Momento de alzar la voz

domingo, 2 de diciembre de 2018 · 09:56
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “Ante los riesgos de un mundo en caos”, México no puede refugiarse en el silencio, “por el contrario: es el momento de alzar la voz”, afirmó la diplomática y académica Olga Pellicer. De cara al ascenso en México del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, enumeró varios de los “compromisos insoslayables” que debe asumir la política exterior del país. Uno de ellos: promover la candidatura de México al Consejo de Seguridad de la ONU con el propósito de preservar la acción colectiva para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Pellicer –expresidenta de la Comisión de la Mujer en Naciones Unidas, académica del ITAM, articulista de Proceso– hizo tales reflexiones al recibir el premio Isidro Fabela que le otorgó en octubre pasado la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales. Su discurso se reproduce a continuación. El momento más conocido del actuar internacional de Isidro Fabela fueron sus años en la Sociedad de las Naciones donde permaneció como representante del gobierno de Lázaro Cárdenas de 1937 a 1940. Eran momentos angustiosos para la política internacional. Las señales que anunciaban la proximidad de una conflagración mundial, la más destructiva de que se tenga memoria, ya estaban presentes. Las fuerzas fascistas en Europa se consolidaban; Hitler y Mussolini atraían a millones de seguidores despertando sentimientos de superioridad nacionalista y agresividad sin precedentes; fuerzas extranjeras intervenían en la guerra civil española sin que otros gobiernos levantaran la voz para denunciarlo; Etiopía fue conquistada y se intentó simplemente borrar su nombre de la lista de países miembros de la Sociedad de Naciones; el expansionismo japonés avanzaba cometiendo crímenes atroces en Manchuria. Desafortunadamente, la Sociedad de las Naciones hacía evidente su incapacidad para hacer frente a los acontecimientos. A pesar que el derecho internacional y los principios establecidos en su carta constitutiva invitaban a tomar acciones, la mayoría de los gobiernos allí representados optaron con frecuencia por el silencio. Se justificó por la conveniencia de otorgar tiempo a un posible entendimiento con las fuerzas fascistas que evitara la confrontación armada. En realidad, el silencio sólo favoreció la mejor preparación de la embestida militar.  Fue en esas circunstancias tan adversas que el representante de México alzó la voz para mantener vivos los valores, principios y esperanzas con que se había establecido la Sociedad de las Naciones. Son ampliamente conocidos sus discursos condenando la invasión de Austria por las fuerzas alemanas; su reclamo por el silencio ante la invasión de Etiopía y el intento de eliminar a ese país de la lista de miembros de la SDN; su llamado a condenar la intervención extranjera en la guerra civil española; su condena a las barbaries cometidas por Japón en Manchuria. Todo ello, sumado a sus diversos escritos sobre el derecho internacional, es el legado de una etapa sobresaliente de la diplomacia mexicana, interesada en colocar por delante los principios que deben normar y alentar la acción colectiva a favor de la paz y la seguridad internacionales. Años después, cuando el horror de la guerra había terminado, la mayoría de tales principios se retomaron para establecer una nueva organización: las Naciones Unidas. Han transcurrido 80 años desde aquellas épocas previas a la Segunda Guerra Mundial. Hoy, como entonces, hay de nuevo signos amenazantes que nos aproximan a una situación llena de riesgos. Desde la crisis económica del 2008, el mundo atraviesa momentos de malestar y descontento, que se resienten principalmente en el mundo occidental. En la mayoría de capitales europeas, en el famoso “cinturón oxidado” de los grandes centros manufactureros de Estados Unidos, en los países del este de Europa, atemorizados por la llegada de migrantes, el malestar se profundiza.  En ese ambiente han tenido lugar en diversos países elecciones internas que han tenido como resultado el triunfo de líderes anti-inmigrantes, racistas, plenos de prejuicios hacia culturas que no conocen, desconfiados de los beneficios de una globalidad que, desde su punto de vista, no los ha favorecido. La elección de Donald Trump fue una de las primeras manifestaciones de tales tendencias. Como parte de ellas, la animadversión hacia los organismos multilaterales ha tomado forma. Las divisiones al interior de la Unión Europea, motivadas en gran medida por la renuencia a tener una política migratoria común, están debilitando seriamente a esa organización. En el marco de la ONU, el presidente Trump ha abandonado el Acuerdo de París sobre cambio climático, ha violado la obligación de los miembros de la organización de acatar las decisiones del Consejo de Seguridad al denunciar, individualmente, el Acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. Ha retirado a Estados Unidos de la UNESCO y ha reducido las contribuciones financieras a la organización.  A los comportamientos anteriores se aúnan otros signos negativos. Uno de los más preocupantes es el incremento en el gasto militar de Rusia y los Estados Unidos destinado a la modernización y creación de nuevas armas nucleares. A su vez, los adelantos tecnológicos abren la puerta a nuevos peligros: por ejemplo, ataques cibernéticos que pueden ser tan destructivos como los conducidos con armamento convencional.  Finalmente, se ha colocado como una de las amenazas más graves hacia el futuro el calentamiento de la Tierra y los desastres naturales que de ello se derivan, muchos de los cuales ya estamos resintiendo. Frente a ese mundo en caos, ¿cuál debe ser la política exterior de un país como México, donde pronto tomará posesión por primera vez en la época contemporánea un gobierno de izquierda que ha despertado esperanzas? Desde luego, no puede ser la opción del silencio. Por el contrario, es el momento de alzar la voz.  Los foros multilaterales ofrecen un espacio para tomar posición frente a los difíciles problemas internacionales que están presentes, en particular aquellos que inciden directamente sobre los intereses de México. Me limitaré a enumerar rápidamente algunos compromisos que considero insoslayables.  Mantener viva la oposición al armamentismo bajo todas sus formas, tanto las armas de destrucción masivas como las armas convencionales. No perder de vista que un número significativo de éstas últimas llega a nuestro país para fortalecer a la delincuencia organizada. El tráfico de armas contribuye en gran medida a las dimensiones aterradoras que ha tomado la violencia en México.   Defender los derechos humanos de los migrantes con perspectivas novedosas para aproximarse al problema. Es necesario, de una parte, combatir las situaciones de violencia y pobreza que los expulsa. De la otra, ver la migración como parte de los problemas de oferta y demanda laboral que es tan necesario regular, en particular, en los países desarrollados.  Impulsar la implementación del Acuerdo de París sobre cambio climático; recordemos que la reducción del calentamiento global es uno de los retos centrales para la sobrevivencia del planeta Tierra.  Finalmente, preservar la acción colectiva para el mantenimiento de la paz y seguridad internacional. Urge, para ello, promover la candidatura de México para ingresar al Consejo de Seguridad y dar impulso a la reforma de ese órgano, la cual es indispensable para superar el estancamiento en que hoy se encuentra.  Atravesamos una situación internacional particularmente amenazante. No es el momento de refugiarse en la invocación de principios cuyo verdadero valor reside en la interpretación y el momento en que se aplican. Ante los riesgos de un mundo en caos es necesario contribuir a evitar su evolución hacia situaciones cuyas consecuencias pueden ser devastadoras. Este ensayo se publicó el 25 de noviembre de 2018 en la edición 9126 de la revista Proceso.

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