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Nila, La Patrona que repartió solidaridad a migrantes en Veracruz
Hace 30 años Leonila Vázquez comenzó a regalar bolsas de comida a migrantes que cruzaban por su pueblo a bordo del tren La Bestia. Su labor, que pervive a través de sus hijas y otras mujeres, fue reconocida nacional e internacionalmente.XALAPA, Ver. (Proceso).- “Seguiré dando de comer hasta que la vida me lo permita”, solía repetir Leonila Vázquez Alvízar cada vez que era entrevistada. Y lo cumplió.
Cocinó, cuidó y sostuvo junto a su familia el albergue La Esperanza, en la comunidad de Las Patronas, en Amatlán de los Reyes, hasta que la enfermedad y la edad le impidieron continuar.
Leonila, conocida cariñosamente como “Nila”, falleció a los 89 años, el 13 de abril último, dos meses después de que se cumplieran tres décadas de la fundación del albergue.
Fue reconocida por su labor con la medalla Arcadio Hidalgo, otorgada por la organización del mismo nombre, en reconocimiento a su compromiso con las personas migrantes que atraviesan la zona centro del estado.
Su despedida fue fiel reflejo de su vida: su cuerpo fue velado en el patio del albergue, el mismo espacio donde durante años cocinó, coordinó esfuerzos y levantó una red solidaria que hoy trasciende generaciones.
Su legado perdura en manos de su hija Norma y de al menos otras 20 mujeres, conocidas como Las Patronas, quienes desde hace 30 años se organizan para alimentar y dar refugio a cientos de personas migrantes que cruzan diariamente Veracruz a bordo del tren conocido como La Bestia.

Cada vez que sonaba el silbato del tren, las mujeres, encabezadas por Leonila Vázquez, preparaban bolsas llenas de arroz, frijol, tortillas, pan, galletas, agua y atún.
En minutos repartían hasta 200 raciones, lanzándolas desde la orilla de las vías a quienes viajan sobre los techos del tren en busca de llegar al norte.
“Tenemos hambre”
Todo comenzó un día cualquiera, cuando Leonila pidió a sus hijas, Rosa y Bernarda Romero, que fueran a comprar una bolsita de pan en una de las tienditas cercanas a las vías del tren. Al regresar, a unos pasos de su casa, se toparon con un grupo de migrantes centroamericanos que viajaban colgados del ferrocarril: “Tenemos hambre”, dijeron a las jóvenes, quienes no dudaron en entregarles el pan que llevaban en las manos.
Ese breve encuentro que contaron a Leonila, encendió algo en ella. Al ver el tren pasar, pensó en esa gente que viajaba sin rumbo claro, sin saber a dónde llegaría, pero con una certeza: tenían hambre.
Decidió entonces preparar lonches. La primera vez hicieron 30, pero no alcanzaron. Llenaron botellas con agua, lavaron lo que encontraron, y cuando vieron venir el tren, hicieron señas y el tren disminuyó su velocidad. Así comenzó un largo camino.
Fue en 1996, cuando aún no existía el albergue ni la red de apoyo, el año en que Leonila y sus hijas comenzaron a repartir comida casera a los migrantes que pasaban frente a su casa.
Una madrugada, dos mujeres tocaron su puerta para pedir ayuda: un joven hondureño había sido herido por defender a su pareja durante una riña.

Norma tomó la camioneta de su esposo y acudió al sitio. Allí, en medio de la noche, decenas de migrantes rodeaban a un hombre ensangrentado y sin camisa. “Cuando lo vi, se me figuró un Cristo negro”, contó Norma años después. Días más tarde, el mismo joven le regaló una efigie con la figura que ahora permanece en el altar del albergue, como símbolo de resistencia y fe.
Con esa señal como indicador de una causa, Leonila, Norma y su familia siguieron repartiendo comida. Leonila Vázquez decía que en los primeros años era difícil conseguir donaciones de alimentos, entonces hacía uso de su creatividad.
“Me iba con un costal a buscar quelites y los picábamos y los hacíamos al vapor con tortillas. Con hambre todo es bueno”.
Así, Leonila, una mujer de campo, madre de 13 hijos, acostumbrada a ordeñar vacas para sostener a su familia, cambió para siempre la vida de miles de personas en tránsito por La Patrona.
Registro de migrantes
Ante la necesidad de más comida, Leonila y familia comenzaron a tocar puertas para pedir apoyos y así han logrado mantener el albergue.
Ahora la organización también gestiona traslados a hospitales, tramita medicamentos y mantiene contacto con otras casas de apoyo para saber cuántas personas vienen en el tren y cuántas loncheras deben preparar.
Además de alimentar y cuidar, Las Patronas han construido un banco de datos informal, pero vital. Anotan nombres, toman fotografías y guardan testimonios. “Si un migrante desaparece, ésta puede ser la única pista para su familia”, dice Norma, hija de Leonila y quien desde hace varios años encabeza las labores del albergue.
Cada año la organización fundada por Leonila Vázquez registra más de 800 personas migrantes que pernoctan en el albergue La Esperanza.
En 2020 su salud se debilitó. Las Patronas organizaron rifas y colectas para apoyar su recuperación.
Leonila nunca dejó de participar en la organización de La Patrona. A pesar de su edad y de las dificultades, se le veía siempre en el comedor, cortando, organizando, ahí se sentía feliz. “Cuando no alcanzaba la comida, lloraba. Pensaba: se van sin comer”, declaró en varias entrevistas.

La “patrona mayor” incluso tiene su propio corrido. En él se cuenta cómo, desde los 10 años, tuvo que trabajar para ayudar a su familia y cómo su valentía la convirtió en referente de solidaridad en todo el país.
El trabajo de Las Patronas ha sido reconocido nacional e internacionalmente. En 2013 recibieron el Premio Nacional de Derechos Humanos otorgado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), el Premio Nacional Sergio Méndez Arceo, y el Premio Nacional de Acción Voluntaria y Solidaria del Gobierno de México.
En 2018, la Universidad Autónoma de Aguascalientes les concedió el Doctorado Honoris Causa y han sido postuladas al Premio Princesa de Asturias, entre muchos otros reconocimientos.