Música: Eduardo Mata
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El Homenaje Nacional convocado por Conaculta, celebrando el 70 aniversario del natalicio de Eduardo Mata, nos hace reflexionar sobre aspectos curiosos y desconocidos del director.
La exótica variedad biomarina del Istmo, que habita también la obra pictórica de Toledo, así como la extravagante comida oaxaqueña, era una de las delicias que frecuentaba Eduardo Mata, en quien prevaleció hasta el final el gusto entrañable por su cultura original.
Cuando estaba en México, en su residencia de Tepoztlán, volaba para ir a desayunar al mercado de Oaxaca y volvía a comer con su gente cercana. Una vida excéntrica, con agenda cubierta cinco años delante de conciertos en Europa, y sus amigos bromeaban en las comidas, señalándole que “hasta su cocinera en Tepoztlán se llamaba Próspera”.
Nadie entonces predecía que el destino era corto para su meteórica carrera y que su deseo de volver a componer quedaría truncado.
Tiempo antes del accidente aéreo, el maestro Eduardo Mata andaba incómodo con José Antonio Alcaraz por un comentario del crítico musical en su columna de Proceso, donde afirmaba que “el paso de Mata por Bellas Artes había dejado un lastre”. Nunca le perdonó el comentario y mandó incluso una carta diciendo que “el señor no sabe lo que dice cuando se pone su sombrero de periodista”. El asunto no trascendió a más, pero la amistad se afectó permanentemente.
La prematura desaparición de Mata dejó varias incógnitas sobre de qué manera su actividad y proyectos habrían influido en la vida musical futura de Mexico. Otro misterio es sobre los riesgos voluntarios que corría. Se piensa que los tres oficios más riesgosos del mundo son piloto aviador, director de orquesta y cirujano del cerebro.
El de los directores de orquesta, siendo un fenómeno altamente estresante –como se observa–, provoca que estos busquen una actividad alterna, casi siempre fuerte, para liberar su tensión. Quizá por ello Herbert von Karajan también piloteaba aviones y conducía carros de carreras.
En lo artístico, Mata siempre fue solidario con la cultura latinoamericana. Ya había grabado la obra completa de Revueltas con la New Philharmonia Orchestra de Londres y le preocupaba la proyección internacional de los autores vivos. En Londres estaba molesto por el maltrato a la Orquesta de Venezuela, durante el Festival VIVA (Impression of Latinoamerica), y lo consideró parte de una política racista europea.
Con sus propias obras era sumamente crítico. Varias veces me comentó que ya no le gustaba lo que había compuesto, y que si pudiera estructuraría sus obras de forma muy diferente. Lamentaba no tener tiempo para retomar la composición por la carga de trabajo como conductor. Se puede decir que estaba incomodo con sus partituras y más cómodo como director (dos disciplinas a veces incompartibles, salvo casos como Mahler y Bernstein).
“¿Cómo puede uno componer música siendo director –se preguntaba Daniel Catán– si se tiene llena la cabeza de la música de otros autores?.”
A Mata le tocó fuerte en sus años formativos el auge del serialismo de Shönberg y Webern, dominador de las tendencias de vanguardia desde los años cincuenta. Probablemente esa estética de frialdad matemática se contrapuso a su temperamento expresivo por naturaleza. Por ello no estaba satisfecho con su producción.
La suya fue una vida espectacular e intensa y como tal no podía terminar de una forma decadente o rutinaria, sino envuelta en el pájaro de fuego.