'Todos los peces de la Tierra”, una obra con aliento poético asombroso
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una niña vive la vida como un cuento y sus experiencias la llevan a recorrer un sin fin de sentimientos, iniciando por el de la ingenuidad, la confianza y la certeza de la vida. Los acontecimientos la van curtiendo y su corazón se vuelve fuerte desde la debilidad. Transita de la luz a la oscuridad para emerger victoriosa a una nueva etapa de su vida.
Todos los peces de la Tierra es una obra de teatro escrita por la joven dramaturga bajacaliforniana Bárbara Perrín Rivemar con un aliento poético asombroso. Es una obra tierna que intenta ahondar en experiencias dolorosas como el abandono o la pérdida, pero quedándose en la superficie. Las imágenes poéticas sobresalen entre toda la narración de Martina, un personaje interpretado por dos actrices: Gina Marti y Adriana Montes de Oca, bajo la dirección de Alejandro Ricaño.
El texto está influenciado en su totalidad por las formas que Ricaño utiliza en su dramaturgia. Se acerca demasiado a El amor de las luciérnagas y a esos trayectos episódicos del personaje que viaja y visita diversos espacios en búsqueda de un amor, un padre o un amigo.
Todos los peces de la Tierra es un monólogo a dos voces que gusta, que toca la sensibilidad de distintos espectadores y que tiene la característica de ser teatro narrado. Es como un cuentacuentos donde el espectador tiene que imaginarse todo, y el actor, a través de su personaje, describir con detalle, poética o realistamente, lo que le va aconteciendo o encontrando en su andar. Sin embargo esta propuesta para otro público puede resultar cansada y aburrida, porque no es suficiente una cuentacuentos a dos voces en un espacio escénico para sentir que estamos ante una experiencia teatral. A pesar de lo atractivo que es el dispositivo del columpio gigante donde están las actrices, la dirección de Ricaño es siempre frontal y con muy poca interacción profunda entre los personajes.
Esta niña que empieza a ser joven y que se pregunta y contesta, que se cuenta y se hunde, aun cuando sea una sola, son dos personas en interacción. La obra se debilita al mantener un tono permanente, un intento de intensidad en el volumen o la intención y una velocidad acelerada al decir el texto. En contraparte se juega con acciones simultáneas divertidas, como las posiciones del taekwondo, el acto de columpiarse o el nadar en las profundidades del mar en búsqueda del ser querido.
Las aventuras de Martina adolescente, son muchas, le pasa de todo, un continuo acontecer para mantener la atención. Su madre la abandona, viaja con su padre y se encuentra con la otra pareja de su padre y su hija, se va de ahí, trabaja, canta a cambio de unos cuantos pesos y ante una noticia inesperada busca a su padre que se ha perdido en un torbellino en el mar. Los anhelos del personaje se alejan de deseos más profundos del ser, para quedarse en su máxima de ser famosa (como el sueño americano donde llaman para ofrecer un súper contrato y llegar a la gloria), y creer que es eso lo que su padre quería de ella. O tal vez llama a la reflexión frente a ese sentido de vida que se tiene en la juventud y donde no se encuentra realmente la felicidad.
Todos los peces de la Tierra, que se presenta en el Teatro de la Capilla, es una hermosa metáfora de la autora para definir el lugar en donde se encuentra el padre o cualquier otra acepción que se le quiera dar. La poesía de Bárbara Perrín, que algunos desearíamos arribase a la esencia escénica, nos lleva a imaginar habitaciones donde crecen raíces, plantas y flores, teléfonos que lloran o en anclas que se cargan por los seres que se han perdido.
Esta reseña se publicó en la edición 2125 de la revista Proceso del 23 de julio de 2017.