Donald Trump
Un liderazgo débil
Trump sigue siendo formidable en un escenario: la política doméstica estadunidense, donde su capacidad para inspirar violencia aleatoria contra opositores y su dominio de los medios de comunicación le dan un poder real.En los mercados financieros ha surgido una estrategia de inversión tan simple como reveladora: TACO —Trump Always Chickens Out (Trump siempre se raja). La fórmula es sencilla: apostar contra las amenazas del presidente estadunidense porque, invariablemente, terminará retrocediendo. Es como un jugador de póker con poca experiencia que apuesta fuerte con cartas débiles, para retirarse ante la primera presión.
Después de semanas de aranceles punitivos del 145% contra China, amenazas de despedir al presidente de la Reserva Federal y declaraciones incendiarias sobre conflictos globales, Trump eventualmente cedió ante la presión de los mercados, las empresas o la realidad geopolítica.
Esta dinámica revela que Trump no es el líder fuerte que proyecta, sino un hombre débil cuya fuerza aparente depende enteramente de la sumisión de su audiencia doméstica. Es un fenómeno que Timothy Snyder ha diagnosticado con precisión: sólo los estadunidenses le temen a Trump. Para el resto del mundo es un "hombre fuerte débil": alguien que destroza las instituciones que podrían darle poder real, mientras confunde el espectáculo mediático con la capacidad de influir en el entorno global.
La aprobación de la "Big Beautiful Bill" (BBB) podría verse como una demostración de poder. En efecto, Trump logró que el Congreso aprobara una extensión masiva de recortes fiscales que profundizará el déficit estadunidense hasta niveles insostenibles, al mismo tiempo que revertirá los avances en el acceso a la seguridad social para grandes partes de la población. Pero esta "victoria" ilustra precisamente su debilidad estructural. Incapaz de articular una visión económica coherente o de construir consensos duraderos, Trump recurre a medidas de corto plazo que hipotecan el futuro fiscal del país.
La BBB no es el producto de una estrategia económica sofisticada, sino de la incapacidad de Trump para lidiar con las complejidades de la gobernanza moderna. Su obsesión con ganancias inmediatas lo lleva a tomar decisiones que, paradójicamente, debilitan las bases del poder estadunidense. Un déficit cada vez mayor y una deuda que pronto superará el 106% del producto interno no son señales de fortaleza, sino de un país que consume su propio futuro.
Quizás nada ilustra mejor la debilidad de Trump que su manejo de la crisis en Medio Oriente. El bombardeo estadounidense a Irán no fue producto de una estrategia calculada, sino el resultado de ser arrastrado por Benjamín Netanyahu hacia un conflicto que Trump no quería (y no entiende). Durante la campaña, Trump prometió ser un "pacificador", pero cinco meses después ordenó ataques aéreos a Irán que, además, no lograron los objetivos estratégicos y quedaron muy lejos de borrar el programa nuclear iraní, como había declarado el propio Trump.

Trump llegó al poder con la fantasía de que su experiencia como empresario inmobiliario de Nueva York le permitiría "hacer tratos" con líderes mundiales. Pero su aproximación transaccional choca constantemente con realidades geopolíticas que no comprende. Vladimir Putin no es un inquilino de Trump Tower que puede ser presionado con amenazas de desalojo. Xi Jinping no es un competidor en el mercado de bienes raíces de Manhattan.
Cuando Trump amenaza a Putin con mayúsculas y signos de exclamación en redes sociales, el resultado no es la sumisión rusa, sino una escalada del conflicto en Ucrania. Cuando proclama que terminará la guerra "en 24 horas", lo que obtiene es el desprecio de Moscú y la prolongación de la crisis. Sus contrapartes globales han aprendido algo fundamental: Trump es fuerte solo en un contexto —el de la política doméstica estadunidense— pero carece de las herramientas institucionales y la comprensión estratégica necesarias para proyectar poder real en el escenario internacional.
La debilidad de Trump no es sólo personal sino institucional. Su estrategia de destruir o debilitar las agencias gubernamentales que manejan inteligencia, diplomacia y política económica lo deja sin los instrumentos necesarios para ejercer influencia a nivel global. Su necesidad de rodearse de leales que no cuestionen —al menos no abiertamente— sus decisiones han llevado a la salida de funcionarios experimentados y han creado un vacío de capacidad estatal. Los adversarios de Estados Unidos no sólo lo saben, sino que han estructurado sus estrategias en torno a esta realidad. Putin y Xi Jinping pueden permitirse esperar, porque entienden que un Estados Unidos debilitado institucionalmente no puede mantener políticas coherentes ni efectivas a largo plazo.
Las consecuencias de esta disfunción van más allá de la política doméstica estadunidense. Cada retroceso de Trump —cada momento TACO— es interpretado por los adversarios globales como una señal de que el tiempo está de su lado. Putin ignora las demandas de alto al fuego porque sabe que Trump carece de los instrumentos para hacer cumplir sus amenazas. Xi Jinping puede simplemente esperar a que la presión económica interna obligue a Trump a suavizar los aranceles, como ya ha comenzado a hacer. Así, en lugar de moldear los eventos globales, Trump se ve constantemente reaccionando a las decisiones de otros actores —desde Putin hasta Xi Jinping, pasando por líderes regionales que entienden mejor que él las dinámicas del poder internacional.
Trump sigue siendo formidable en un escenario: la política doméstica estadunidense, donde su capacidad para inspirar violencia aleatoria contra opositores y su dominio de los medios de comunicación le dan un poder real. Pero el mundo ha aprendido a ver a través del espectáculo. Mientras Trump proyecta fuerza en Truth Social (su propia red social), sus adversarios construyen capacidades reales, forjan alianzas y esperan pacientemente a que la disfunción estadunidense les entregue las victorias que no podrían obtener por otros medios.
Las relaciones internacionales son una partida de ajedrez, pero Trump parece creer que está jugando póker en un casino. Y esa confusión define su debilidad y el precio que Estados Unidos pagará por ella.