Computación

Computación: De la ilegalidad a los usos y costumbres

De esta manera, nadie podía acusar a un portal de tener un archivo digital ilegal, porque simplemente éste se encontraba disperso en muchas partes, en muchos nodos de la red. 
domingo, 22 de diciembre de 2024 · 14:56

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Es claro que Internet cambió la fisonomía de mundo. Las cosas son diferentes, la manera de comunicarnos no es como antes. Se abrieron un sinfín de posibilidades (y se siguen abriendo), y de pronto vivimos en una era en donde la información es un bien. Hoy, quien no está conectado a la red de redes tiene desventaja frente a aquellos que pueden disponer de toda esta información en línea. Hoy el mundo es otro. 

Pero cuando Internet irrumpió en nuestras vidas también llegaron un número de prácticas que originalmente resultaban en contra de la ley. Por ejemplo, el compartir archivos digitales, práctica que comenzó a extenderse en la medida que la velocidad de conexión se hacía mayor, derivó en compartir música de todos los géneros. Para colmo, la llegada de formatos como mp3, hizo que estos archivos musicales ocuparan menos espacio y entonces la gente compartió indiscriminadamente su música con sus amigos y familiares.  

Esto, desde luego, no le gustó a las disqueras y hubo ejemplos de personas que fueron como los chivos expiatorios, pues fueron demandados por esta práctica que ya era común, imponiéndoles penas millonarias. Se esperaba que así la gente se desalentara y ya no compartiera su música con otros. Pero no ocurrió eso, sino todo lo contrario, se empezó a compartir mucha más música y hoy es un hecho de que nada puede detener esta tendencia. 

Después de estos archivos de música, llegaron las películas en DVD y no tardaron en convertirse en el nuevo contenido a compartir. Y además de poderse copiar a través de populares programas y unidades de discos compactos, nacieron los depósitos de archivos en donde estaban alojadas muchas películas de manera ilegal. De la misma manera nacieron esquemas que permitían descargar archivos digitales que no necesariamente estaban en un sitio, sino que estaban repartidos en diferentes lugares de la red y el sistema iba armando el archivo final, de hecho, este esquema fue el protocolo Napster. De esta manera, nadie podía acusar a un portal de tener un archivo digital ilegal, porque simplemente éste se encontraba disperso en muchas partes, en muchos nodos de la red. 

Los esfuerzos por detener a estos piratas que, consciente o inconscientemente, permitían a otros usuarios de la red el hacerse de contenidos comerciales de forma ilegal, solían fracasar. Al igual que pasó con la piratería de software, fracasaron todos los intentos legales por detenerla. Hoy tenemos muchos sistemas que están en las máquinas de los usuarios y que -probablemente- son ilegales, pero perseguirlos resulta una labor ingrata y probablemente más costosa de lo que se podría recuperar en caso que los poseedores de estos contenidos lograran algún éxito legal para defender sus obras. 

Probablemente los contenidos que más tardaron en empezar a ser a compartir fueron los libros electrónicos. La práctica de compartir información impresa se ha hecho siempre. Por ejemplo, cuando estudié el posgrado en el Reino Unido, si necesitaba información de un libro, podía comprar una tarjeta y se me limitaba la cantidad de copias fotostáticas que podía hacer con ese plástico. Supuestamente se buscaba proteger a los derechos de autor, a quienes tenían los derechos de esos contenidos. Pero esto fue cuando apenas Internet estaba arrancando seriamente, (1988), porque hoy hay un número de sitios en donde se puede descargar prácticamente las obras más modernas, las recién impresas. Y es extraño que el sitio z-lib, por ejemplo,  siga operando, considerando que contiene muchos libros PDF, ePub, Mobi y otros formatos, con derechos de autor que parecen pasárselos por el arco del triunfo.  

Hay –además – sitios como Sci-Hub, que es la iniciativa de una investigadora rusa que -ante la imposibilidad de poder pagar los artículos académicos que necesitaba para sus trabajos- decidió iniciar un portal con artículos donados por sus autores, los cuales habrían sido publicados en revistas arbitradas internacionalmente. Hoy Sci-Hub tiene unos 80 millones de artículos y un par de demandas de editoriales científicas, las cuales exigen se les paguen los daños y perjuicios por poner todos esos documentos de manera pública. La investigadora Alexandra Elbakyan, creadora del sitio, tiene sobre su cabeza millonarias demandas, las cuales ignora y como perdió estos juicios en Estados Unidos, está fuera de la jurisdicción de donde vive, por lo que se supone, jamás podrán cobrarle los millones que las Cortes estadounidenses han declarado que debe.  

Y esto nos lleva a los libros de ajedrez, los cuales leo asiduamente. Hay una serie de editoriales que se dedican al juego ciencia y gracias a Internet, el juego ha logrado posicionarse entre los más populares. Igualmente, la serie de Netflix, Gambito de Dama, le dio un empujón a nuestro juego y yo diría que hoy por Internet el ajedrez goza de cabal salud. Y hay videos, canales en YouTube, monografías en discos compactos, programas de ajedrez que juegan como los mejores ajedrecistas del mundo, etcétera, y por ello ahora hay más información de ajedrez que hace unos pocos años. 

Pues bien, las editoriales de ajedrez están enfrentando, como casi todas las editoriales, el fenómeno de la piratería indiscriminada de sus libros en formatos electrónicos. Por ejemplo, un libro que estaba buscando, cuando se publicó, lo compré en Kindle por unos 200 pesos. Sin embargo, en un sitio pirata lo hallé un par de horas más tarde para descargarlo gratuitamente. A todo esto, hay una empresa llamada Forward Chess, que hace libros electrónicos interactivos de ajedrez. Pues bien, hoy existen métodos para comprar estos libros, convertirlos a PDF, ePub y Mobi, y subirlos a los sitios de ajedrez para que cualquiera los descargue. 

Y no me voy a meter con la ética de quien baja libros electrónicos piratas. Vamos, que el punto es que ya el compartir contenidos con derechos de autor parece ser de lo más común y sin ningún sentimiento de culpabilidad. En Facebook, por ejemplo, hay una página donde en la sección de archivos hay miles de documentos y libros de ajedrez. Y cualquiera que se inscriba a esta página tiene acceso a los mismos que, además, están guardados en los servidores de la propia empresa Facebook. 

Las nuevas maneras, los nuevos usos y costumbres, basados en las acciones que hacen los internautas están remodelando la manera en cómo hacemos las cosas e interactuamos con el mundo moderno. Hoy compartir PDFs con derechos de autor no lo ve nadie como un crimen, aunque todos sepamos que el autor no recibirá un peso de regalías, la editorial tampoco percibirá dinero por la obra que alguien leerá gratuitamente.

¿Qué hacer? No lo sé. Sólo sé que este es el estado de las cosas actualmente. 

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