudan sin frontera a quienes se acercan para entregarles algún mensaje a Dudamel o la L.A. Phil o al INBAL, a cualquier profesional en pos de un intercambio México-Estados Unidos, específicamente: América Latina-Los Ángeles; no es para minimizar su esfuerzo, L.A. Phil y Baja California (México) son territorio común.
Bruckner (
remember 1824-1896) es otra cosa.
Y Dudamel --no tan elevado como
Tom Mix-- va a la altura. Y más. Descolló magno con la
Sinfonía Romántica, galopando cual corcel magnífico sus equinos bolivarianos pura sangre que integraron la pluriculturalidad L.A. Phil en tiempos de la arena 4T.
El romanticismo vienés auguraba ser más “fácil” para deguste del público mexicano (diletante,
again, como quien esto redacta), en contraste con la “difícil de entender”
Sustain, de Norman; no obstante, la aclamación no fue apoteótica; o no como se esperaba, no como los músicos y el director artístico Gustavo Dudamel lo merecían. Aún es tiempo de soñar… Y ahora es cuando, el reportero de Proceso se lanza y pide la firma de Dudamel. Gentil, estampa su autógrafo como si trazara en el aire una figura espiral:
--¡Soy el Zorro! –grita para algarabía de la terraza en el Palacio de Bellas Artes—
Alguien le recuerda que su alumno y amigo Luis Ibarra, director del concierto de
Dolores O’Riordan en la Ollin Yolliztli lo manda saludar. Dudamel sonríe y pide enviarle un abrazo. Al fin y al cabo, los dos provienen del sistema pedagógico musical más fructífero en América Latina, fortalecido por el gobierno del comandante Chávez. Por algo la música puede integrar naciones e ideologías.
(Chafa
postscriptum: lástima que en el programa de mano del INBAL se haya permitido imprimir un texto apócrifo sobre la
Sinfonía número 4 de Bruckner, fantaseando diálogos imaginarios de diván entre el compositor austríaco y Freud, que ni al caso. El crítico y guionista Juan Arturo Brennan (
La musa inepta), firmante de este texto en el programa de mano, debe informar con veracidad. Si aún la quisiera.)