Celebrar la Navidad con alegría y esperanza será una tarea complicada este año en la ciudad palestina de Belén. La violencia que deja heridos y muertos prácticamente a diario, el aumento de las restricciones y el avance del muro levantado por Israel en torno a Cisjordania, que asfixia a los habitantes de la zona y confisca sus tierras, enturbian la fiesta de los cristianos en esta parte de Tierra Santa.
BELÉN, Cisjordania (Proceso).- Sería muy difícil que Jesús naciera en Belén en 2015. Los 130 kilómetros entre Nazaret y Belén, los cuales, según los evangelios, recorrieron José y María para inscribirse en el censo, son hoy un trayecto mucho más complicado que hace 2 mil años.
En línea recta de norte a sur, el camino entre las dos localidades, la primera en Israel y la segunda en territorio palestino, está salpicado de obstáculos y dificultades: retenes militares, campos de refugiados palestinos, colonias israelíes y finalmente el muro de separación que corta el paso de los visitantes y cerca a los habitantes de Belén.
“Si José y María vivieran en Nazaret y tuvieran origen árabe podrían llegar a Belén, pero si fueran judíos, como era su caso, no podrían entrar. Y si entraran ilegalmente, sin los permisos necesarios, no podrían salir. Independientemente del origen de sus padres, Jesús estaría naciendo en el ‘lado complicado’ del muro y no podría, por ejemplo, huir a Egipto después para salvar su vida”, explica el sacerdote argentino Gabriel Romanelli, quien trabaja en la región de Belén.
“Estamos usando la imaginación, por supuesto, pero es un ejemplo que muestra las dificultades que sufren hoy los habitantes de esta región”, añade.
La llegada de la Navidad provoca entre los cristianos de Belén sentimientos encontrados, sobre todo en años turbulentos como éste, donde los enfrentamientos entre palestinos y el ejército israelí son cotidianos, y el miedo y la falta de libertad los paralizan.
Se repiten en voz alta que Dios no los ha olvidado y aún hay lugar para la esperanza, pero la ola de violencia que castiga la región desde octubre pasado y ha dejado más de 100 muertos palestinos y miles de heridos, muchos de ellos en la región de Belén, hizo que la Iglesia se planteara incluso anular los festejos de Navidad, aunque finalmente se convino mantener una celebración modesta.
“Quiero estar contenta pero no puedo. Como cristiana debería celebrar, pero en mi interior me siento impotente, decepcionada y triste porque el ejército israelí está matando gente, porque estamos luchando pacíficamente para defender nuestra tierra y estamos perdiendo, y porque cada día tenemos menos libertad de movimiento. Siento como si estuviéramos perdiendo el derecho a vivir”, explica Juliette Banoura, palestina cristiana residente en Beit Jala, ciudad aledaña a Belén.
Testigos de la fe
Los cristianos representaban 20% de la población de esta tierra en 1948, cuando se creó el Estado de Israel; hoy no llegan a 2% de la población de ese país y Palestina. La región de Belén es un caso excepcional ya que en ella se concentran actualmente entre 25 mil y 30 mil cristianos, es decir 8% de la población. El número sigue decreciendo debido a la emigración de numerosas familias que se van buscando paz y serenidad.
“Los números no son tan importantes. A mí no me preocupa cuántos palestinos viven aquí, sino qué hacemos aquí. Y tenemos una comunidad activa en la vida política y en muchas instituciones. Tenemos que ser testigos de nuestra fe y continuar nuestra misión en esta tierra”, explica el sacerdote palestino Jamal Jader, radicado en Beit Jala.
La entrevista tiene lugar al pie del imponente muro que rodea Belén. Israel comenzó la construcción de esta barrera en 2002, en la segunda Intifada, con el argumento de impedir la entrada de terroristas suicidas a territorio israelí. En la práctica, este muro de más de 800 kilómetros, que en algunos puntos es una impresionante pared de hormigón, y en otros, una valla electrificada, ha confiscado tierra palestina y ha creado de facto una nueva frontera.
Pese a que la ONU y la Corte Internacional de Justicia lo han declarado ilegal, su construcción avanza y más de 80% de su trazado discurre por tierra palestina.
Jader señala un portón de metal cerrado en esta impresionante pared de unos ocho metros de alto. Israel sólo la abre una vez al año, el 24 de diciembre, para dejar que una procesión cristiana encabezada por el patriarca de Jerusalén entre en Belén.
“Desde el siglo XIX esta procesión entre Jerusalén y Belén siempre ha usado el mismo camino. Cuando construyeron este muro conseguimos que hicieran esta puerta y que el cortejo no tuviera que atravesar el retén militar israelí. El 24 de diciembre por la tarde, la puerta se abre, entra el patriarca y se reúne con los cristianos de Belén que esperan al otro lado del muro. Es el único día del año en que Jerusalén y Belén, físicamente separadas por esta barrera, pueden unirse de forma simbólica y espiritual”, explica el sacerdote.
La procesión se dirige entonces a la Iglesia de la Natividad de Belén y empieza la celebración de la Navidad.
Ser cristianos, “un crimen”
Apabullados entre las mayorías judía y musulmana, los cristianos no pueden evitar un cierto sentimiento de soledad. En los últimos tiempos ha habido agresiones contra ellos en Israel, de parte de grupos radicales judíos, y en Palestina, especialmente en Gaza, de parte de grupos salafistas. Son actos menores y aislados que no merman la libertad de culto ni se comparan con el acoso y la violencia que sufren los fieles en países como Irak o Siria, pero que inquietan a los responsables eclesiásticos.
“Nos preocupan los ataques contra iglesias y contra gente inocente, pero también nos preocupa la impunidad, porque sabemos que quienes queman iglesias son bien conocidos por las fuerzas de seguridad israelíes, pero no son castigados. Hay grupos radicales que creen que los cristianos son traidores a Israel, yo creo más bien que somos garantes de la diversidad de esta tierra, que es nuestra casa también”, dice Jader.
“Hay lugares en esta región donde ser cristiano es un crimen. Aquí en Palestina aún no, pero ese mal espíritu se siente y muchos cristianos se van en cuanto pueden. Están matando cristianos aquí cerca, en el Sinaí, y tienen miedo. Pero también hay muchos cristianos con una fe inquebrantable, quienes creen que Dios los puso aquí porque tienen una misión… y se quedan”, corrobora Romanelli.
En Belén los cristianos rechazan el calificativo de “minoría”. Subrayan que son, por encima de todo, palestinos. Están totalmente integrados en la sociedad y sufren las mismas vicisitudes que el resto de la población.
“Jamás me he sentido discriminada por ser cristiana. Este conflicto es político y estamos todos juntos en él: los palestinos cristianos y los palestinos musulmanes. Queremos probar al mundo que pese a lo que Israel pueda hacer creer, la guerra es por la tierra”, apunta Juliette Banoura.
Ahora, cuando las preocupaciones del mundo se concentran en el avance y la violencia del autoproclamado Estado Islámico, los cristianos de Belén aseguran que Israel “aprovecha” para aplicar políticas que no cuentan con el visto bueno de la comunidad internacional. El aumento de los controles, los disparos contra manifestantes y presuntos agresores y la construcción de nuevas casas en las colonias se producen a diario “pero no salen ya en las noticias”, afirman.
La región de Belén tiene a su alrededor 23 asentamientos israelíes, instalados ilegalmente en tierra palestina, según la comunidad internacional. En ellos viven 120 mil colonos.
Las familias de Cremisán
Un inmenso pino navideño, sin adornos ni luces, preside desde hace varios días el salón de la familia Abu Mohor, en la ciudad de Beit Jala.
“Compramos el árbol por las niñas, pero no tenemos ánimo de adornarlo. Esta Navidad nos limitaremos a ir únicamente a las celebraciones religiosas para pedir a Dios que nos ayude, pero no tenemos ganas de fiesta”, explica Elías, el jefe de la familia.
La entrevista con la reportera se realiza en la tarde en que se ilumina el gran pino de Navidad de Belén, en la plaza de la iglesia de la Natividad. Esta familia y muchas otras no asistirán al acto, normalmente multitudinario.
“Hoy al menos no tenemos gases lacrimógenos, porque la mayoría de los días ni podemos abrir las ventanas”, lamenta Elías Abu Mohor, de 45 años, quien trabaja diseñando depuradoras de agua.
Desde hace varios años 58 familias palestinas, la mayoría cristianas, luchan ante los tribunales israelíes para frenar el avance del muro de separación porque el trazado original cruza sus propiedades. Se les conoce como las familias de Cremisán, nombre del valle cercano a la ciudad de Beit Jala por donde discurre esta barrera que atravesaría olivares, destruiría árboles centenarios e invadiría las tierras de dos monasterios salesianos, uno de los escasos lugares de Palestina donde se produce vino.
La perseverante resistencia pacífica de los habitantes de Cremisán, las misas semanales celebradas en sus tierras y su tenaz batalla ante la justicia israelí llegaron hasta los oídos del Papa Francisco, quien escuchó de boca de Elías Abu Mohor la historia de estas familias, durante su viaje a Tierra Santa en mayo de 2014.
La contienda judicial lleva ya varios años; en julio pasado las familias perdieron el último recurso y las excavadoras comenzaron rápidamente a preparar el terreno para elevar el muro. Quedan aún en disputa unos kilómetros, los que se sitúan al lado de los monasterios salesianos, sobre los cuales la justicia israelí aún no ha dicho la última palabra.
“Sé que el Papa hizo todo lo que pudo, pero por desgracia Israel ya no le hace caso a nadie, ni siquiera a Estados Unidos. Su prioridad es la seguridad y da igual cómo esto pueda afectarnos a nosotros”, explica Abu Mohor.
En la práctica su familia ya ha perdido varios olivos centenarios y una parte de su modo de vida. Si las obras avanzan al ritmo actual, no tendrán acceso a una parte de sus propiedades dentro de unos meses y esto implica que, pasados ciertos años, Israel puede confiscar esa tierra diciendo que ya no es productiva.
“Cremisán es un signo de que no nos dirigimos hacia la paz, sino hacia más confiscaciones de tierras. Será una Navidad difícil para estas familias que han perdido sus mejores olivos y ven que, si el muro sigue avanzando, su casa puede convertirse en una prisión a cielo abierto”, afirma Jader.
Las familias cristianas de Cremisán quieren seguir luchando pero están íntimamente convencidas de que Israel está “decidido a seguir adelante con el muro” y la justicia israelí “nunca comprenderá lo que esta tierra significa” para ellos. “Si Israel construye el muro por seguridad, ¿por qué no lo levanta cerca de los asentamientos que crecen en los alrededores de Belén?”, lanza, buscando una respuesta que no llega.
Pese a las dificultades, Elías Abu Mohor pertenece al grupo de los cristianos de Belén que ha decidido quedarse. “Esta es la tierra donde nosotros, los palestinos cristianos, debemos estar. ¿Quién cuidará de nuestros lugares santos si todos nos vamos?”, se pregunta.