Elecciones
Los gobiernos están en la campaña electoral
Los presidentes intervenÃan en las elecciones, pero de manera hipócrita: todo mundo lo sabÃa. La lucha polÃtica era un enmarañado proceso de engaños, hipocresÃas, fraudes, robos, farsas, a cargo de unos polÃticos siempre inescrupulososCIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cuando en México habÃa partido-Estado no habÃa elecciones libres. Por eso, no era necesario que el gobierno participara declaradamente en los procesos comiciales, ya que los dirigÃa de principio a fin. El presidente de la República designaba a todos los gobernadores y a la mayorÃa calificada de las cámaras (senadores, todos), pero jamás llamaba al pueblo a apoyarle dando el voto por su partido.
En el momento que el jefe del Ejecutivo empezó a ser una persona cada vez más desprestigiada y se iniciaba la competencia electoral, el presidente callaba para deslindar a su partido de sus personales repudios, aunque seguÃa controlando el proceso electoral y hacÃa toda clase de fraudes.
Sin embargo, poco a poco la gente empezó a decidir su voto en función de la calificación que le daba al presidente en las elecciones intermedias. El número de 260 diputados de Carlos Salinas fue producto de un fraude en las urnas y en el tercer piso, pero Ernesto Zedillo fue el primer presidente que perdió formalmente la mayorÃa en la Cámara de Diputados y, aunque no hubo entonces un partido con mayorÃa por sà mismo, las oposiciones empezaron a hacer algo para hacer valer el dictado popular.
El PAN nunca tuvo mayorÃa y cedió casi todo al PRI en el largo y penoso camino hacia el PRIAN, con el cual se profundizó la corrupción y se afianzó el neoliberalismo. Asà fue como se concentró el ingreso y se empobreció a la mayor parte del paÃs. Peña Nieto recuperó la mayorÃa, pero fue mediante un fraude a la ley cobijada por algunos de los actuales consejeros electorales.
Aunque con cautela, desde 1991, los presidentes empezaron a pronunciarse públicamente durante las campañas electorales. En 2006, el ministro Gudiño Pelayo concedió la suspensión de unos espots de Vicente Fox a solicitud de la Cámara de Diputados. Eran clara y groseramente ilegales porque eran pagados con recursos de la Presidencia de la República.
Los fraudes electorales de aquel largo periodo siempre fueron intervenciones directas del poder. De otra manera no hubieran tenido éxito. En 2006, por iniciativa presidencial, PAN y PRI llegaron al extremo de intentar cancelar la candidatura de la izquierda, la de López Obrador y se unieron en el terreno para apoyar al candidato panista. Seis años después esos mismos se pusieron de acuerdo para que Peña Nieto llegara luego de pagar con dinero público la más amplia campaña propagandÃstica de polÃtico alguno.
En sÃntesis, los presidentes intervenÃan en las elecciones, pero de manera hipócrita: todo mundo lo sabÃa. La lucha polÃtica era un enmarañado proceso de engaños, hipocresÃas, fraudes, robos, farsas, a cargo de unos polÃticos siempre inescrupulosos.
En otros paÃses, los presidentes intervienen siempre en las luchas electorales, ya sean locales o nacionales. El poder no es ajeno a la lucha por él. La cuestión no consiste en dejar de hablar sino en intervenir con apego a unas normas válidas y reconocidas por todos.
La lucha contra las conferencias de prensa del actual presidente se ha colgado del periodo electoral para seguir cuestionando lo que se pueda, ahora ya con argumentos legales, aunque a veces bastante retorcidos. No puede haber ley que impida expresar alguna opinión. Los servidores públicos no están autorizados a realizar propaganda personalizada pagada con recursos públicos, pero eso es siempre, no sólo cuando hay campañas. Pero no se puede multar a un legislador, gobernador, ministro de la Corte o presidente de la República cuando dice lo que piensa, ya que la Constitución señala unos lÃmites bien precisos a las libertades de manifestación de ideas y difusión de las mismas (ataque a la moral o a derechos de terceros, provocación de delito y perturbación del orden público).
En otros paÃses ocurre lo mismo que en el nuestro: la gente vota tomando en cuenta el desempeño del gobierno. Pero en el México de los dÃas corrientes se trata de impedir que asà sea. Lo que es normal en el mundo es aberrante aquÃ. Sin embargo, no se puede en realidad impedir que se conozcan las acciones y los planteamientos de los gobernantes de los diversos niveles, ni se le puede hacer una lobotomÃa a la gente para evitar que piense en congruencia con sus evaluaciones e ideas.
Por lo demás, la lucha polÃtica del momento no está dada en una coyuntura en la que algún partido de oposición pudiera lograr por sà solo alcanzar la mayorÃa en la Cámara de Diputados. Eso no está en el horizonte. Lo que PAN y PRI desean es que la 4T pierda esa mayorÃa. Es decir, que el presidente de la República reduzca su fuerza polÃtica para que las oposiciones impongan una polÃtica de gasto diferente y logren bloquear cualquier iniciativa de ley del Ejecutivo. Son, por tanto, las dos oposiciones más fuertes (PAN y PRI) las que están poniendo a López Obrador en el centro de sus campañas polÃticas y, al tiempo, piden que se le silencie.
Si esas oposiciones realmente creyeran en lo que dicen, estarÃan especialmente interesadas en que el presidente expusiera sus puntos de vista, calificados por ellas mismas como desacertados y francamente nefastos. Pero viven en el autoengaño de que todo lo que hace el gobierno es rechazado por el pueblo en su gran mayorÃa. Confunden sus personas con la generalidad de la ciudadanÃa. Asà es más difÃcil hacer polÃtica y hacer oposición. Asà no era antes, lo es desde que se unieron PAN y PRI bajo el mismo sello electoral. En el pecado llevan la penitencia.