Opinión
Vislumbre del desastre
Deslumbrados por el reino “del príncipe de este mundo” nos volvimos rehenes no sólo de sus ofertas, sino de las disputas políticas y criminales que las propician y buscan administrarlas.En 1970, poco después de su suicidio, apareció uno de los últimos libros de Paul Celan, Lichtzwang (“Compulsión de luz” o “Presión de luz” o literalmente “Luz obligatoria”). En él se encuentra uno de sus poemas más sobrecogedores:
Yacíamos
en las profundidades del monte, cuando
por fin reptaste hacia nosotros
Mas no pudimos oscurecernos hacia ti
reinaba la compulsión de la luz.
Es probable que Celan relacionara esa aterradora luz que impide cualquier vestigio de sombra y de sentido con la maquinaria nazi y sus campos de exterminio. Jean Robert, que sabía que las imágenes de la poesía dicen más de lo que los poetas saben, argumentaba, en El lugar en la era del Espacio, que ese monstruoso resplandor, que recuerda el “de una sala de disección”, se refiere también al proyecto industrial sin el que la maquinaria nazi hubiese sido imposible. Cuando Celan escribió su poema a finales de los sesenta, ese proyecto se desarrollaba con legitimidad política bajo el liberalismo de las llamadas “democracias” y las dictaduras de izquierda promovidas por la URSS. Además de su descomunal poder que, como en el nazismo, había permitido la producción de máquinas mortíferas –la bomba atómica y la colectivización estalinista–, el industrialismo ofertaba también, de manera paradójica, productos y servicios que harían salir a la humanidad de su estado de necesidad y penuria. Pareciera que Celan hubiera vislumbrado en ese reinado convulso, la despiadada luz global que, bajo los poderes del dinero y sus múltiples producciones y ofertas, ha invadido el mundo y destruye “todas las zonas de penumbra, todos los claroscuros que protegen” la tierra y que están hechos de límites y proporciones humanas y locales.
Vistas desde el siglo XXI, la intuición de Celan y la interpretación de Robert no se equivocaban. Los desarrollos industriales, potenciados por los de la cibernética, han llegado a tal grado de sofisticación que se ha vuelto casi imposible escapar de ellos. Administrados por lo que hoy se hadado en llamar “neoliberalismo” y “populismo”, la luz de sus poderes es la misma que nos quema y destruye en todas partes.
Este reinado de la luz es un producto netamente occidental y, por lo tanto, de naturaleza cristiana que, en su substancia, el Evangelio, es paradójicamente lo contario de 'la compulsión de la luz'. Es como si la Buena Nueva, dice Iván Illich que en su crítica a la modernidad analizó esa paradoja de muchas maneras, hubiese traído consigo un germen de destrucción que hizo a Occidente desarrollarse en sentido inverso.
La fórmula de San Jerónimo lo resume bien: “La corrupción de lo mejor es lo peor”: el amor al prójimo se transformó con el paso del tiempo en una implacable maquinaria administrativa que invirtió el Evangelio y terminó por instrumentalizar todo y ponerlo al servicio del poder, el dinero y sus múltiples violencias. Pablo de Tarso llamaba a esa luz cegadora e inflexible que se ha vuelto casi absoluta, exousia, que es el exacto contrario del mensaje evangélico, un poder que debe su existencia y su triunfo a fuerzas espirituales demoniacas.
Jesús de Nazaret fue “un salvador anarquista”. Amaba los límites, los encuentros cara a cara y despreciaba el poder y el dinero. El momento que mejor lo ilustra, además del argumento paulino de que en él Dios se vació de su poder, son las tentaciones del desierto. Después de ayunar 40 días, el diablo (“quien divide”), lo tienta tres veces con cuestiones relacionadas con el poder: transformar piedras en alimento, volar por los aires y poseer todos los reinos y su gloria. Lo resume la última de las tentaciones: “Te daré todo ese poder, porque a mí me lo han dado y lo doy a quien quiero. Por tanto, si te postras ante mí, todo será tuyo”. Jesús, como es sabido, lo rechaza. Hay que notar, sin embargo, algo sobre lo que Illich llama la atención. Al rehusarse, Jesús no cuestiona que el diablo tenga todo el poder. Lo experimentará durante su juicio, su tortura y muerte. Tampoco que se le haya otorgado ni que pueda entregarlo a quien le da la gana. Mediante su silencio, Jesús, al mismo tiempo que permanece en los límites de la naturaleza, reconoce no sólo en el poder de su tiempo, sino en cualquier poder al “diablo”, la exousia de Pablo.
Su relación con el dinero, es de la misma índole. Ante los herodianos que, según Marcos, quieren hacerlo caer en contradicción preguntándole si está permitido pagar tributo al poder. Jesús muestra una pieza de plata con la efigie del César y exclama: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Ese es, a grandes rasgos el Evangelio: un rechazo al poder y al dinero, y un amor a cualquier ser humano dentro de los límites de su naturaleza. Sin embargo, desde que se volvió parte del Imperio romano en 313, la Iglesia ha tenido problemas con ese Jesús. Obnubilada por cumplir con su exhorto de servir al prójimo no ha dejado de buscar poder y dinero, o al menos de tomar parte en ellos o influenciarlos para hacerlo posible. Hoy, después de dos mil años, esa “compulsión de luz” que ofertó el diablo a Jesús en el desierto ha invadido todo sin dejar un resquicio de sombra. Pocos escapan a su implacable resplandor. Hemos quedado atrapados de tal forma en su “compulsión” que “ya no podemos oscurecernos” en busca del sentido que “repta” en las sombras. Deslumbrados por el reino “del príncipe de este mundo” nos volvimos rehenes no sólo de sus ofertas, sino de las disputas políticas y criminales que las propician y buscan administrarlas. Nada ni nadie está al abrigo de su obsceno resplandor cuyo furor parece destinado a consumirlo todo. Habrá entonces que pensar desde la resistencia en lo que el capitán Marcos ha llamado con la clarividencia de la poesía, “el día después”.
Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.