CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Muestran su sonrisa de oreja a oreja, con el mar turquesa de fondo. Son tres amigos, dos mujeres y un hombre, de cuerpos bronceados, perfectos, autorretratados con la cámara de un teléfono celular de alta gama que proyecta la imagen al vago infinito de las redes sociales. Todo el día han publicado álbumes de lo grandioso que la están pasando. ¿Y yo? Encerrado esta tarde nublada, solo, sin nadie con quién pasar el tiempo. ¡Qué miserable es mi vida!
Ascensos laborales, nuevas y prometedoras relaciones, reconocimiento público, idílicas reuniones familiares. Visto desde la pantalla de un celular, la vida de los demás es maravillosa, repleta de triunfos y aventuras, sin espacio para las derrotas, las tristezas o el aburrimiento.
Sólo que, como bien habrá sospechado, esa bonanza paradisíaca puede ser sólo un espejismo que oculte las carencias de un desierto emocional. Es más, quien constantemente se esmera en exhibir lo bien que la pasa, podría sufrir graves desórdenes mentales.
En el reportaje Narcisismo, la nueva religión, publicado por el periódico español El Mundo, se advierte sobre el tema:
“Como explica José Luis Carrasco, jefe de la Unidad de Trastornos de la Personalidad del Hospital San Carlos de Madrid, éste es un fenómeno relacionado ‘con la imagen especular, la que te devuelve la mirada de los otros. En la medida en que la cultura ha derivado en la idolatría de lo aparente y de lo inmediato, el culto a la propia imagen ha adquirido preeminencia en la organización psíquica de los individuos’. Y las redes sociales, insiste el experto, permiten ofrecer ‘una imagen inauténtica, interpretar un personaje elaborado con elementos parciales de la persona y son elementos fantaseados. En realidad, facilitan construir un sí mismo idealizado y presentarlo de cara a los demás. Por ello, se convierten en un vehículo propicio para jóvenes con problemas de inmadurez y de inconsistencia de la autoimagen”.
Añade el doctor Carrasco: “Todo radica en un problema de autoestima y su versión enfermiza conlleva dos fenómenos: una autoimagen inestable; y una compensación mediante una autoimagen grandiosa. Así, este problema es el reflejo de un enorme complejo de inferioridad y de falta de validez. Es una huida angustiada de esta percepción”.
El Centro Can Rosselló, una clínica especializada en el tratamiento de adicciones y patologías en Barcelona, publicó el artículo El síndrome Selfie: de la moda al narcisismo.
“Aunque no se debe generalizar, expertos en psicología advierten que exponer excesivamente la vida personal también podría hablar de sujetos con baja autoestima, quienes buscan aprobación y aceptación de los demás”.
Según el organismo, el abuso de la publicación en redes sociales está asociado con: déficit de atención e hiperactividad, depresión, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de personalidad narcisista, trastorno esquizoafectivo y esquizotípico, hipocondría y adicciones. “Sociólogos y psiquiatras coinciden en que la gente exhibe solamente lo que quiere mostrar, construyéndose así una identidad que se pone a consideración de los demás para recibir retroalimentación y ser validada”, añade la institución.
El narciso promotor de sí mismo es sólo una cara de la moneda, la otra es el lánguido espectador. La Revista de Psicología Social y Clínica publicó un estudio que revela que el factor comparación es clave para desatar cuadros de depresión entre los cibernautas.
Según la investigación, quienes más tiempo permanecían en la plataforma Facebook mostraban síntomas depresivos; “en otras palabras, no importaba si una persona estaba haciendo una comparación social ascendente, descendente o neutral, todos estaban vinculados a una mayor probabilidad de síntomas depresivos”.
Tanto el extrovertido narciso como el tímido espectador tienen un factor en común característico de estos tiempos: una paupérrima intimidad.
En el libro La intimidad como espectáculo, Paula Sibilia, doctora en Salud Colectiva en la Universidad del Estado de Río de Janeiro y especialista en temas de comunicación, reflexiona:
“Calificadas en aquel entonces (siglo XIX) como enfermedades mentales o desvíos patológicos de la normalidad ejemplar, hoy la megalomanía y la excentricidad no parecen disfrutar de esa misma demonización. En una atmósfera como la contemporánea, que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo, que enaltece y premia el deseo de ‘ser distinto’ y ‘querer siempre más’, son otros los desvaríos que nos hechizan. Otros son nuestros pesares porque también son otros nuestros deleites, otras las presiones que se descargan cotidianamente sobre nuestros cuerpos, y otras las potencias –e impotencias– que cultivamos”.
Tal vez sea momento de aceptar que ni todo el tiempo pasamos momentos fabulosos, ni los otros gozan una vida excepcional; o mejor aún, tal vez sea momento de dejar de mirar hacia afuera y voltear hacia adentro.
(Responsable de la publicación: Juan Pablo Proal)
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