De los ballets de Biarritz

martes, 28 de mayo de 2013 · 18:40
MÉXICO D.F. (apro).- Para entrar y disfrutar plenamente el universo del repertorio clásico, hay que olvidarse de seguir las anécdotas y dejar que el embeleso de las imágenes perfectas que crean coreógrafos, bailarines, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores y técnicos, entre otros, deslumbren nuestra mirada. Desarrollado a niveles extraordinarios, el ballet actual ha logrado ser la actividad dancística más admirada por millones de personas en todo el mundo y convertirse en el imaginario ideal de hombres y mujeres. Progresivamente, además, ha venido a adelantarse formalmente a la danza contemporánea de tal forma que el entrenamiento profesional de la mayor parte de las compañías más vanguardistas del mundo deviene de él y la mayor parte de los bailarines de alguna u otra forma recurren a él como forma fundamental o paralela de entrenamiento. Es decir, el ballet es de nuevo la última moda. De visita en México por primera vez, el Malandain Ballet Biarritz hizo una gira por Jalisco, Guanajuato y la Ciudad de México para mostrar, de manera impecable y austera, que un proyecto serio en una pequeña ciudad de la costa de la provincia de Bayonne puede ser modelo a seguir cuando se entiende que la danza es mucho más que una actividad de ornato. Con presupuesto fuerte pero incomparable al de compañías como el Ballet de la Ópera de París, el grupo fundado y dirigido por Thierry Malandain hace eco en Francia y en la zona de los vascos en España. Sus actividades involucran a poblaciones diversas de la zona costera del sur de ambos países y resignifican las posibilidades de crear vínculos culturales a través de intercambios y colaboraciones artísticas. Pero no se trata de una compañía de repertorio, sino de una organización bien cimentada en los principios de la llamada línea neoclásica que hoy en día es entendida como una revolucionaria forma de concebir el movimiento, la coreografía y el cuerpo mismo a través de una estructura ortodoxa de ballet evolucionada hacia una búsqueda fehaciente hacia otro vocabulario más libre pero no menos riguroso. Magifique fue la propuesta con la que el grupo se presentó hace unos días en el Teatro Esperanza Iris de la Ciudad de México para hacer su debut. Se trata de una pieza inspirada en tres ballets del repertorio clásico con música de Tchaikovsky --La Bella Durmiente, El Lago de los Cisnes y El Cascanueces-- en una versión libre con múltiples referencias a los ballets originales. No se trata del montaje más importante de la compañía pero si uno de los más eficientes en su convocatoria de público que sin las referencias convencionales de dichos ballets deja de preocuparse por las anécdotas a veces impenetrables --si no se conoce a fondo el lenguaje del ballet-- para entrar de lleno al disfrute de la bellísima música del compositor de origen ruso. Malandain conoce su negocio, conoce a fondo la forma y fondo de los ballets y los trasforma en una serie de highligths de sus propias anécdotas y memorias sobre estos ballets. Recurre entonces a sus más vívidos recuerdos del hada de azúcar, de los cuatros cisnes, de la variación del gato con botas, del dueto estelar de Odette con Sigfrido, del vals de las flores y juega con ellos utilizando en algunos casos los mismos pasos convencionales trasformados en un vocabulario si no personal cuando menos estructurado con cierto encanto de singularidad. Un sobrio vestuario que resalta la belleza de los cuerpos, un grupo de 22 bailarines diversos pero muy bien escogidos para los fines del grupo, una estructura escenográfica funcional que lo mismo sirve como biombos, espejos, cajas y escondites y un maquillaje realista coronan un muy buen esfuerzo. Quedan sin embargo, algunas licencias como guiños al espectador, bromas infantiles como las del pas de quatre ejecutado por cuatro bailarines hombres que mueven sus manos como si fuesen pequeños patos, algunas repeticiones excesivas y el estilo mismo --un tanto almibarado--que suele entusiasmar mucho a tirios y troyanos. Pero más allá de todo, el grupo es uno de los mejores en su estilo en Europa. Ya hacia falta ver algo así en México para recordar que hay vida en el planeta después de que la única forma de acceder al repertorio clásico en la Ciudad de México es el Lago de Chapultepec, el Alcázar del Castillo de Chapultepec y el Auditorio Nacional --el equivalente es un cuarteto de cámara tocando en el Estadio Azteca.

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