Antonio del Conde, 'El Cuate”, dueño del 'Granma”
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 25 de noviembre de 1956, el líder cubano Fidel Castro zarpó de las playas de Tuxpan, Veracruz, en el yate Granma –propiedad de un mexicano, Antonio del Conde, El Cuate–, para ir a hacer la revolución a su patria.
El 26 de julio de 2009, Proceso publicó una entrevista con El Cuate, invitado por esos días a conversar sobre el libro de memorias que acababa de editar, Yate Granma, en el Teatro Blanquito que dirigía Susana Cato en la Secretaría de Cultura del Distrito Federal.
Hoy se reproduce esa entrevista, pues la muerte de Fidel Castro en La Habana acaeció 60 años después de la partida del yate, justo en la misma fecha. Y no es la única coincidencia: El Cuate, nacido en México hace 90 años (al igual que el comandante), estaba el pasado 25 de noviembre en el Museo de la Revolución de Tuxpan, Veracruz, presentando una nueva edición de su libro.
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Se llama Antonio del Conde, pero Fidel Castro lo bautizó como El Cuate. Nació un poco por azar en Nueva York, pero sus padres fueron mexicanos y llegó a la Ciudad de México a los siete meses. Un día de julio de 1955, el futuro líder de la Revolución Cubana entró a su armería ubicada en el Centro Histórico, y desde entonces El Cuate ha sido fiel al movimiento de aquel que entonces se le presentó bajo el nombre de Alejandro, un hombre de su misma edad.
--¿Tiene usted acciones de mecanismos belgas? –fue la pregunta que le hizo.
Relata Del Conde en su libro de memorias Yate Granma (edición de autor, 2004) que tres veces pidió a Alejandro repetir la pregunta, y éste lo hizo en los mismos términos. Escribe:
“Y contraviniendo toda regla de vendedor, que en definitiva en ese momento eso era, un vendedor, no le contesté su pregunta, aunque pensé antes de contestar que sí me entendería y me creería que lo podía ayudar, que conocía el ramo y tenía experiencia, además me respaldaba un negocio establecido desde el año de 1932, acreditado y muy conocido, pues me anunciaba en los diarios del país hasta tres veces a la semana.
“Repito, no le contesté su pregunta, sólo le dije: --Mire usted señor... yo no sé quién es usted ni me interesa... pero si usted quiere, yo le ayudo.
“Indudablemente que no pensé ni remotamente me imaginé lo que implicaba haberle ofrecido ayuda, pero a través del tiempo siempre tuve presente ese compromiso de que yo le ayudaría y lo cumplí hasta el último momento, y sigo cumpliendo hoy en día y seguiré cumpliendo, al igual que él también cumplió y sigue cumpliendo.”
Un año y medio después, Antonio del Conde, tras conseguir un barco abandonado y averiado, comprarlo y repararlo, se lo entregaría para que se fuera con 79 soldados, un médico (el Che Guevara) y un capitán a los que había ayudado a preparar y a armar para zarpar desde Tuxpan, Veracruz, hacia Cuba e intentar la revolución. Era el yate Granma.
“Si usted me arregla este barco, en ese barco me voy a Cuba”, le había dicho Fidel.
Y también sentenció: --Si El Cuate no me falla, salgo... Si salgo, llego... Si llego y duro 72 horas, triunfo--, de acuerdo con su compromiso de ser ‘Héroe o mártir’, como anunció en una carta de despedida de Cuba en ese 1955: ‘De viajes como éste no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies’, según se reproduce en Yate Granma.”
Hoy tiene 83 años, se transporta en motocicleta, toda la vida ha tenido un gimnasio en su casa y acaba de regresar de una doble operación en La Habana y de un viaje de 8 mil kilómetros (para descansar de la cirugía) por el norte del país y el sur de Estados Unidos. Parece incansable. Es serio y jovial. Atento. Afable. Parece nunca enojarse. Sólo en algún momento suelta una palabrota.
En el estudio de su casa de Chimalistac tiene por todos lados imágenes del Granma: fotos, pinturas, maquetas. Del original antes de ser reparado; del que está en una burbuja climatizada, contra plagas, frente al Museo de la Revolución de La Habana (que el próximo diciembre cumple 50 años de haberse inaugurado por órdenes de Raúl Castro), con una lámpara perenne y vigilancia física las 24 horas; del cascarón que cada 26 de julio, como hoy, marcha por las calles de La Habana en el desfile conmemorativo del Asalto al Cuartel Moncada; y del de la réplica que Fidel Castro repuso a Tuxpan, Veracruz, y que, informa, ha desaparecido:
“Dicen que se lo llevó la corriente del río, pero que no chinguen... Se lo robaron. Fidel les repuso el original, lo tenía la flota de Tuxpan. Primero lo pusieron en la escuela de Marina, lo abandonaron. Ya tenía agua adentro, pero no me dejaron inspeccionarlo. ‘Se va a hundir’, le dije a la embajada, de donde hablaron a la escuela y lo llevaron al Museo Casa de la Amistad México-Cuba, pero en lugar de ponerlo en la bodega lo colocaron a la orilla del río. Les dije que en cinco años se iba a destruir. Y un buen día dicen que se lo llevó la corriente. Mis huevos también, cabrones, me consta que le robaron cosas del interior, pues su estructura era aprovechable. Vete tú a saber dónde fue a parar.”
Rememora aquel primer encuentro extraño con Alejandro:
“Identificaba a la gente a través de las armas. Cuando le pregunté si me repetía su pregunta, la mía era una pregunta técnica: quería que me dijera más. Pensé: ‘Sabe algo, pero no sabe en qué se va a meter’.”
--¿Por qué le creyó usted a Fidel?
Responde así a Proceso:
“Por su sinceridad, su honradez y su interés por su país. Eso aquí en México no se entiende, porque trabajas para tu santo. El no, él iba a ser ‘héroe o mártir. Y te da gusto tratar a una gente que vea por los demás. Estuve cerca de él y colaboré con él. Y 50 años después renuncia, no obstante que falta mucho en Cuba. Se sacrifica. Recuerda que el poder no lo dejas, y él lo deja y ya no aspira a nada. Porque sabe que ya no puede ser 100% eficiente. Ese es el Fidel Castro al que seguí en 1955 y lo sigo aún. Siempre me consideró de su movimiento.”
–Pero según cuenta en sus memorias, no lo dejó ir en el Granma.
–Él creía que era más útil aquí que en la sierra. Además era una orden, a una persona como Fidel no se le hacen preguntas. Te dan una orden porque saben de antemano que la puedes cumplir. Son personas distintas a nosotros, ya saben para qué sirves. Tienen una capacidad y una sensibilidad superior. ¿Te acuerdas de Sor Juana? Desde niña se instruyó. No es sólo que fuera inteligente, conocía tanto que ya sabía.
“Pero si matizas la pregunta, hay que decir que yo estaba entrenado físicamente, pero políticamente no. Él me dio la disculpa de ser más útil aquí. De momento no la analicé, estaba tan involucrado, tan embobado, tan apendejado con el barco, pues no lo entendía yo y sólo cumplí la orden de no ir.”
–¿Le afectó?
–Sí, y como que me obligó más. Me hizo más responsable, me hizo cumplir más a cabalidad.
–¿Estaba dispuesto a morir?
–La edad es un factor preponderante. Con esa edad y ese tren de actividades, todo por liberar a Cuba, no piensas que te vas a morir, sino a triunfar. Y sobre todo él te motivaba: aseguraba que ya tenía ganada la guerra con 12 compañeros y siete fusiles contra un ejército en forma, y eso que todo se perdió en el desembarco. ¿Sabes qué pasa? Aparte de que yo tengo 50 años en esto, dicen que no todas las revoluciones triunfan, y ésta triunfó. Costó trabajo, mucha gente se fue, murió, pero él salió triunfante.
“Tienes que estar de acuerdo en que el pueblo de Cuba lo apoyó 100%. Actualmente, 93% lo apoya. En las elecciones, votó 97%. ¿En qué país vota 97%?”.
–Los contrarios a la revolución dirán que es por miedo.
–No. Todo el pueblo en Cuba está organizado de una u otra manera. No por miedo, por conveniencia propia. A lo mejor no siempre estás en la organización que te gusta, pero con alguna comulgas. No es como en la dictadura, que en cualquier calle mataban a cualquiera. Como quiera que sea, Fidel ha revolucionado la vida de Cuba, es un hecho. Que tiene fallas, que tiene carencias... imagínate nada más aquí en México, carencias de millones. Además tienes que ser honrado, que no es fácil. México es un país riquísimo comparado con Cuba, que es un país pobre hasta la pared de enfrente, y aquí cada sexenio salen puñados de millonarios. Aquí cada quien para su santo.
[caption id="attachment_465506" align="aligncenter" width="702"] Una réplica del yate revolucionario. Foto: Benjamin Flores[/caption]
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En sus memorias, El Cuate narra todas las peripecias para conseguir las armas de contrabando desde Estados Unidos con el hombre encargado de acompañarlo, Chuchú Martínez --“un guagüero fiel, bicho (sagaz), común y corriente, para vigilarme y comprobar lo que Fidel ya sabía, que yo era de confianza”--, con quien compartió la prisión y por quien llegó a sentir un verdadero afecto. Por Fidel, El Cuate enfrentó a su familia y fue expulsado de la Iglesia católica.
La versión de Yate Granma fue avalada por Cuba (a donde mandó tres juegos), y a menudo Antonio del Conde relata en la isla la historia de ese barco que compró por 50 mil pesos a un matrimonio estadunidense; la pareja lo había abandonado tierra adentro de las márgenes del río Tuxpan tras sufrir un asalto que la decidió a vender todas sus propiedades y regresar a su país:
“Yo tenía varias lanchas por lo de la cacería. Y quería una grande, como complemento. Vi esa y me pareció buena porque es de 50 toneladas, que era para navegación costera y no necesitas permisos para traerla por ahí. No la pensaba como negocio ni para travesías grandes. El yate, al que los gringos le habían puesto Granma por lo de Gran Mother, se veía muy bonito en medio del monte.”
En el libro, El Cuate incluye toda la documentación de compraventa y los permisos que, a veces con dificultad, pudo conseguir para ir probando la lancha. El peor momento fue cuando Fidel había decidido partir al amanecer del 25 de noviembre de 1956 y el capitán de puerto no quería otorgar el pasavante a Del Conde porque estaba nublado. La tarde se alargó hasta la noche, y entre copas y negativa del almirante, pudo finalmente convencerlo con el ardid de que ya habían llegado sus “amigas” para ir a darles la vuelta por la costa.
Cuando El Cuate llegó al yate, la noche entrada, aquello era un desorden. Los hombres estaban dentro y fuera del yate, fumaban, charlaban. De inmediato acomodó a los 80 en el barco (sin contar al capitán y a Fidel), sentados, juntos (apenas cabían), y les exigió silencio y nada de fumar. El viaje peligraba. Cuando el Granma zarpó sin él, tuvo que irlo ribereando a lo largo del Golfo de México y hasta la Península de Yucatán, por si algún problema obstaculizaba la travesía. Su misión no estaría completa si no llegaba a salvo a Cuba.
Sólo un poco antes de partir se enteró de que entre los combatientes ya había un médico. Se llamaba Ernesto Guevara, y los cubanos le habían puesto, como a él, un apodo. Al triunfo de la revolución, El Cuate fue asesor del Che durante dos años:
“Me dijeron que ya tenían médico para la expedición. Así que él se fue como médico en el Granma, pero en la sierra se volvió comandante. Lo analizo muy fácil: era asmático, lo peor que le puede pasar a alguien. De ahí su entereza de carácter, y como médico era un señor de una autodisciplina tremenda, capacidad de trabajo absoluta, entereza ejemplar. Nos enseñó a ser puntuales, a cumplir con el trabajo. Le demostró a Fidel que la impuntualidad le costaba millones de dólares (o pesos) a Cuba. Enseñó el trabajo voluntario, la organización. Estaba políticamente muy claro.”
Al repasar los distintos logros del Che en los cargos que tuvo en Cuba, señala que fundó el Ministerio de la Industria “a base de trabajo y cumplimiento y siempre bajo la supervisión de Fidel, de plano te lo digo a ti y se lo digo a cualquiera”. Y es que Fidel, dice, es de esos hombres que te encuadra, que interpreta tu idea y te la desarrolla: “Son señores distintos”, recalca.
“Pero no me gusta hablar del Che, a pesar de que fui su asesor. Está perfectamente claro que yo fui gente de Fidel, pero sí creo que el comandante (yo al Che le llamo comandante), por su trayectoria, no nada más por la Revolución Cubana, sino por su trayectoria de hombre, no merecía que lo hubieran asesinado en la forma en que lo hicieron, bajo ninguna circunstancia. Siento no haber estado más con él, pero no podía distraer mi acercamiento a Fidel. Me afecta íntimamente, tremendamente hablar del comandante Guevara. No puedo hablar fríamente de él sin tener una afectación personal. El ejemplo que me dio en su comportamiento y lo que me demostró con su fidelidad a Fidel, era digna de mi admiración.”
–¿Y Raúl Castro?
–Es muy amigo, sin protocolo y sin nada. Totalmente distinto a Fidel. Fidel es Fidel, Raúl es amigo, claro, y Fidel es tu amigo, pero no puedes decir que es tu amigo.
El prólogo de El Cuate a su libro comienza así:
“Estas memorias a las que he llamado Memorias del Yate Granma, son un yo acuso no al país que me vio nacer, al fin y al cabo no nací en México, es un acuso a la desmedida, a la globalizada (la parte del globo que le toca a la República Mexicana) y exasperante corrupción mexicana.”
Y como Colofón, la Fe de Erratas que dice:
“No se fije y no se notan.”