"La cabeza en azul": danza, plástica, coreografía...
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La cabeza en azul, de Zuadd Atala, es una propuesta difícil de ubicar en una sola disciplina artística. Es muchas cosas a la vez, danza, plástica, coreografía, escultura y performance.
Si bien los ejes artísticos que atraviesan toda la obra de inicio a fin son, por un lado, el trabajo físico del cuerpo –que resulta de la intervención de éste sobre materiales de tipo plástico-escultóricos, por ejemplo enrollar papel ligero de tamaño carta o desdoblar una lona pesada de las dimensiones del Foro del Dinosaurio del Museo del Chopo–, y por el otro, el uso del color, predominantemente azul en la propuesta.
Como primera parte, los realizadores Engelbert Ortega, Ignacio Velasco y la misma Zuadd Atala avanzan de frente al colocar rollos en el suelo de manera consecutiva, realizados por ellos mismos en la escena con papel carta, para luego retroceder de espalda esquivando los rollos colocados, con alta precaución dada su fragilidad material.
Esta acción encierra una línea de tiempo en donde el presente es mirado con la vista y el pasado observado con la memoria.
Acto seguido, Velasco y Atala cambian esos rollos de plano espacial, del vertical al horizontal, como si cerraran pequeñas puertas, sin manos, con un roce mínimo de las puntas de sus pies. Y después ella retira los rollos uno por uno, aproximadamente cien, dejando el foro vacío y limpio como cuando la propuesta comenzó.
Las invitaciones de la artista al público consisten en observar a detalle las acciones sobre el papel, tales como hacer rollos con las manos o modificar la posición de éstos con los pies; y, a la vez, acompañar a los realizadores en la ocupación del foro con esos objetos, atestiguando la transformación inmediata de ese espacio.
Desde este ángulo, podría decirse que la obra pertenece a la plástica o al performance. Sin embargo, destaca también la literalidad de las acciones del cuerpo: enrollar, colocar y recoger, desde donde aparecen movimientos de danza, curvos, cortos y consecutivos, los cuales requieren de un cuerpo sensitivo que se deja afectar por las cualidades del papel o material.
Como segunda parte, los realizadores interactúan con impermeables al lanzarlos como una sábana para introducirse en ellos, midiendo y cachando con todo el cuerpo. El movimiento resultante de esta acción física con ese objeto es ondulado y ligado como la tela misma.
También conducen los impermeables vacíos tomándolos a la altura del cuello, como si fueran personas guiadas. A partir de este instante, el objeto adquiere una función alterna a la de su materialidad, y además es un signo: O sea, los impermeables representan personas.
Y sucede lo mismo con una lona gigante y brillante de color azul marino cuando es desdoblada por los realizadores, quienes cubren todo el escenario con ella y la ondean. Entonces “aparece” el mar.
En ese sentido progresivo de la obra, la artista ahora invita al público a imaginar, a construir con el ejercicio de la mente el cuadro plástico vivo junto con ellos. Se puede ver, oír y sentir la poderosa marea manipulando la lona. Incluso, un navegante que usa impermeable amarillo termina por “absorber” el mar como parte de la narrativa lograda.
Finalmente, una danza de las lonas, que al ser sacudirlas generan un movimiento denso de los brazos, porque implican mucha fuerza del cuerpo por lo pesadas que son.
La propuesta de Zuadd Atala es una investigación artística coproducida por el Museo Universitario del Chopo y Teatro Línea de Sombra, presentada el pasado fin de semana y que concluye temporada este domingo 22.
Este texto se publicó el 22 de abril de 2018 en la edición 2164 de la revista Proceso.