Guerra Sucia

Lucio Cabañas, a 50 años de la muerte del Tigre de la sierra (Parte II)

El maestro Lucio Cabañas no fue el único de su familia en luchar contra la sobreexplotación de los recursos naturales y los abusos sobre la clase desprotegida, su prima "Hortensia" ya había tomado las armas antes de integrarse al Partido de los Pobres.
sábado, 28 de diciembre de 2024 · 07:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En 1963 Lucio Cabañas egresó de la normal de Ayotzinapa y recibió su plaza como profesor en la Escuela Rural “Plan de Ayala” en Mexcaltepec, comunidad perteneciente al municipio de Atoyac, en Guerrero. A su llegada no tardó en recibir a los cafeticultores, quienes acudieron a él en busca de asesoramiento.

De acuerdo con la tesis doctoral de Alberto López Limón (Historia de las organizaciones político-militares en México, 1960-1980) de la UNAM, Cabañas organizó a los campesinos contra la explotación maderera de la empresa Papanoa, propiedad de Melchor Ortega, la cual finalmente fue expulsada por los pobladores.

Lo anterior provocó una serie de amenazas y acoso contra el profesor Lucio Cabañas al punto que tuvo que cambiar su plaza a Atoyac, y así disipar un poco el riesgo de que los madereros le cumplieran las advertencias.

 Allí participó en un mitin contra el alcalde Luis Ríos Tavera, quien, acusado de cometer fraude electoral en 1962, tomó posesión el 1 de enero de 1963 entre protestas y soldados del 32 Batallón de Infantería.

Más tarde el priista Ríos Tavera, en represalia, iniciaría una serie de hostigamientos contra sus opositores: la Asociación Cívica Guerrerense (ACG) y el magisterio, lo cual fue denunciado en un acto público por el profesor Lucio Cabañas y su compañero Raúl Vázquez Miranda en junio de 1964, de acuerdo con un informe sobre el estado de Guerrero de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

En Atoyac el maestro Cabañas fue reinstalado en la primaria “Modesto Alarcón”, donde criticó las prácticas lucrativas de la directora, Genara Reséndiz de Serafín, porque cobraba cuotas excesivas a los padres de familia y pedía que los útiles escolares fueran adquiridos en una tienda de su propiedad; además que estableció que el alumnado vistiera uniformes y zapatos como condición para tomar clase, pese a las condiciones de pobreza en que vivían las familias de la región.

En ese tiempo el maestro Lucio Cabañas participó en diversos mítines y actos públicos en Guerrero. Al lado de los líderes emblemáticos Ramón Danzós Palomino y Othón Salazar Ramírez, participó en el primer Congreso de los Campesinos e Indígenas de La Montaña los días 20 y 21 de febrero de 1965, organizado por la Federación Campesina de Guerrero afiliada la Central Campesina Independiente (CCI), según un memorándum de la versión pública de Lucio Cabañas.

De acuerdo con el informe de inteligencia, el maestro Cabañas cerró su discurso público llamando a los campesinos a unirse, dado que en la unión radicaba su fuerza, “para que no se les nieguen sus derechos, para asumir ante la injusticia el camino de la rebeldía y llegar a las armas contra el gobierno local, si fuese preciso”, supuestamente.

El 8 marzo de 1965 el secretario general de la Sección XIV del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Antonio Camacho Salazar, informó sobre la presencia de Othón Salazar en la escuela “Modesto Alarcón”, donde los maestros Lucio Cabañas y Serafín Núñez realizaban diversas reuniones con el fin de “engrosar el organismo de la Campesina Independiente”.

Meses después la acusación de Camacho Salazar surtió efecto cuando la SEP trasladó las plazas de los profesores a Nombre de Dios, Durango, lugar al que tuvieron que trasladarse en diciembre de 1965.

El cambio de adscripción de los profesores rurales no evitó que continuaran con la labor organizativa de los más desfavorecidos, de manera que durante su estancia en Durango, Cabañas y Núñez crearon una agrupación de mujeres en Tuitán, quienes hicieron exigencias de tipo económico al entonces gobernador Enrique Dupré.

Incluso un memorándum de la DFS de abril de 1966, que reportaba un boletín del Movimiento Revolucionario del Magisterio en Durango, rescató algunas supuestas informaciones. Por un lado, el magisterio denunciaba que la Policía Judicial del estado secuestró al maestro Lucio Cabañas, pero, según el informe de la DFS, se trataba de una mentira.

Mientras que por otro lado, se explicaba que ambos profesores habían sido expulsados “por el gobernador de esa entidad, por haber defendido los derechos de campesinos y obreros, y que ahora en Durango también son reprimidos por orientar a los pobladores de Tuitán”.

Cabañas. Rebeldía contra el sistema. Foto: Archivo Proceso

En este periodo el maestro Cabañas continuó participando en las organizaciones campesinas, como lo hizo en el I Congreso Extraordinario de la Federación de Obreros y Campesinos del Estado de Durango, el 5 de junio de 1966. Ese acto estuvo encabezado por Álvaro Ríos Ramírez y Guillermo Rodríguez Ford, normalista y militante del movimiento campesino, quien más tarde se uniría al Grupo Popular Guerrillero (GPG) de Chihuahua.

En abril de 1967 por la exigencia de los propios vecinos, los profesores guerrerenses retornaron a Atoyac. De vuelta al terruño, Lucio Cabañas y Serafín Núñez no tardaron en encabezar a un grupo de padres de familia y profesores de la Escuela Federal de Atoyac “Juan N. Álvarez”.

Esta agrupación fue creada para exigir la restitución del maestro Alberto Martínez Santiago, quien fue trasladado a Coyuca de Benítez por oponerse a las prácticas lucrativas de la directora Julia Diego Piza, según un informe de la DFS fechado el 30 de abril de 1967.

Con el fin de destituir a la directora, el llamado Frente de Defensores de los Intereses de la Escuela Juan Álvarez, representado por Lucio Cabañas, estableció comunicación con el director de Educación, el sindicato de maestros y los inspectores del estado en el palacio municipal de Atoyac, pero no lograron algún acuerdo, así que los mítines continuaron hasta que finalmente la directora fue destituida.

Pese a ello, el Frente de padres de familia, maestros y campesinos amplió su demanda con miras a remover a todo el personal que apoyó a la directora y daban continuidad a prácticas abusivas. De ese modo, el 18 de mayo de 1967 el Frente de Defensores se propuso rechazar a esos profesores, formando una valla para impedir su acceso.

Mientras tanto, la Policía Motorizada resguardaba las instalaciones. Ante la llegada de vecinos y la inquietud de los manifestantes, el profesor Lucio Cabañas comenzó a hablar por el micrófono, cuando un comandante de la policía intervino para arrebatarle el aparato y disparó su arma; el saldo final de la reyerta fue la muerte de dos policías y cinco civiles.

Esa tragedia, conocida como “La matanza de Atoyac”, ocurrida el 18 de mayo de 1967, fue el día que el maestro Cabañas tuvo que dejar las aulas para internarse en la Sierra madre del sur, donde comenzaría a organizar la guerrilla del Partido de los Pobres.

Hortensia, la guerrillera de San Juan de las Flores

Antes de integrarse a la guerrilla del Partido de los Pobres, Guillermina Cabañas Alvarado, prima de Lucio, ya había tomado las armas contra el cacique de San Juan de las Flores, Enrique Juárez, desafiando todos los límites que la sociedad atoyaquense había impuesto a las mujeres de su época.

En entrevista con Proceso, Guille (como le dicen de cariño), narró que Juárez y sus pistoleros habían intentado adueñarse de la huerta familiar y comenzaron a acosar a su padre y hermanos, a tal punto que tuvieron que salir de San Juan para instalarse en Acapulco dejando a la joven hija al cuidado de las tierras, los animales y la cosecha de arroz, chile, maíz y frijol.

Un día frente a la cancha, con presencia de elementos del Ejército que ya buscaban a Lucio, aproximadamente en 1971, Guille recuerda que pasó Enrique Juárez, quien le dijo: “Oye, si tienes la metralleta que te dejó tu primo, ¿por qué no la sacas y no sacas el garrote? Así, delante de los soldados.”

“Me tenía mucho coraje; le dije: ‘Mira, no la tengo y si la tuviera, ya anduvieras debajo de la enagua de tu mujer, cabrón; si no, ahorita te la sacaba’, le decía yo, y ya se quedaba callado y se iba”, recuerda la exguerrillera, reviviendo el reclamo con su voz.

Para ese entonces, Guille cabalgaba con el tiro arriba, por si le salían al camino los pistoleros de Juárez, quienes recibían 50 pesos diarios para perseguirla. “Mis sobrinas me decían ‘tía, mira, allá están unos escondidos’ y sacaba yo la pistola, les digo ‘salgan si tienen pantalones’, les aventaba y nomás se veía el zacate donde iban corriendo así”, explica sacudiendo la mano en el aire.

“También por eso tomé la decisión –reconoce Guille–, dije, pues de una vez si quieren, que me busquen, pero no me van a agarrar con las manos cruzadas…” Así fue como la flor más aguerrida de San Juan se remontó a la guerrilla adoptando el seudónimo de Hortensia.

Guillermina ya había tenido estancias temporales en el campamento guerrillero, donde conoció a quien sería su novio y poco después su marido; por instrucciones de Lucio –quien respetaba mucho a su tío y a su familia–, se casaron por la Iglesia y frente a un juez, debajo de una lluvia que duró tres días seguidos y desbordó los ríos.

“En la iglesia de Atoyac arreglamos todo rápido. Y pues sin fiestas ni nada porque ya nos andaban persiguiendo. A él lo hallaban desconocido en Atoyac: ‘anda una persona con Guillermina’; ‘que ese no es de por aquí, vamos a ver de dónde viene’. Ya los soldados andaban preguntando y me avisan unos parientes”, cuenta Guille.

Además, para que ya no se expusieran, unos compañeros les llevaron al juez del registro civil de El Ticuí. “De ahí ya nomás fui a dejar todo, el vestido, todo, y nos fuimos otra vez al grupo, donde iba a ser el congreso nacional. Ahí Lucio nos compuso un corrido de cómo nos conocimos, que nos casamos y nos presenta como el primer matrimonio de la guerrilla.”

Al congreso nacional de organizaciones armadas, cuenta Guille, llegaron militantes de todo el país, quienes durante ocho días permanecieron en un campamento de la sierra de Atoyac y compartieron diversas experiencias, discusiones y acuerdos de colaboración, como ocurría en este tipo de reuniones, todo esto mientras el ejército ya asediaba la región.

Al principio de su militancia en la guerrilla, a Hortensia le dieron una pistola calibre 45, pero su bautizo de fuego contra los pistoleros de Juárez y el adiestramiento que recibió por parte de guerrilleros como Pedro Ángulo la habían convertido en una gran tiradora, de modo que poco después ya portaba una carabina semiautomática M1.

Por esa razón, también quedó a cargo del banco de armas de la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres durante un año. En esa comisión, Hortensia junto con otros compañeros se dividían en grupos para revisarles las armas a los grupos de insurgentes que se encontraban acampados. Ahí también se volvió instructora: “Yo enseñé mucho, enseñé a desarmar todo tipo de mosquetón, FAL, metralleta”.

Otra de las actividades que realizó Guille al interior de guerrilla fue la de asistir a algunos médicos que, llegados de la Ciudad de México, ingresaron a la guerrilla para realizar jornadas de salud en los ranchos y en los pueblos de la sierra.

“Yo luego me proponía con ellos. Yo ahí aprendí a poner suero, a inyectar, a entablillar, a curar y yo les decía ‘yo los acompaño’, luego ya me tenían de secretaria: ‘tú da la ficha, a ver a cuánta gente vamos a pasar’, y ya aprendí a inyectar, los inyectaba, les cortaba el pelo, los curaba, y llevábamos costales de medicina que los médicos conseguían y esas las repartían.”

Aparte de todo Guillermina contaba con el don de la palabra, por lo que en muchas ocasiones fue comisionada para entablar el primer contacto con las autoridades comunitarias antes de que ingresara el grupo armado.

“Cuando íbamos a salir a un pueblo regular de unas cien casas, nos organizábamos y luego decían ‘que vaya a Hortensia por delante’. No sé si porque yo hablaba más o no sé porqué, (…) Entonces, ya me llevaba otras dos compañeras y buscaba quién era el representante, el comisario de ahí y ya le hablaba”, relata la exguerrillera.

“Al ver las mujeres –continúa explicando Guille– pues la gente no se espantaba tanto, ¿no? Ya decían, pues son mujeres y ya les empezaba a decir: ‘miren, nosotros no le hacemos daño a nadie, vamos a darle una plática de información, qué es lo que hacemos, no se preocupe; es más, si nos pueden vender o dar comida porque también andamos sin comer’… no, luego se apuraba todo el mundo a moler, a hacer tortillas y nos invitaban a comer.”

Las mujeres insurgentes que formaron parte de la Brigada Campesina fueron pocas en comparación con los varones que se integraron, y muchas de ellas participaron en la guerrilla de manera temporal. A Hortensia le tocó convivir de cerca con dos de ellas, Nidia o Aída y Aurora o Lilia, con quienes entabló una amistad y un lazo de lealtad, más allá de la lucha armada.

“A pesar que yo ya estaba casada, ella siempre quería estar en el mismo equipo (…) y sí, porque luego nos platicamos, y en la noche le dolía el estómago, si quería ir al baño nos acompañábamos y entonces cuando salí, porque ya tenía que salir por el embarazo (…) ella dijo ‘yo también me voy, porque tú te vas y yo me voy a sentir triste. Después regresamos, ¿verdad?’ Le digo, sí, después regresamos.”

De Lilia, dice Guille, “también me llevé muy bien, la quise mucho”. Lamentablemente saldría expulsada de la Brigada debido a que ella y Carmelo Cortés se enamoraron y comenzaron una relación, aun cuando ambos tenían otras parejas, faltando a las reglas de la Brigada.

Sin embargo, Guille la apoyó mucho recomendándola con su familia en Acapulco, donde nacieron sus dos bebés con Cortés, tras su salida del campamento guerrillero. Poco después ambos continuarían la militancia armada, fundando las Fuerzas Armadas Revolucionarias también en Guerrero.

Como mujeres guerrilleras, Guille no cree que hayan realizado actividades diferentes a las que realizaron los combatientes varones. 'Hacíamos las mismas tareas como cocinar, cada quien se lavaba y yo nunca le lavé a él', refiriéndose a su esposo.

Sin embargo, Hortensia resultó embarazada un años después de su ingreso a la guerrilla en 1972 y tuvo que salir, después de que su hamaca se reventara y rodaran por un barranco ella y su esposo, lo que le provocó dolores y un malestar insoportable. Ella le comentó a Lucio Cabañas el incidente y en una reunión la brigada decidió que Guille tenía salir, ya que la Sierra era mucho riesgo para ella y su hija, a quién le puso el nombre de Nidia.

A la distancia, Guille reflexiona sobre esa experiencia: “Siempre digo que mi hija fue la salvadora porque si no me embarazo, no salgo, no hubiera salido porque no hubiera querido dejar a Lucio.” Cuatro meses después Lucio sería muerto a media falda de la Sierra, en su último combate en El Otatal, Guerrero.

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