El radicalismo religioso copa el gobierno en India

viernes, 11 de enero de 2019 · 11:04
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Así como el ultranacionalismo y el fundamentalismo religioso –casi siempre van juntos– han ido avanzando en otras partes del mundo, actualmente en India el hinduismo radical tiene no sólo copado al gobierno, sino condiciona con su voto su permanencia en el poder. Cuando en 2014 el conservador y nacionalista Partido Bharatiya Janata (BJP) y sus aliados sumaron los 225 escaños que les dieron el triunfo en el Congreso, lo hicieron mayoritariamente con los sufragios del llamado “cordón hindú”, la zona donde esta religión y la lengua hindi son mayoritarias, y que concentra dos tercios de los mil 320 millones de habitantes de la India. Condicionado por la pluralidad étnica y religiosa del país, y por sus compromisos internacionales, el actual primer ministro Narendra Modi ha intentado un equilibrismo político entre las exigencias de sus bases ultras y las demandas de reformas socioeconómicas que saquen del atraso y la miseria a cientos de millones de sus compatriotas que, paradójicamente, se concentran donde es más ascendrado el hinduismo. Al final no ha complacido a nadie y ambas corrientes exigen más. Esto se ha visto reflejado ya en las primeras elecciones regionales desde que el BJP se hizo con una cadena de triunfos hace cinco años, y pone en duda también la posible reelección de Modi en los comicios generales del próximo mayo. En diciembre pasado, en los cinco estados donde la gente fue convocada a las urnas ganó el Partido del Congreso, la formación secular de la dinastía Nehru-Ghandi que ha dominado la vida política de India desde que se independizó en 1947. Pero lo llamativo fue que tres de ellos son de la zona hinduista por excelencia, donde el BJP hiló varias legislaturas consecutivas. Todavía faltan de votar Bihar y Uttar Pradesh, los dos más poblados y que mayor número de votos aportan al Parlamento; pero las alarmas han sido activadas. Modi probablemente tendrá que enfrentar a Rahul Ghandi –cuarta generación de la dinastía– y, aunque las encuestas todavía le dan una leve ventaja, no es seguro que pueda refrendar su mandato. Por lo tanto, el primer ministro ha volteado hacia sus bases tradicionales, que ven una coyuntura para exigirle más a cambio de su voto; y él parece dispuesto a complacerlas. Así por ejemplo, en el norte, donde el hinduismo confronta a la población musulmana asentada ahí desde la dominación mogol en el siglo XVI, varios gobiernos han procedido a cambiar la nomenclatura de ciudades y calles al hindi. Hasta el mítico Taj Mahal, legado de esa época y declarado patrimonio de la humanidad, ha sido cuestionado por lo más fanáticos. Uno de los principales promotores de este tipo de iniciativas es el yogi Adityanath, quien ya ha sido detenido varias veces por instigar el odio contra los musulmanes indios, al grado de llamar a matarlos. Según las estadísticas, en los últimos diez años el 84% de las víctimas de ataques con motivaciones religiosas ha sido de esta confesión, por lo que sus representantes han exigido a las autoridades locales hacerse responsables de su seguridad. Y no son pocos, a pesar de que se les define como minoría por constituir únicamente el 13% de la población total del país: 172 millones de musulmanes habitan la península, constituyendo el tercer conglomerado más grande de esta religión después de Indonesia y Pakistán. Pero los grupos que defienden la hegemonía del hinduismo y pretenden reescribir su historia, piensan que hay que extraer cualquier raíz no hindú para redescubrir las glorias de un pasado sepultado. Matriz de ellos, con más de seis millones de miembros, es la agrupación Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), proscrita en varias ocasiones por su discurso de odio religioso y vinculada, nada menos, que con el asesinato de Mahatma Ghandi. Según el juicio celebrado en 1948, los dos hombres que se autoinculparon por el crimen, Godse y Apte, miembros de RSS, dijeron haber matado a Ghandi porque “traicionó a India”. Ambos fueron ahorcados en 1949. Pero 20 años después se reabrió el caso, y la llamada Comisión Kapur determinó que había habido una conspiración encabezada por Vinayak Damodar Savarkar, un político religioso que lideraba la organización de extrema derecha Hindu Mashabha. Desde 2003, sin embargo, el retrato de Savarkar está en el Parlamento indio junto con otros libertadores “olvidados” del país, como B. R. Ambedkar, líder de los intocables y padre de la Constitución. Ambos llegaron ahí por iniciativa del BJP, cuyo ejecutivo inauguró en Guajarat, en noviembre pasado, una estatua colosal de 182 metros de Sardar Patel, promotor de la unificación posterior a la independencia y no vinculado con los Nehru-Ghandi. En este contexto, hay que mencionar que el radical monje Adityanath es miembro de RSS, y que el primer ministro Modi también militó en esa agrupación. Fruto de esta sintonía ha sido el aumento de 25% de shakhas o centros de adoctrinamiento de una visión ortodoxa del hinduismo, que reniega de toda influencia externa a la cultura india ancestral. Según reporta Ángel Martínez, corresponsal de El País en India, desde la llegada del BJP al poder el número de escuelas financiadas por RSS llegó a 14 mil, con 1.8 millones de alumnos. Autorizadas a crear su propio temario, un grupo de ellas eliminó contenidos en árabe, urdu e inglés, y cargó contra la influencia de musulmanes y cristianos como “antinacional”. Una de ellas incluso proscribió los versos del Nóbel de Literatura, Rabindranath Tagore. Según los analistas locales, estas maniobras gubernamentales están destinadas a dividir a la población en función de su religión, casta u origen, para allegarse votos de sus adeptos. Sin embargo ello no parece estar funcionando a la luz de los resultados regionales y sí, en cambio, está generando tensiones que ya se han desbordado en enfrentamientos violentos. El mayor foco está en torno de la ciudad santa de Ayodhya, en Uttar Pardesh, donde en noviembre pasado 200 mil monjes, devotos y activistas se concentraron para exigir la construcción de un templo sobre las ruinas de una mezquita que radicales hinduistas destruyeron en 1992, provocando una ola de violencia interreligiosa que se cobró miles de muertos. Según los creyentes, ahí habría nacido el dios Ram, figura mítica del Ramayana. Postergada cualquier propuesta por miedo a nuevos estallidos, fue hasta 2010 que un tribunal regional sugirió la división del área en tres, para construir dos templos hindúes y una mezquita. Insatisfechos, los radicales llevaron el asunto hasta el Tribunal Supremo de India, que en principio dará su veredicto a fines de este mes. Pero los promotores de esta iniciativa ya advirtieron al gobierno que “puede perder el poder si no construye el templo”. En todos estos forcejeos político-religiosos, los fundamentalistas y el gobierno han encontrado empero una oposición inesperada: las mujeres. Considerado el país más peligroso para el sexo femenino, no sólo por la violencia machista, sino por la explotación, la marginación y la sumisión a la que está sujeto este sector de la población, ellas se han ido organizando para reivindicar sus derechos, más allá de fronteras de origen étnico, social o religioso. Así, el 2 de enero pasado, dos mujeres de 40 años entraron por primera vez al templo hindú de Sabarimala, en Kerala, luego de que el Supremo fallara que las restricciones impuestas no eran “prácticas religiosas esenciales”, y que “el enfoque patriarcal”, no puede estar “por encima de la libertad de practicar la religión”. El acceso estaba restringido a mujeres entre 10 y 55 años, ya que según la tradición la menstruación es sinónimo de impureza y puede contaminar los lugares de culto. Como era previsible, los ultras se inconformaron y desataron violentas protestas que provocaron un muerto y numerosos heridos y detenidos. Pero protegida por la policía, una impresionante cadena de tres millones de mujeres a lo largo de 620 kilómetros, desde su lugar de origen hasta el templo, garantizó la entradade sus congéneres. Hay que señalar que el Tribunal Supremo también ha emitido en los últimos meses otros fallos que han molestado a los sectores religiosos. De septiembre de 2018 para acá ha anulado la ley que perseguía como crimen las relaciones contra natura, es decir homosexuales; la absurda ley de adulterio, que perseguía a quienes mantuvieran relaciones con mujeres casadas sin permiso de sus esposos; y la ley de divorcio instantáneo para los varones musulmanes, por la sola pronunciación tres veces de la palabra talaq. En este forcejeo entre religiosidad y secularismo habrán de celebrarse las próximas elecciones. Habrá que ver por qué opta ahora mayoritariamente la ciudadanía de la India…  

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