'El juego de los insectos”, de Federico Ibarra
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Pudimos presenciar en el Palacio de Bellas Artes el estreno mundial de la versión revisada de El juego de los insectos (2009), ópera de Federico Ibarra (1946), estrenada a piano hace nueve años.
Se trata ahora de una versión con orquestación y libreto actualizado, algunas modificaciones de la música y las escenas, y el resultado final fue más que gozoso. Es una obra muy complicada y costosa de montar, pues lleva la friolera de 24 solistas.
Basada en la obra teatral homónima de los hermanos Karel y Josef ?apek, de origen checo, y escrita en 1920, “tuvimos que poner un poco al día el libreto”, comenta el maestro Federico Ibarra. Y añade:
“Y es que en la primera escena de Karel ?apek las mariposas están representando a la juventud de su momento, y creo, ahí sí, ha cambiado bastante la juventud de nuestros días, por lo que no podemos representarla de esa manera. Sin embargo, las cosas no han cambiado mucho, y es esto lo que la hace ser una obra vigente”.
La puesta en escena fue de Claudio Valdés Kuri. Ingeniosa, divertida, llena de aciertos, pero también con cosas poco claras como la escena final donde el vagabundo está sentado frente al fuego y se sorprende al ver cómo las mariposas nocturnas vuelan al derredor de la fogata para morir después consumidas por las llamas. Esa situación nunca se vio con claridad.
El brillante, poético, ágil y divertido libreto es de Verónica Musalem.
Durante toda la obra, el público es guiado por el único personaje que no canta y no es un insecto. Se trata de un vagabundo que, cual Virgilio a Dante, muestra al espectador los detalles del mundo de los insectos. Este personaje estuvo muy bien interpretado por el actor Joaquín Cosío, quien le aportó destellos cómicos a la obra, aligerando lo a veces terrible y bizarro de las situaciones.
El parásito, un insecto, termina comiéndose a casi todos y lo vemos monstruoso, satisfecho, batido de sangre y fluidos corporales de los otros insectos, con una barriga descomunal. Fue interpretado por Gerardo Reynoso, tenor que demostró no sólo que es un cantante más que solvente, sino que es un magnífico tenor, goza su trabajo y contagia con su entusiasmo al elenco y al público.
Muy notable la mariposa fifí, Iris, hermosa y sensual, dice el libreto: Canta, lucha, rueda por el suelo y resulta desgreñada, su único interés es verse a la moda con sus lindas antenas. Este personaje fue interpretado por Dhyana Arom, quien una vez más nos sorprende con su versatilidad actoral y su autoridad canora.
Escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez, iluminación de Víctor Zapatero -que ya es garantía de bien hecho- y vestuario de Jerildy Bosch, este equipo más la limpia actuación de figurantes y cantantes nos brindó un espectáculo inolvidable, a ratos un poco denso pero que, sin duda, será el más importante estreno operístico del año.
La orquestación del maestro Ibarra es ingeniosa, ocurrente, inteligente. Un trabajo exhaustivo donde cada personaje tiene, además de su motivo guía, una instrumentación que lo identifica; un trabajo magistral.
Por falta de espacio no podemos detallar lo bien que estuvieron los demás miembros del elenco, pero baste mencionar el brillante trabajo del coro, así como de Gabriela Thierry, Luis Rodarte, Mauricio Esquivel y la maravillosa Crisálida de Penélope Luna.
El programa de mano por fin ya está a la altura del lugar que alberga estas representaciones, pero ¿por qué no aparece el nombre de Alonso Escalante, actual director de la Ópera de Bellas Artes, ni el de la directora del INBA o el de la de la titular de la Secretaría de Cultura, Lidia Camacho y María Cristina García Cepeda, respectivamente? Pregunté y la respuesta fue: “estamos en veda electoral”.
El director orquestal fue el italiano Guido María Guida, estupendo pero ¿por qué un italiano viene a estrenar una ópera mexicana? Se nos ocurren una docena de nombres de briosos directores nacionales que pudieron hacerlo igual de bien.