Natalia Lafourcade colma 'Hasta la raíz” el Auditorio Nacional
MÉXICO, DF (apro).- La noche en que Natalia Lafourcade congregó por primera vez a su público en el Auditorio Nacional se convirtió en una procesión de almas vivas cuya ofrenda sonora y lumínica, con reminiscencias del pasado, sonido intemporal y experimentación futurística, fue recibida por sus fans en verdadera algarabía.
El 4 de noviembre de 2015, después de muchos años de ir conociéndose, desarrollándose y arriesgándose como compositora, de sellar con melodía líquida esos Amores que duelen, de conocer más a fondo la armonía de la guitarra de jazz, su caudal de canciones que ahondan en las vicisitudes del amor contemporáneo o del amor sin tiempo, así, perenne, pudo dejarse sentir madura, plena, con un público colosal, como el propio recinto de Chapultepec Polanco.
Su vocación de escritora de canciones sublimes, algunas de ese pop enriquecido con sonidos (y grandes colaboradores músicos de jazz), tuvo a bien motivar la remoción de escombros del amor entre sus extasiados seguidores --muchas, pero muchísimas mujeres; menor cantidad de varones, también mucha comunidad de la diversidad amorosa--, basada en una navegación contenida, relajada, pero también con ímpetu.
El coro de diez mil almas que celebró sus hits, sus canciones antiguas y sus exitosas incursiones más experimentales recibió también con mucho cariño (como ella lo pidió), y sobre todo, ¡sabiéndose sus temas! a los grandes invitados de la noche: el grupo de son jarocho Los Cojolites en pleno inicio de la celebración de su XX aniversario, ensamble cuya nominación al Grammy este año les ha valido ampliar sus horizontes para prometedoras giras.
Natalia Lafourcade narró al público (la interrumpían siempre, para chulearla, agradarla) cómo fue que hace algunas semanas, se dio a la tarea de dirigirse al Centro de Documentación del Son Jarocho, en Jáltipan, Veracruz, en donde Los Cojolites tienen su base, y cómo se fue Hasta la raíz, como denominó a su espectáculo de anoche. Ahí decidieron unir fuerzas para la celebración del primer lleno en ese recinto de la compositora, quien cantó con ellos el tema que dedicara al movimiento #YoSoy132 intitulado “Un derecho de nacimiento”. Con imágenes del mismo y el combo jarocho dándole recio, emergió la voz de esta cantautora de ánimo versátil. Después, dejó a su público con el ensamble veracruzano que se destapó con “El son sin fin”, ya con un sonido más que rico de son contemporáneo, jaranas, leonas, cajón y tarima creando un ritmo contagiante, así como el impactante solo de requinto de Noé González. Los Cojolites cerraron esta colaboración con la propia Natalia, que celebraba “Sembrando flores” con un tocado en el cabello así, con flores, a la usanza de los pueblos veracruzanos. Y muy florida quedó para el resto de la noche. Al paso de los 28 temas interpretados, entre los que se contaron “Para qué sufrir”, “Ya no te puedo querer”, “Nunca es suficiente”, “Mujer divina” (qué alboroto entre las gradas con este tema tan bien recibido entre los queer), “Amar te duele”, “ Me voy de casa” y “Te quiero ver”, fue escuchándose cada vez más su capacidad de guitarrista con tonalidades electroacústicas fantásticas, de clase jazzera, algo que siempre la definirá como una músico completa: voz dulce, emblemática, con potencia y sobriedad musical desde el instrumento favorito; aunque también se sentó al piano para homenajear a Agustín Lara en “Amor de mis amores”. A la producción le faltó temperar mejor los micrófonos del piano de cola, para que pudiésemos gozar más de su capacidad pianística, cada vez mejor explorada. Pero a Natalia Lafourcade no se le dejó ir tan fácil. No por parte de su coro de diez mil almas que la hizo regresar para un encore después de lanzarse con “Aventurera” y “Ella es bonita”, para finalizar con un set solo (“Partir de mí” se convierte en una autodefinición de su poética musical), y otras tres piezas que reafirman que confabular la buena composición con grandes músicos siempre será mejor que irse simplemente por la vía fácil de la industria pop. Natalia Lafourcade está convertida en un clásico contemporáneo de la música popular y parece que llegará muy lejos, quizá como ella bien lo define: “Hasta la raíz”.