En el Chopo, una exposición políticamente correcta
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los huecos del agua. Arte actual de pueblos originarios, en el Museo Universitario del Chopo, Ciudad de México, es una muestra de artistas contemporáneos que, aun cuando contiene obras tan atractivas como las de Darío Canul y Cosijoesa Cernas, del colectivo oaxaqueño Tlacolulokos, resulta descriptiva, acrítica y muy oportuna para coincidir con los temas indigenistas que parecen definir esa confusa política cultural de la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto.
Curada por Itzel Vargas, aborda un tema que no es novedoso: el arte contemporáneo de creadores vinculados con pueblos originarios. Además de ser promovido comercialmente por galerías mexicanas de presencia global y regional, y de tener participación en exposiciones museísticas y festivales internacionales, desde 2015 la curadora Ingrid Suckaer lo ha difundido en exhibiciones del Festival Internacional Cervantino y, en 2017, lo definió como una postura política en su libro Arte indígena contemporáneo. Dignidad de la memoria y apertura de cánones (Proceso, 2108).
Sin ser novedoso, el tema resulta complejo y contradictorio, ya que subordina el valor artístico a un origen territorial. Y en este contexto, así como la istmeña Ana Hernández no logra imponerse con los bordados característicos de Tehuantepec, los Tlacolulokos de Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, sobresalen con un lenguaje pictórico expresivo, directo, crítico y callejero que, si bien ajeno a los imaginarios tradicionales, logra comunicar con estéticas contemporáneas la transformación turística y política de las conductas convencionales de su tierra.
Integrada con 19 propuestas de artistas individuales y tres colectivos que provienen en conjunto de Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Yucatán, Ciudad y Estado de México, la muestra cuenta con creadores que comercializan las galerías OMR, Gaga y Maia de la capital del país –Maruch Santiz, Fernando Palma y Sabino Guisu, respectivamente–, Quetzalli de Oaxaca –Ana Hernández y José Angel Santiago–, y MUY de San Cristobal de las Casas, Chiapas –Maruch Méndez, Abraham Gómez y Colectivo de mujeres fotógrafas indígenas.
Interesante curatorialmente por incluir distintas disciplinas visuales que abarcan lenguajes tecnológicos, objetuales, gráficos y pictóricos, en la exhibición sobresalen, además de los ya mencionados Canul y Cernas, los oaxaqueños Octavio Aguilar y Sabino Guisu, y el Colectivo Transdisciplinario de Investigaciones Críticas de Chiapas.
Con una discreta poética neo-pop que a través de metáforas fusiona el humor con un cierto desencanto y pesimismo, Octavio Aguilar presenta un divertido video en el que numerosos escarabajos, organizados en líneas verticales, tratan de voltearse sobre su propio cuerpo con movimientos rítmicos y dancísticos para ir a un lugar seguro, sin llegar a lograrlo.
Conocido por sus dibujos realizados con humo, Sabino Guiso participa con piezas de la serie Dead Honey (2010) en las que, con la intención de señalar la destrucción ambiental que ocasiona la disminución de las abejas, ensambla panales para formar un mapamundi y un cráneo que recuerda al de Damien Hirst cubierto de diamantes.
Y, por último, una de las propuestas más fascinantes de la exposición: las pequeñas pinturas y el mural bordado del Colectivo Transdisciplinario. Con poéticas näif y surrealistas-pop en las que abundan flores, símbolos y personajes, los artistas comparten la cotidianidad y la mitología vinculada al Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
De creación interesante, estas firmas merecen evaluarse con parámetros artísticos que las incluyan, con igualdad, en el escenario del arte actual.
<strong>Este texto se publicó el 4 de agosto de 2019 en la edición 2231 de la revista Proceso</strong>