'Un blues en la penumbra”, de Tere Estrada
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Tres décadas celebra la compositora Teresa Estrada con un concierto en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iris” del Centro Histórico, el jueves 22 de febrero, cuando presente asimismo su primera novela, Un blues en la penumbra, en paralelo de su octava grabación homónima.
Nacida en los años sesenta, ha sido considerada La sirena hechicera, tras haber realizado la investigación más profunda de las mujeres en el rock nacional Sirenas al ataque, reeditado en 2008 por Editorial Océano (Proceso, 2149).
Esta primera novela suya narra la historia de una rocanrolera nacida en Acapulco, Guerrero, hacia 1950, Joaquina Prado Ramírez, denominada Ámbar, la voz cristalina, quien vive experiencias históricas fundamentales de nuestro país como la masacre de Tlatelolco en 1968, la represión a los actores de la obra Hair hacia 1969, el Festival de Avándaro de 1971, el fenómeno María Sabina, etcétera.
Enseguida, presentamos para nuestros lectores un fragmento del noveno capítulo de esta primera novela de Tere Estrada, Un blues en la penumbra.
“Un portafolios café”
Los músicos que la acompañaban, entre ellos El Patas, recibían un pago simbólico por presentación. Pero ella desde hacía meses, no recibía un peso. Después de un recital con lleno absoluto en Guanajuato, en una limusina rumbo al hotel, Joaquina protestó. Iba en el asiento trasero con su manager y un chofer conducía.
--Pero, señor Huerta y Huerta, ¡cómo es posible que los músicos ganen y yo, no! Eso no lo entiendo --alegó Joaquina torciendo la boca.
--Los mares de riqueza vendrán después, ten paciencia, Ambarcita... Vamos muy bien --aclaró Huerta y Huerta, quien cargaba su portafolios de cuero café hasta para ir al baño.
--Yo veo que el público responde bien, que paga las entradas; ¿por qué no me toca dinero? --expresó Joaquina en tanto cruzaba los brazos.
—Porque todo se va para la promoción: los pósteres, las camisetas, el transporte, las comidas, los hoteles --afirmó Huerta y Huerta, y se acomodó bien su sombrero tejano--. Lanzar a un artista cuesta, Ambarcita --señaló y le acarició la mejilla.
--Sí, pero a mí no me toque --advirtió Joaquina y le quitó la mano.
--Es para darte ánimo. No te enojes... Mira, te regalo mi reloj --dijo y se desabrochó su Rolex de oro--. Anda, tómalo --insistió mientras se lo ofrecía.
Esta chamaca mocosa se me quiere salir del huacal.
--Bueno, se lo acepto, pero no me vuelva a tocar, por favor --declaró Joaquina colocándose el reloj.
¡Qué relojazo, es como el que le vi a Tarzán [1] en el restaurante donde trabajaba mi papá!
--Está bueno, tú sólo sigue cantando y nos va a ir muy bien --dijo Huerta y Huerta, mientras miraba por la ventana cómo iba retirándose el público del teatro.
Hacia al final de la gira en Aguascalientes, Huerta y Huerta decidió contratar a dos guaruras que no permitían que nadie se le acercara a Joaquina.
No quiero que nadie moleste a Ambarcita ni antes ni durante ni después de sus presentaciones. Es mi piedra preciosa y tengo que cuidarla.
Cuando firmaba autógrafos en una tienda de discos o iba a un programa de radio, siempre había un guarura cerca. Joaquina se sentía asfixiada: sin dinero, haciendo promoción exhaustivamente y siempre vigilada.
Siento que nado y que nado y no llego a la orilla. Este barrigón ya me está cansando. ¡Santísima Virgen, ayúdame a seguir! Quiero darle cosas lindas a mi familia. Comprarle una casota a mi mamá, un coche al abuelo y un yate para todos.
Después de una presentación en un palenque, Huerta y Huerta estaba decidido a no moverse de la mesa de apuestas hasta ganarse el premio mayor. Su guayabera blanca estaba sudada de las axilas, el cuello y su prominente barriga. Su sombrero tejano lo hacía sudar de su coronilla calva. Tenía dos ángeles guardianes: a su lado izquierdo, sobre la mesa, estaba su cajetilla de cigarros sin filtro y, a su lado derecho, una botella de tequila reposado.
Mientras bebía un tequila tras otro, sus ojos rojos no dejaban de mirar las cartas. Como mantra se decía a sí mismo: ya merito hago quebrar la casa. Sí señor, soy el más chingón para las apuestas. Uno de los guaruras lo cuidaba porque, seguramente, en el momento en que decidiera pararse, no podría. Joaquina estaba en el camerino con El Patas. El otro guarura estaba afuera del camerino y los acompañaría al hotel.
--¡Mira, Patas --expresó Joaquina y señaló debajo de una silla--, el portafolios de Huerta y Huerta!, el muy tonto lo dejó aquí --comentó, mientras se quitaba las pestañas postizas frente al espejo.
--Con la borrachera que trae, ni cuenta se dio --apuntó El Patas en tanto guardaba su guitarra en su estuche.
--Déjame ver qué carga --propuso Joaquina y puso el portafolios sobre la mesa, al lado del maquillaje líquido --¡Mira, qué fácil! --dijo mientras apretaba el botón de los seguros--. Yo pensé que se abría con combinación. Aquí hay una buena lana y además varios documentos…--observó y se sentó a leer.
--¡Cuántos billetes! --exclamó El Patas impresionado--, ¿de dónde sacaría tanto dinero este bribón? --dijo y comenzó a contarlo.
--¡No puede ser!, mira lo que hay aquí --se lamentó Joaquina boquiabierta--… Son contratos de los conciertos dizque de promoción y no eran gratis, ¡siempre los pagaron! Este hijo ‘eputa me ha estado robando.
Joaquina sintió una ira que le atravesó el cuerpo como ráfagas de fuego brotando de sus poros. Se le trabó la quijada y dos lagrimones cayeron por sus mejillas. Se paró y comenzó a pasearse de un lado al otro como leona enjaulada.
--Estoy furiosa con este desgraciado; pero más enojada estoy conmigo por creerme este cuento, ¡qué pendeja! --opinó y se jaló los cabellos.
--Aquí hay dinero como para comprarse una casa. Si a nosotros lo que nos pagó también estuvo muy castigado. Este cuate es un transa.
--No lo puedo creer --murmuró Joaquina y se desplomó en un sillón.
--¡Ay, amiga! ¿Ahora qué vas a hacer? --preguntó El Patas en tanto servía unas cubas para calmar el nervio.
--Me siento como un volcán en erupción. Si se me para enfrente lo agarro a bofetadas. No sé qué hacer… --musitó y comenzó a sollozar.
--Tranquila, amiga --dijo El Patas y le ofreció otra cuba-- te va a oír El Pantera y le va a ir con el chisme a Huerta y Huerta.
--Tienes razón. Ya ni me acordaba de estos guaruras que no me dejan ni a sol ni a sombra. Ya no quiero esta vida --manifestó Joaquina mientras se limpiaba la cara con un pañuelo--. Cantar es una cosa y la fama, otra. ¿Cómo me quito al Huerta y Huerta de mi carrera?
--Buena pregunta… mmm… por lo pronto desaparece el portafolios.
--Patitas, qué idea tan loca, ¿pero tú crees que no se dé cuenta?
--Le echamos la culpa al alcohol, ahorita ha de estar más que ahogado, ¡qué buena oportunidad!
--Pero necesitamos deshacernos completamente de él, que no quede huella ni de los documentos ni del portafolios... ¿Y si lo quemamos? --sugirió Joaquina.
--¡Quemarlo! Sí, puede ser, ¿pero en dónde?
--Lo echamos a un volcán y ya --dijo Joaquina.
--Sí, pero ¿de dónde sacamos el volcán? --dijo El Patas retorciéndose de risa... A ver, piensa, ¿dónde hay fuego constantemente?
--No sé, ¿en una panadería?, ¿en una cocina?
--A estas horas no sé donde podamos encontrar una cocina funcionando y además, ¿cómo le hacemos para entrar y usar el fogón de la estufa?
--Tendría que ser un horno grande para que quepa el portafolios.
--Un horno grandote, ¿dónde habrá? --dijo meditabundo y, después de un silencio, agregó-- ¡Claro, el horno de la ladrillera! ¿Te acuerdas que nos llevaron a visitarlo cuando fuimos a tocar a la Quinta las Hormigas hace unos meses?
--Sí, donde hacen los tabicones.
--Exacto.
--Qué buena idea, Patas.
--Sí, Joaquina, pero ¿y los guaruras? --preguntó El Patas--. El Chaneke está cuidando a Huerta y Huerta, por ese ni te apures. Tenemos que deshacernos del Pantera.
--¡Ay, ese cabroncito!, ¿qué le gusta a ese canijo? Los cigarros, las muchachotas… ¡Ya sé!, tu prima Luly es bien querendona, ¡que lo entretenga!
--No sé si esté disponible. Hay que ofrecerle una buena paga para que venga.
--Tú eres de sus consentidos. A ti no te niega nada.
--¡Sale! Ahorita vengo --dijo y salió del camerino.
Joaquina continuó revisando los documentos. Se encontró con la carta en la que ella aprobaba a Huerta y Huerta como su apoderado legal.
¡Santísima virgen, en qué locura estamos metidos…! Esto se acabó hijo‘eputa, no me vas a explotar más.
El Patas saludó al Pantera:
--¿Qué pasó, amigo?, en un ratito ya nos vamos al hotel. Voy por un mandado que me encargó mi jefa.
--Órale, pues, ahí me avisas para llevarlos --dijo el Pantera.
El Patas tomó un taxi hacia las afueras de la ciudad. Iba pensando cómo acomodar todas las piezas del plan. Era como hacer los arreglos de una canción. Todo tenía que estar en perfecta armonía y sincronización.
Ojalá que Luly pueda ayudarnos. ¡Ah! y también que nos preste su coche. Para distraer al Pantera, se lo puede llevar a unos baños que están cerca ¿pero y si el Pantera no quiere ir? O si sólo van unos minutos, no nos va a dar tiempo de ir y volver. Bueno, pero Luly sabe hacer bien su tarea. Ay, primita, no se me olvida cuando me estrenaste… Tu culito me encanta. Hay que sacar a Joaquina antes de que lo lleve al baño, ¿pero cómo? ¿En mi estuche de guitarra? No, está muy chico. ¡Ya sé! en el estuche del bombo.
Llegó a un hotel y preguntó en la recepción por Luly. Un señor le indicó que estaba en el bar con un cliente. Después de saludarse, Patas le contó al oído su plan. Luly se carcajeó y aceptó participar.
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NOTA:
[1] Referencia a Johnny Weismüller, campeón olímpico de natación estadunidense y actor de las primeras cintas del personaje Tarzán, creado por Edgar Rice Burroughs. Weissmüller vivió en Acapulco donde falleció hacia 1984 (https://www.youtube.com/watch?v=MwHWbsvgQUE).