"La vida después de la vida", biografía de Fito Páez

miércoles, 18 de marzo de 2015 · 22:00
MÉXICO, D.F. (apro).- El pasado viernes 13 de marzo cumplió 52 años de edad una de las figuras de la música argentina más queridas en el rock latinoamericano: Fito Páez, cantautor y cineasta. Amante del género biográfico, quien esto escribe halló hace pocas semanas en una librería de viejo, en el barrio de Coyoacán, uno de los volúmenes ilustrados más fieles y raros escrito hace justo dos décadas por uno de los amigos juveniles y paisano del cantautor, el periodista Horacio El negro Vargas (Rosario, 1960): Fito Páez (la biografía): La vida después de la vida (Homo Sapiens Editores. Colección Hechos y Protagonistas. Rosario, Argentina, 1994. 258 páginas). Hemos escogido tres breves fragmentos de dicho libro (integrado por siete capítulos y un apartado con letras selectas de canciones de Fito), que hace 20 años fuera el texto más vendido en la Feria del Libro de Rosario hacia septiembre de 1994, mereciendo una segunda edición en diciembre de tal año, para nuestros lectores y fans de este popular artista. El nombre del padre El miércoles 13 de marzo de 1963 Margarita Zulema Ávalos –pianista, concertista y profesora de álgebra--, llegó al Sanatorio Británico de Rosario con una urgencia inocultable: estaba a punto de parir a su primer hijo. Tenía 33 años y esta vez confiaba que no hubiera complicaciones en el parto. Su deseo era una forma de superar una experiencia difícil que había tenido en un anterior embarazo, cuando parió una beba que nació muerta. Su cuñado, el obstetra Eduardo Carrizo, la asistió en el parto. Y cuando el vástago pegó el primer alarido, Margarita lo cobijó en su pecho. Llevaría el nombre del padre, Rodolfo. Rodolfo Páez. El pequeño Rodolfo llegó a una casa llena de sonidos de música clásica europea, con su madre tocando Brahms y Liszt en el piano de concierto, colocando en el living de Balcarce 861 (en la adolescencia se inclinaría por autores más audaces, vinculados con lo contemporáneo: Debussy, Ravel, Varése. Y lo aburrirían Chopin y Mozart. Le fascinarían los autores audaces, la locura de la lucidez, la locura que no se apoya en la moral). El proceso de crianza tendría un corte inesperado. La madre debió convivir con un cáncer de hígado –la familia pensaba en un principio que se trataba de un embarazo más--, y se murió cuando el niño tenía apenas ocho meses. Todo lo que quedó de ella es una foto donde está vestida de blanco tocando el piano; un recuerdo; un disco de pasta grabado en una radio. Su hijo no la conoció. Para él era una genia, con un swing impresionante. Quedan marcas en el cuerpo, agujeros que se propuso llenar con música, pero desde entonces el niño se ubicó en un plano distinto a los demás, lamentando su ausencia justo cuando había que acceder a la llave para accionar al mundo. --¿Cómo recordás a tu madre? --Yo creo que ella está todo el tiempo en la manera en como toco el piano. Mi vieja fue la generadora de todo lo que me pasó. Fue la primera ausencia, en el primer sentido de que la cosa no andaba bien y que el mundo ha vivido equivocado. --También confesaste que alguna vez encontraste un agujero y por ahí hiciste pasar tu música. --Siempre me acuerdo de eso. Ese agujero me lo hizo mi vieja. Y eso está en lo que hago. La muerte de su madre hizo que el pequeño fuera criado por la abuela paterna, Delia Zulema Ramírez, viuda de Páez, a quien el pequeño bautizaría como “Bella”, la tía abuela Josefa Páez, soltera y una suerte de hermana de crianza de aquella, a la que el muchacho llamaría “Pepa” y su papá, empleado jerárquico de la Municipalidad de Rosario. Los cuatro vivían en la casona de calle Balcarce al 800, ubicada en el macrocentro rosarino, a una cuadra de la Jefatura de Policía, a metros de la escuela Normal 2, las facultades de Derecho y Ciencias Agrarias y de la emisora L3. (…) Casatumbas A la casona de las abuelas de Páez entró mucha gente, como los hermanos Walter y Carlos de Guisti. La muerte llegó el mediodía del 7 de noviembre de 1986 y alguien la imaginó como un tornado que arrasa todo lo que encuentra en su camino. Las mujeres, que criaron al chico después de la muerte de su mamá a los ocho meses, fueron gentiles con los visitantes porque eran chicos del barrio, conocidos de Fito que frecuentaban el lugar desde aquella primera vez que realizaron trabajos de mantenimiento en la propia vivienda. La abuela Delia Zulema Ramírez, viuda de Páez, tenía entonces 76 años y Josefa Páez, la tía-abuela, 80. Fermina Godoy, de 33, embarazada de seis meses, la tercer mujer que estaba en casa, había sido contratada hacía un tiempo como empleada doméstica. Como casi todos los días, un trabajador de la empresa 9 de Julio --el clásico basurero—llegó desde el barrio Empalme Graneros a buscar a su esposa Fermina. Llegó a horario, pero a pesar de los insistentes llamados a la puerta, nadie se acercó a abrirle. La situación se agravó cuando giró la manija de ingreso y la puerta de abrió. No estaba cerrada con llave, pero se tranquilizó al pensar que se trataba de un olvido momentáneo de las ancianas. El hombre recorrió el zaguán y al internarse en el interior de la casa se encontró con un cuadro de horror. El cuerpo de su esposa estaba echado de espaldas sobre una cama de dos plazas, ensangrentado, con signos de haber sido apuñalado, en una de sus manos la víctima tenía sujeto un trapo rejilla que se utiliza para la limpieza. Doña Zulema estaba vencida al ingreso del dormitorio, la muerte la sorprendió cuando unos puntanzos y una bala atravesaron su cuerpo. Josefa estaba cerca suyo, al pie de la cama, con marcas del crimen en el cuello. Un olor penetrante invadió las habitaciones. Casatumbas. La ambigëdad del panteón, los que quedaron en el camino o pueden caer cualquier noche. Fito se volvió un perro rabioso ladrándole a la luna. Por eso escribió o vomitó, con furia
Dicen que ya no soy yo Que estoy más loco que ayer Y matan a pobres corazones…
A pesar de todo, Fito jamás pensó en verse envuelto en una situación límite, ante tanto dolor y culpa: “La idea del suicidio funciona en todos nosotros, creo que hay que tener bolas para hacerlo, no se puede coquetear con eso”, fue su respuesta. (…) Fin de año Otros dos hechos significativos se registraron al finalizar 1993. El primero ocurrió en Cuba, a mediados de diciembre. Fito no olvidó jamás las palabras de uno de los músicos de la isla, Pablo Milanés, cuando se encontraba en el ’87 tras un concierto en Buenos Aires. Fito estaba pasando por una sitaución difícil: el asesinato de las abuelas y las penurias económicas. “Venite a Cuba, chico”, le dijo Milanés al enterarse de sus dramas. Fito le hizo caso y fue al encuentro de un lugar que lo contuviera. A la distancia dice que esa experiencia resultó una inyección literal de vida. Por eso devolvió tanta gratitud para un país en crisis económica. Su razonamiento era “estoy bien, con una chica divina; ellos están en la lona. Gesto por gesto. No hay otra lectura posible”. Nada más. En la idea de ir a Cuba no hubo nada de mesiánico ni épico, ningún mensaje. Viajó por afecto; sin embargo, es obvio que defiende el sistema socialista de partido único: “A cada pusilánime que habla mal de Cuba, yo le pagaría el pasaje para que fuera a ver y se mezclara con la gente, porque nadie hablaría mal si lo conociese, en Cuba se defienden valores humanos ya olvidados en el mundo.” Adora a Fidel Castro: “Es una persona con una nobleza increíble. Defiendo su idea a toda costa y aunque le pese a todo el puto mundo occidental.” Invitado a tocar, lo hizo nada menos que en la Plaza de la Revolución, un ícono sagrado para la Cuba revolucionaria. Fue el primer artista extranjero al que se le concedía semejante privilegio. Fue en ese lugar donde se recuerda el asalto al cuartel Moncada y el anuncio necrológico de Fidel Castro a la multitud sobre la muerte, en la selva boliviana, de otro rosarino famoso: el Che Guevara. 40 mil personas escucharon en vivo a Páez. Aunque podrían haber sido muchas más. Los cubanos dieron una explicación política a la falta de mayor convocatoria. Por las serias dificultades que tienen los habitantes de la isla para movilizarse, ante la falta de combustible, el servicio de transporte público se reduce considerablemente los fines de semana, –el concierto fue un domingo— para poder utilizarlo en los días subsiguientes. Incluso las distancia entre el lugar del recital y los centros habitacionales de mayor densidad están separados por 10 kilómetros. De todas maneras, y previendo esta situación, la televisión estatal cubana transmitió en vivo el recital. Después vendría el encuentro esperado con Fidel Castro en la Casa de la Unión de la Juventud Cubana. Acompañaron a Páez, Silvio Rodríguez y el cantante español Eduardo Aute, “las chicas” como dijo Fito al presentar a los dos cantantes como músicos invitados de sus shows, y sus respectivas mujeres. Fue un encuentro relajado, donde todos se sintieron cómodos. Fidel estaba de excelente humor. Fue como si uno se encontrara con un familiar, o tomando té en la casa del abuelo. La foto publicada por Clarín en tapa fue cedida por el propio Páez, que la obtuvo de un anónimo fotógrafo oficial, y refleja el clima informal. Páez de musculosa y bermuda negra y zapatillas chinas recorre un pasillo casi en penumbras con Castro a su lado, de uniforme militar y barba tupida. Detrás de ellos se observa a (su futura esposa) Cecilia Roth, con un rostro que desnuda cierta fascinación por el encuentro. Castro vio el recital a través de la televisión y en otro momento salió al balcón del comité central del Partido Comunista para seguir las alternativas. Para Fito “fue como estar con la historia de una buena parte del mundo. Y ver que esa parte sigue manteniendo la energía que lo caracterizó siempre”.

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