CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La escena me ha resultado tan común que pensé que debían existir razones, datos duros, explicaciones serias para comprenderla. Pensándolo bien, no es una escena, es una actitud, una manera de estar en la vida. Me explico: Uno habla, trata de conversar, de esbozar ideas, pero a cambio se obtiene el sepulcral silencio de entes autómatas. Por algo el transeúnte de hoy es un alma ensimismada a sus audífonos y absorto en su celular. Y no en balde a pocos les importa leer un artículo antes de compartirlo o comprobar su verosimilitud. Lo relevante es gritar qué creemos, qué nos gusta, enorgullecernos de nuestros prejuicios o filias, claro, aunque a nadie más le importen.
Intentaré plantearlo con mejor orden. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Columbia, el 59 por ciento de los artículos que circulan en internet son compartidos sin haberse leído previamente. Y eso no es todo, mucho de lo que se disipa en las redes sociales es absolutamente falso.
Según una encuesta realizada por Ipsos Public Affairs y BuzzFeed News, las noticias falsas que circularon durante la pasada contienda presidencial en Estados Unidos engañaron hasta el 75 por ciento de la población. A estos factores debemos añadir uno más: estudios y eruditos en la materia advierten que, a raíz de los progresos tecnológicos, nuestros cerebros se están volviendo más perezosos y, por ende, tontos.
En síntesis: La mentira es la regla en el universo virtual, nosotros no sólo no la objetamos, sino que la compartimos sin pudor, y, por si fuera poco, tal vez ni siquiera la comprendemos. Es decir, la tramposa apariencia prevalece sobre la verdad y el pensamiento crítico.
El diccionario Oxford declaró a “post-truth” (traducida al español como posverdad) como la palabra del año 2016. El escritor y periodista Alex Grijelmo, experto en gramática y lingüística, reflexionó a partir de ello:
“(…) podemos preguntarnos sobre todo si “posverdad” no formará parte de lo que la propia palabra denuncia, si no estará desplazando a vocablos más indignantes, como ‘mentira’, ‘estafa’, ‘bulo’, ‘falsedad’…
“El engaño siempre existió, sí, pero antes todos decían luchar contra él. Ahora, por el contrario, se empieza a cultivar como una buena técnica profesional el revoltijo de trampas de lenguaje basadas en el sensacionalismo, los sobrentendidos, la insinuación, la alusión, la presuposición, los eufemismos. Y si se trata de definir ese paquete, lo de ‘posverdad´ suena realmente a broma. Porque puede que estemos llamando ‘era de la posverdad’ a la ‘era de la manipulación’”.
El profesor de filosofía Michael P. Lynch, adscrito a la Universidad de Connecticut y experto en temas de internet, advierte que gran parte de la responsabilidad de este fenómeno recae en el cibernauta, acostumbrado a propagar información sin verificarla previamente. Cita el ensayo La ética de la creencia, del matemático W. K. Clifford: Quien no tiene tiempo para estudiar y reflexionar, tampoco debería tener tiempo para creer.
¿Quién no ha protagonizado o sido espectador de un linchamiento en redes sociales provocado por el abandono del pensamiento?
Es una era beligerante, donde la reflexión, la verdad, la profundidad y la honestidad son relegadas, lo importante es sostener con vehemencia nuestros prejuicios, defender nuestros gustos y soslayar la voz del otro.
El problema es que ni siquiera se trata de que hayamos silenciado al prójimo para suplirlos por eruditos soliloquios. No, más bien subutilizamos nuestro cerebro para hacerlo presa de los esquivos vicios de la hiperconexión y la hiperactividad; de la irracional multitarea y la insaciable búsqueda de la satisfacción inmediata.
Lo oportuno sería detener el dedo, pensar, cotejar, escuchar y leer antes de volver a compartir el siguiente artículo. La pausa, la paciencia, el diálogo y la reflexión frente a la voracidad volátil de difuminar la mentira. Una opinión pública cimentada en la falsedad es reflejo de una sociedad que abdicó el derecho a pensar.
(Responsable de la publicación: Juan Pablo Proal).
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