Controlar la narrativa
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Alex Levy (Jennifer Aniston) es la consagrada presentadora de un exitoso noticiero matutino que llega a todo Estados Unidos desde Nueva York, y que una madrugada, dos horas antes de salir al aire, debe salir al paso de un acontecimiento devastador: su compañero en la conducción, Mitch Kessler (Steve Carell) es despedido súbitamente luego de que The New York Times destapara acusaciones en su contra por hostigamiento sexual.
El primer reto para Levy es dar la cara ante un país que adora a la pareja de informadores y el cual no está preparado para tan intempestivo y forzado divorcio. En tan solo ese par de horas entre que se entera de la noticia y debe salir al aire frente a las cámaras, debe contener su emoción y además preparar un pronunciamiento en el que, aun cuando deja ver que extrañará al Mitch que conoció en su relación laboral, debe solidarizarse inequívocamente con las víctimas de su acoso.
Pero no es esa su única angustia: el problema cae justamente cuando la audiencia del noticiero va en picada y ella está en medio justo de su negociación contractual, sin que sepa –aunque lo sospeche– que ya no entra en los planes de los dueños de la televisora. Por supuesto, está consciente de que en plena era del #MeToo, que una empresa deje fuera del noticiero a una mujer puede ser todavía más devastador que haber cobijado a un depredador sexual.
Levy sabe que tiene que mostrarse tal cual es, como una periodista independiente, con criterio propio, pero sin perder la empatía que ha cultivado con su público. No le pueden dictar cuál será su reacción “oficial”: ella debe definirla, lo más sincera posible, porque de ese valor dependerá que pueda conectar con su audiencia. Y es en ese contexto en el que Levy pronuncia la frase que será su bandera de batalla: “tengo que controlar la narrativa”.
https://twitter.com/TheMorningShow/status/1193000144343429123?s=20
Se trata del argumento de The Morning Show, el programa estelar de la batería de nuevas series con las que el viernes 1 de noviembre debutó Apple TV +, la apuesta de la empresa creada por Steve Jobs para competir en el disputadísimo terreno del streaming, dominado ahora por Netflix y en el que se aproxima –primero en Estados Unidos– el proyecto patrocinado por el gigante Disney.
La reseña publicada por el sitio neoyorquino Observer hace notar cierto valor profético en la frase “controlar la narrativa”, aplicada a la propia serie y a las piernas con las que debe correr considerando que no sólo compite contra empresas tecnológicas, sino con canales de televisión que le llevan décadas de experiencia en contar historias.
No extraña en ese contexto que Apple haya echado toda la carne al asador invirtiendo, según Bloomberg, 300 millones de dólares en dos temporadas de The Morning Show y se allegara del prestigio de Aniston y de su coprotagonista, la también estrella Reese Whiterspoon, ambas productoras ejecutivas, con salarios de 1.25 millones de dólares por episodio cada una, según The Hollywood Reporter.
Según esta última publicación, la narrativa que por ahora está imponiendo la antigua simple fabricante de computadoras es la de una nueva era de salarios inflados en el starsystem actoral. Pero, en realidad, hay otra narrativa en la que Apple debe demostrar pronto que su apuesta es correcta, y es la de su propio ecosistema de streaming.
[caption id="attachment_606300" align="alignnone" width="1200"] Tim Cook, CEO de Apple, en la premiere de The Morning Show, serie de Apple TV +. Foto: AP / Evan Agostini[/caption]
En sus primeros días, al menos en México, Netflix parecía uno de esos videoclubes que sólo tenía en sus estantes películas viejas. Poco a poco incorporó un catálogo más fresco de novedades, pero su verdadero despegue fue con el lanzamiento de series propias. Reed Hastings, su fundador, impuso el contenido como el verdadero valor de su compañía y de la industria del streaming en general. Pero no renunció a tener un catálogo inmenso que dé la idea de un supermercado atestado de mercancía, aun cuando uno solo entre a comprar una simple lata de refresco.
En contraste, Apple TV + es pura novedad original… y nada más. Apenas un puñado de series más, un par de ofertas infantiles –una de ellas con Snoopy en el estelar– y un show de Oprah Winfrey en la versión estadunidense. No es posible ver la totalidad de estos programas durante la prueba gratuita de siete días, pero tan escuálida oferta tampoco invita mucho a ser un suscriptor permanente. Sobre todo, cuando como consumidor uno se habitúa a la abundancia de Netflix (e incluso de Prime Video, Claro o hasta Blim), así sea sólo para recorrer decenas de títulos sin necesariamente detenerse a ver uno.
La jugada de Apple es semejante al ecosistema de sus dispositivos: enganchar a su clientela cautiva para que no se salga de su sistema operativo (en este caso podría llamarse “sistema de entretenimiento”). Para ello, ofrece un año de suscripción gratis a quienes compren un nuevo aparato con el emblema de la manzana (iPhone, iPad, Macs, Apple Tv). Estamos hablando de decenas de millones de dispositivos al año. Uno supone que el siguiente paso es hacer adictos a sus suscriptores. Por lo pronto, a diferencia de Netflix, no suelta temporadas completas, sino solo tres capítulos en esta primera entrega, como para dejar enganchado. Está por verse si esta narrativa funciona.
Hace una década, uno hubiera pensado que Apple, siguiendo su tradición innovadora, inventaría teléfonos que se adhirieran a la piel o computadoras que se pudieran doblar en el bolsillo. Y no es que deje de invertir en el desarrollo de nuevos productos tecnológicos, pero parece que el modelo de negocios ya no está en convertir en realidad la ciencia ficción… sino en darle rienda suelta a la fantasía de un culebrón.