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Cine/Aún no “Roqya”
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Aún no queda claro con qué título se estrena en México Roqya (Francia, 2023); en otros países se exhibe como Hood Witch la bruja (“La bruja de la capucha”), que limita un tanto la intención del director Said Belktibia, pues el término árabe para buscar protección de algún mal (incluso en supuestos casos de posesión, recitando versos del Corán), tiene varios niveles de significado y asocia tradiciones en sentido positivo y negativo.
Belktibia dedica la película a su madre, cuyo trabajo es algo similar al que practica Nour (Golshifteh Farahni), la protagonista; el director se muestra en Amine (Amine Zariouhi), el hijo adolescente de esta madre que hace todo lo posible para sobrevivir y defenderlo.
Roqya se asocia al drama familiar, pues el exesposo abusivo y violento remueve el machismo de la comunidad iraní en Francia para separarla del hijo, y la acusa de bruja, con comunidad y nuevas maneras de turbas sociales. En su forma de vida, Nour no pisa terreno firme, se dedica a traficar con animales exóticos a los que también utiliza como oráculos o vehículos de cura, y tiene una aplicación, una Apps que le funciona bien. Nour es lo suficientemente honesta para recomendar consultar a un médico o llamar a una ambulancia. Confundido entre las disputas de los padres, Amine sólo aspira a ser un buen musulmán.
Cuando las cosas salen muy mal con la desgracia de un joven y la comunidad la acusa de brujería y la turba amenaza con despedazarla, Nour tiene que huir con su hijo; Said Belktibia integra la aplicación, conversaciones y opiniones, a favor y en contra, de las redes para ilustrar uno de los fenómenos más arcaicos de la historia de la humanidad, la cacería de brujas, que no es otra cosa que la destrucción de una víctima para aplacar a la comunidad. Aquí, machismo, superstición, abuso, resentimiento, construyen la hoguera para quemar a Nour.
Sorprende la candidez de ciertos comentarios que buscaban, quizá atraídos por el título de “La bruja de la capucha” situaciones de miedo, de magia apabullante; algunos advierten que la película falla porque no causa miedo, pero éste, verdadero terror, es constatar cómo se dispara el mecanismo del chivo expiatorio, cómo los comentarios suben de tono a medida que más y más individuos (anónimos por supuesto), se muestran dispuestos a darle crédito a las peores infamias asociadas a alguien que no conocen.
Roqya, el término que va de la acepción purificadora de la fuerza de los versículos del libro sagrado, hasta manejos de brujería y posesiones de genios malévolos, añade el tono perfecto de la ritualidad, ya sea supersticiosa o espiritual (aquí representada por los marabús), que busca legitimar la quema de brujas. Como decía el gran maestro y filósofo René Girard (Le bouc émissaire), varios de los jueces que condenaron a las brujas de Salem eran gente docta. Parecería que las redes han potenciado la tendencia a niveles insospechados de horror.
La escenificación que logra Belktiabia, guionista y realizador, es precisa pero simple si se considera la complejidad del tema y los diferentes niveles que se entrecruzan con temas tradicionales, choques culturales, comunidad iraní y norafricana en Francia; Golshifteh Farahni, estupenda actriz, quien además de su trabajo en el cine iraní y francés se dio a conocer en la película de Jim Jarmusch, Paterson, supo encontrar canales que conectan todos esos niveles, entre la claustrofobia y la fuerza del vínculo con su hijo.